Dúdenlo. El caso Kylian Mbappé ya es una mancha más a los valores periodísticos. Y, por tendencia y por desgracia, no será la última. Desde hace unos años, el futbolista francés ha sido, junto con el adiós de Messi al Barcelona, uno de los temas estrella de la farándula deportiva. El debate, el fichaje por el Real Madrid tras numerosas intentonas del presidente Florentino Pérez.
Periodistas - o mejor dicho, alarmistas - deportivos insaciables de audiencia y visibilidad que juraban y perjuraban conocer la verdad absoluta sobre el futbolista, cuya máxima expresión era la discreción. El abuso de palabras vacías en búsqueda del sensacionalismo barato se unía con el afán por ser los primeros en contar la noticia. Noticia que, en ocasiones, ni existía. Contenido que apenas aporta valor y solo despierta sentimientos.
El lance Mbappé deja más en evidencia a gran parte del mal llamado "periodismo" deportivo que a la propia gestión del omnipotente Florentino. La frivolización del deporte, especialmente del fútbol masculino. Un cóctel envenenado convertido en espectáculo. Llegados a este punto, incluso el propio show generado en torno a una cuestión sería asumible si los hechos fueran reales, veraces y contrastados. Decir al público lo que quiere oír no es excusa.
Errar es humano. Pero si el contraste de los hechos es demasiado trabajo para algunos periodistas, mínimo, deben relatar el porqué de sus informaciones y disculparse si fuera necesario. La dignificación del periodismo debería ser una prioridad en este país de boquilla fácil. Especialmente, en una sociedad donde el acceso a internet hace que las posibilidades - que no capacidades - de difusión informativa se igualen en términos universales. Los canales de comunicación emergentes como las redes sociales así lo permiten. Y hacerlo al instante, minuto a minuto, en directo. La tentación de lanzar un tuit que confunde los hechos comprobados con la opinión.
Periodistas y ciudadanía. Sin duda, el único remedio capaz de hacer frente a la epidemia informativa. Unos desde dentro y otros desde fuera. Los primeros denunciando a aquellos que atentan contra sus valores; los segundos, optando con pensamiento crítico por otras fuentes informativas que conduzcan la banalidad al aislamiento.
Sucesos como este demuestran que hay programas que honran a su nombre y que el periodismo no puede ser ejercido por cualquiera. Ni por todo ser con teléfono en mano. La labor periodística sí necesita un traspaso, y no Mbappé.
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