Los peligros de la trascendencia

Con esas preguntas en el aire, sin saber ni cómo está uno, ni cómo está el otro, parece la gente aún así emperrada en aquello de trascender

Los peligros de la trascendencia. 'Caminante sobre un mar de nubes', de Caspar David Friedrich.
07 de febrero de 2025

El común de los mortales no le importa a nadie. Vas por la calle y parece una masa homogénea. Tipos que se visten de un lado a otro a performar una vida, que vas andando y se te cruzan con el móvil y de vez en cuando te pegas una hostia o esquivas cual Neo haciendo la conga.

Es como si hubiéramos estandarizado el mismo egoísmo caminante de los lleva-paraguas, que van a la suya y por poco, por no mojarse el pelo, te sacan un ojo. Por pura curiosidad, algunos días, me gustaría pararlos en seco y preguntarles qué tal el día y ver cómo reaccionan. Sobre todo porque no es algo usual, ya te digo, que el otro te importe una mierda. A lo mejor te abrazan, a lo mejor se acojonan. “Qué tal estás” es una pregunta que acojona a cualquiera. Uno se abre una cuenta en una red social nueva a gritar a los cuatro vientos su subjetividad cada 15 minutos en estos días. Y, sin embargo, no es algo que respondas de normal con sinceridad, ni siquiera por compromiso.

Con esas preguntas en el aire, sin saber ni cómo está uno, ni cómo está el otro, parece la gente aún así emperrada en aquello de trascender. De significar algo para los demás. Es humano querer dejar huella. Ha pasado siempre. Los románticos se afanaban en las grandes ideas. No se tiraban tanta foto. Antes, cuando los grandes momentos de la historia, se hacían cuadros y tal ya luego y, supongo, en ese tiempo, uno tenía asegurado salir guapo en la foto. También querrían lo mismo. Es humano.

Que los grandes escenarios, que aquello que, consideramos, nos supera, nos seduzcan más que la calle corta o la cotidianeidad pastosa. Nos gustan las grandes avenidas donde los paraguas de otros no nos sacan un ojo. Hay quienes, sin embargo, después de paladear el éxito para con los demás, se esconden. Salinger hizo El Guardián entre el Centeno y acabó metido en una casa perdida en un monte sin hablar con nadie. Hay quienes, sin querer, quedan presos en la memoria de un primer gran éxito, como le pasó a Carmen Laforet con Nada, y luego para muchos es como si no hubiera vivido más.

Trascender tiene sus peligros. Hay una cierta metafórica esquizofrenia en salir como zombis a la calle y ser aspirantes a significar algo en la vida de alguien. Pasa por las redes, pero también, pienso, por una extraña decepción ante una vida pequeña a la que nunca prestamos suficiente atención. Creo que nunca me ha apasionado menos significar algo para "la gente" así en concepto. O elaborar grandes discursos o escritura. 

Todo eso ha importado poco cuando verdaderamente he sentido que en una conversación más o menos íntima, una calada conjunta en una despedida o un verse y alegrarse de que otro aparezca he puesto nombres y apellidos a esa "gente".

Perdemos mucho tiempo en la trascendencia hasta que un día te das cuenta que te duelen un poco los huesos y vas con la cabeza gacha por la calle y no miras a nadie y vives un fracaso conceptual estúpido. Dice Rafael Berrio "temo haber vivido mi vida como si ello fuera un simulacro / como si yo tuviera el don de vivir por mí dos veces". Pues eso.