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Las penas que Barbeito resume en una copla

Sevilla son las Coplas apenas que, gracias a Almuzara, vuelve a reeditar Barbeito veinte años después, que no son nada, claro, si se comparan con el devenir de la anchurosa vida que palpita en estos versos

25 de mayo de 2025 a las 21:30h
Las penas que Barbeito resume en una copla.
Las penas que Barbeito resume en una copla.

Ay, lo que cuesta admitir / que algún día esas campanas / habrán de doblar por mí”. Así de rotundo, de elegíaco por sí mismo -que es la verdadera elegía que practican los poetas- remata su poemario de coplas Antonio García Barbeito, al que muchos consideran el mejor pregonero de Sevilla. Omito adrede lo de Semana Santa porque pregonar a Sevilla va más allá de una semana y de un territorio, por santos que nos parezcan y aunque nos siga pareciendo que es la hora y no sea la hora... Pregonar a Sevilla, esa muchacha, supone recorrer el año entero, las épocas, las lluvias y las sequías, los siglos, trastear el pasado y atravesar el campo por los terrones del sufrimiento ajeno hasta hacerlo arenosa palabra propia, como sintió Susana San Juan al decirle a Pedro Páramo aquello de “Tengo la boca llena de ti”.

Si la poesía es comunicación, como dicen los exégetas modernos, habremos de convenir en que ser poeta es encontrar en palabras que no ha juntado nadie lo común, y disfrutar de la poesía es abrirnos a la escalofriante empatía de que otro diga por mí, y mucho mejor, lo que mi enrocado pensamiento no me permite expresar. Y aquí Sevilla vale por el Arenal, por supuesto, pero también por el río abajo hacia las marismas que cantó en La Señuela aquel criador de toros con los ojos verdes que se apellidó Villalón, desde Morón, y también por la brava campiña de la misma Utrera que hace cuatrocientos años nos brindaba la elegía más completa por un lugar y un tiempo desaparecidos en el talento de Rodrigo Caro contemplando aquellos “campos de soledad, mustio collado” que “fueron un tiempo Itálica famosa”.

Pregonar a Sevilla es expandir el pecho sevillano, desde Aznalcázar, y es un decir, y desde el ecuador del siglo pasado, por ejemplo, para condensar aquí y ahora el arte de decir con las mínimas palabras posibles lo que ya sintieron, lo más profundamente posible, genios de la talla de Fernando de Herrera, de Bécquer, de los hermanos Machado –tanto monta monta tanto Antonio como Manuel-, de Rafael Montesinos y hasta de Lope de Vega, que apenas pasó por Sevilla y también fue sevillano.

Pregonar a Sevilla, con verdadero sentido humanista y universalista, que es el que siempre soñó Romero Murube desde su Alcázar y el que siempre practicó Cernuda desde su exilio, es saber parafrasear, con más elegancia aún y por soleá, lo que dejó dicho aquel poeta metafísico inglés, John Donne, que luego Hemingway usó como cita en su novela de tristísimas campanadas fratricidas: “Nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.

Porque Sevilla son las Coplas apenas que, gracias a Almuzara, vuelve a reeditar Barbeito veinte años después, que no son nada, claro, si se comparan con el devenir de la anchurosa vida que palpitan en estos versos como los que recuperó del pueblo Demófilo va ya para siglo y medio. Y apenas si son penas sevillanas, sino del mundo, estas coplas compuestas por la gracia que Dios le ha concedido a un poeta sevillano y contemporáneo y también por la técnica y el oficio que este poeta sin demasiados estudios académicos se encargó de adquirir poniendo el oído pero también la vista, el olfato y el corazón. Lo dijo Antonio Zoido en aquel primer prólogo al darse cuenta de que “el Paraíso es lo que el filósofo y el poeta saben que han perdido irremisiblemente aunque lo busquen, sin un mínimo atisbo de esperanza, en el rincón, un rincón apenas, de cada madrugada”. Ya lo cantó la Jurado en todos los palos posibles: “Qué no daría yo…”. Y también lo sabe ahora, veinte años después, el nuevo prologuista, Rafael Roblas Caride, que con más soleares aún sobre el papel presume de que Barbeito le demuestre “a los noveleros que sus haikus no son más que malos remedos facilones de la copla tradicional más profunda y asonante”.

Hasta que el pueblo las canta / las coplas coplas no son”, escribió Manuel, el mayor de los Machado, “y cuando las canta el pueblo, / ya nadie sabe el autor”. El propio Manuel interiorizó hasta el extremo esta sentencia, y ahora Antonio García Barbeito, insistiendo dos décadas después en aquellas mismas coplas tan verdaderas que parecen compuestas por el pueblo mismo y que él empezó a componer hace más años aún, hurga en la misma herida. Como Gustavo Adolfo, pero más conciso aún por no necesitar lágrimas en los ojos ni una frase de perdón, es capaz de resumir en los tres versos de una soleá que solo adquiere sentido completo en la voz del cantaor, ese arrepentimiento de no haber hecho el gesto oportuno en el momento preciso para que la vida no discurriera tal y como lo hizo: “Para andar aquel camino / solo nos faltaba un paso. / Y ni ella ni yo lo dimos”. Bécquer, que ya tuvo la soleá bien alojada en el pecho gracias a la influencia de su amigo Ferrán, siempre sobrevuela la pluma de Barbeito, pero este es más consciente de la brevedad exigida por el pueblo que solo canta y no sabe escribir: “Como la gente murmura, / le he puesto una risa falsa / al rostro de mi amargura”.

De la vida que pasa, de eso trata en síntesis toda la poesía, pero la popular más todavía. Y los poetas cultos que lo son porque se han cultivado asimismo en la labor del pueblo que aprende colectiva y solidariamente lo demuestran con más tino en esas estrofas brevísimas que encierran tantísimo gracias al latigazo de una metáfora capaz de partirnos en dos: “Las tierras que no se siembran, / con el paso de los años / se llenan de malas yerbas”, escribe Barbeito sin que le tiemble la azada, y añade, con la tranca en la otra mano: “Pasó tanto tiempo abierta / que cuando la fui a cerrar / no encajaba aquella puerta”.

Y así con más de doscientas coplas, la mayoría soleares empapadas de lirismo pero también con la narratividad expresa de la nana, la bambera o el fandango. Destacan las letras de amor, de un amor radical que se pone el mundo por montera o tantas veces como semilla abrasadora: “Echado junto a tu cuerpo / yo me quisiera quedar... / Y que nos dieran por muertos”, puede leerse en cierta página, y luego en otra: “No apagó pronto aquel beso / y cuando quiso apagarlo, / le ardía ya todo el cuerpo”. Y en otra más: “¿Por qué vendrá la marea, / ahora, cuando ya no hay parva / que aventar sobre la era?”. También el desamor, la otra cara de la misma moneda encendida: “Tú en una orilla y yo en otra, / soplándole a una barquilla / que tiene las velas rotas”.

Hasta el camino machadiano, como aquel río de Heráclito, nos lleva de la mano el poeta para fustigarnos con un dolor propio que se hace nuestro al terminar en el tercer verso: “El seco cauce del río / parece un camino roto / por donde todo se ha ido”… Sin embargo, poéticamente, siempre terminamos deslumbrados por la capacidad metafórica de un escribidor que sabe lo que pisa en medio del campo: “Los girasoles, abiertos; / se derramó por la vega / la semilla del sol puesto”. Envidia sana al leer: “Blusa del atardecer, / la va cerrando, despacio, / la cremallera del tren…”. O esta otra, de fino dibujante: “Firmes almenas al viento / que se fueron desdentando / de tanto morder el tiempo”.

Soleares de los envidiosos

Capítulo aparte merecen las finas soleares dedicadas a la envidia de la mala, sobre la que Barbeito se ve que ha reflexionado primero como filósofo y luego como artesano: “Ya sabemos lo que pasa: / los que no saben volar / aprenden a cortar alas”. ¡Ole! Pero no es esa solamente: “Ese es el trato en el gremio: / hoy por ti, después por mí, / nos repartimos los premios”. La serie es interesante: “Hay quien vive de poner / zancadillas a diario / y nunca se les ve el pie…”. Habrá quien haya comido ajos, seguro.

Con todo, las soleares de Barbeito que más huella dejan son las que profundizan en la condición humana, que es lo que tenemos en común los poetas que escriben para el resto y el resto de la humanidad que precisamos de poetas: “Que digan si no es verdad: / a mucho sabe lo poco / cuando no se tiene ná”. Y vuelta a las campanadas: “Cada vez que esas campanas / doblan por algún amigo, / me están doblando en el alma”. Letras, en definitiva, que como apenas fueron escritas nada más ser oídas en lo más profundo del alma, están esperando a que, otra vez, salten del papel a la voz, como ya han hecho alguna vez David Lagos o Carmen Linares. Con el tiempo, serán más. Tiempo al tiempo.

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