Una pequeña hoguera de palabras

Me acordé de una noticia de cierto alcance que hace poco suscitó muchas risas y comentarios jocosos en redes sociales

Filólogo, autor de varios libros de poesía

Una persona ayuda a otra tras sufrir un tropezón.

Iba para el trabajo el otro día cuando recuperé la fe en la humanidad. Yo estaba adormilado, sin muchas ganas de nada: me enfrentaba a una jornada poco prometedora, un día que lo mejor que podía ofrecerme era acabar lo antes posible para irme pronto a casa. Así me encontraba, cuando vi algo que lo cambió todo: una mujer que estaba a pocos metros de mí se alarmó de repente porque vio a un hombre tendido en el suelo. Y corrió a su encuentro, azorada, pensando que se había desmayado. Entonces, al acercarse solo un poco, se percató de que estaba consciente y de que estaba en esa posición por motivos de trabajo: llevaba un uniforme del ayuntamiento y estaba comprobando alguna cosa de la acera. Me conmovió ese gesto, tan humano, tan desinteresado, esa señora, que estaba tan tranquila esperando al autobús con su marido, con el gesto descompuesto, desfigurado por el terror, yendo a toda prisa a socorrer a un hombre que creía al borde de la muerte.

Me acordé de una noticia de cierto alcance que hace poco suscitó muchas risas y comentarios jocosos en redes sociales. Se trataba de una señora que rescató a una cría de erizo. O eso parecía. Resulta que ella iba con el coche y, al encontrarlo en medio de la carretera, se decidió a llevarlo a un veterinario. Y cuál fue su sorpresa cuando este, tras un examen rapidísimo, le dijo: “Señora, esto no es una cría de erizo. Es el pompón de un gorro de lana”. Una situación surrealista, sí, pero no nos quedemos en eso. Pensemos en esa señora conduciendo su coche, asustada al atisbar lo que parecía un erizo pequeñito en medio de la carretera. Solo, inmóvil, a la intemperie. E imaginemos lo que pasó después: ella bajó del coche y, con delicadeza, –la imagino diciéndole palabras cariñosas, con una voz suave: no te preocupes, te vas a poner bueno, bonito, yo te voy a cuidar…– lo tomó entre sus manos y lo colocó en el asiento del copiloto para llevarlo a casa y atenderlo mejor. Allí, le acercó un cuenco con un poco de agua, y estuvo pendiente de él durante horas. Luego, preocupada al ver que no bebía ni daba la más leve señal de vida, decidió tomarlo de nuevo, llevárselo a su coche e ir a ver a un veterinario. La imagino conduciendo, preocupada, pensando en los peores escenarios posibles para esa pobre criatura que acababa de ver el mundo. Y luego la noticia, el shock y un poco de vergüenza. Pese a todo, estoy convencido de que respiró aliviada. 

Todos esos actos de generosidad perdidos en el aire al no encontrar objeto, como el de la señora que saltó como un resorte para ayudar al hombre tumbado en el suelo, como esta mujer que confundió un pompón con un erizo; todo eso, todo ese amor al prójimo, desprendido, generoso, humano, lo recupero aquí –me niego a que se pierda–, y lo traigo a esta columna para que nos caliente un poco a todos.

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