En el momento en que escribo esta columna ya son ocho las mujeres asesinadas en España a manos de sus parejas o exparejas, víctimas de la violencia de género. Y digo asesinadas y no muertas porque las palabras importan y cómo contemos los hechos en los medios de comunicación es crucial. Los casos de violencia machista han dejado de ser considerados por los medios como “crímenes pasionales”, afortunadamente. Hoy día es impensable una catalogación de este tipo, y si sucede, es condenado rápidamente porque no hay pasión en el asesinado de una mujer, ni amor, ni compasión.
El periodismo se ha actualizado a los nuevos tiempos. Debía hacerlo teniendo en cuenta la responsabilidad que tiene como servicio público y no podía quedarse atrás en cuanto a tratamiento informativo. Así, hemos aprendido, evolucionado e intentado mejorar en los últimos años, aunque aún nos quede camino. Parte de ese impulso hacia delante vino provocado por el movimiento que un grupo de periodistas feministas de Madrid promovieron para el 8 de marzo de 2018 bajo el nombre Las periodistas paramos, un manifiesto que se extendió por toda la geografía española y nos removió a todas en todos los rincones.
Fuimos a la huelga como miles de mujeres ese día y, entre otras cuestiones, reclamamos un periodismo con perspectiva de género, feminista y que fuera responsable con el tratamiento de los casos de violencia machista. Ese movimiento prendió la llama para que, por fin, fueran escuchadas todas esas compañeras que llevaban años exigiendo esto mismo, y se comenzaron a visibilizar y a recriminar públicamente aquellas informaciones que atentaban contra la dignidad de las víctimas de violencia sexual o que romantizaba y justificaba la violencia de género.
Pero este camino, iniciado hace años y que tomó impulso definitivo en 2018, no se hace solo, es necesario el compromiso de los periodistas que forman las redacciones de todos los medios. Estudiar, formarse en un periodismo feminista que aborde los casos de violencia machista con respeto, dignidad y profesionalidad es vital. La experiencia profesional, el bagaje que se llama, es importante pero si no se completa con formación ante los nuevos tiempos, las nuevas formas de comunicar y los nuevos códigos, todo lo anterior es inútil y acabamos encontrándonos con artículos que incumplen todas las recomendaciones actuales.
Los medios somos parte de la sociedad, tenemos un papel importante como servicio público y para la transmisión de lo que sucede en nuestras calles y, si comunicamos mal, se pervierte nuestra labor y perdemos la confianza de la ciudadanía, a quien va dirigido todo nuestro trabajo y esfuerzo.
Hace unos años las compañeras que advertían sobre esta mala praxis deontológica eran ignoradas. Afortunadamente, la sociedad ha despertado y muchos periodistas también. Ya no toleramos artículos sobre violencia machista como los de antaño y abogamos por un periodismo feminista que inunde todas las redacciones de España.
Columna publicada originalmente en el número 9 de El Papel de La Voz, que se puede ver aquí.