He experimentado, como muchos otros, lo difícil y angustioso que es nadar contra la corriente. En esos momentos, el miedo me invade, las fuerzas flaquean, y llego a sentir que no puedo continuar. Este símil me transporta a mi juventud, cuando, impulsado por la imprudencia, me adentraba en el mar más allá de lo razonable. Hoy, al trasladar esta experiencia a la vida, empatizo profundamente con quienes intentan ser fieles a sí mismos, desafiando las imposiciones culturales.
Durante estos días de verano, al visitar la playa, no puedo evitar observar las diferencias y el trato desigual que la cultura ha modelado según nuestro género. No pretendo criticar la libertad individual de elegir, sino invitar a reflexionar sobre el porqué de estos tratamientos diferenciados y las consecuencias que pueden tener. En cuanto a la vestimenta, los hombres seguimos utilizando el bañador tradicional, con algunas variaciones en colores y diseños que lo modernizan. En cambio, las mujeres continúan usando prendas diseñadas para sexualizar sus cuerpos, haciéndolos atractivos para la mirada y el consumo en un mundo hipermasculinizado.
La mayoría de las mujeres, tanto jóvenes como adultas, y también los hombres, probablemente nos sentimos cómodos con esta diferenciación porque es lo que hemos conocido toda la vida. Las mujeres deben ser bellas y parecerlo; aquí es donde entra en juego la utilización del cuerpo. En contraste, los hombres no necesitamos hacer ningún esfuerzo; nos basta con ser como somos, ya que no se espera que utilicemos nuestro cuerpo para beneficio de nadie. La normalización del trato desigual nos ha hecho incapaces de reconocer esta realidad.
Sin embargo, hay personas que no se sienten cómodas con esta rígida división de roles entre hombres y mujeres, y que, contra viento y marea, nadan contra la corriente para ser quienes realmente son. Son personas a quienes solemos mirar como 'raras' porque se apartan de lo normativo: los chicos que muestran sus cuerpos, las chicas y chicos trans, o las chicas que prefieren un bañador tipo short porque no desean mostrar sus nalgas a nadie. Debemos apoyar esta valentía, esta ruptura con las normas de una cultura que nos diferencia y, en cierto modo, nos maltrata, y defender su determinación.
El enemigo es poderoso y se presenta como invisible; vivimos en tiempos de oxímoron. A veces me pregunto, ¿qué debe cambiar primero: el individuo o la colectividad? Me refiero a esta cultura que el sistema patriarcal ha introducido y sigue reforzando en nuestra psique. Una hormiga no explica el hormiguero, pero el hormiguero está lleno de hormigas. Cada uno de nosotros tiene tres capas: una biológica, otra etológica que determina nuestro comportamiento como especie, y que varía ligeramente según el entorno social y natural, y una capa cultural que influye profundamente en las diferencias visibles entre pueblos y personas. Además, operamos a través de marcos mentales que se forman según nuestra manera de pensar, influenciada por la educación y los entornos en los que nos movemos. Así, una idea que no concuerda con nuestro marco mental entra y sale sin más, mientras que aquellas que sí encajan tienen un impacto duradero.
Relaciono todo esto para intentar comprender por qué funcionamos como sociedad de la manera en que lo hacemos, por qué nos adaptamos sin protestar a realidades que no tratan a las personas con justicia e igualdad, y, sobre todo, por qué permanecemos callados ante estas injusticias.
Las palabras también importan; lo que nombramos y cómo lo nombramos tiene relevancia, porque son las palabras las que construyen los relatos, y son estos los que van conformando la percepción que tenemos de la realidad. Si nos acostumbramos a pensar o decir frases como "¡Qué buena está!", "Vaya culo tiene", o "Estás para comerte", sin darle mayor importancia, estamos tratando a las mujeres como objetos, ignorando a la persona. Esto va creando relatos, marcos mentales y una cultura que, en un momento dado, lleva a que algunos actúen violentamente contra ellas, ya que la idea del 'objeto sexual' se vuelve más influyente que la realidad de ser una persona. Así es como funciona el patriarcado, el machismo y su cultura.
En nuestro cerebro existen neuronas conocidas como espejo, que nos llevan a abrir la boca cuando vemos a alguien hacerlo, a sentir sueño cuando alguien a nuestro lado se duerme, y a imitar comportamientos, actitudes y hábitos. Estas neuronas también podrían tener responsabilidad en ese comportamiento de manada que nos lleva a aceptar lo que vemos sin cuestionarlo. Pero, ¿es posible luchar contra esta inercia y abandonar el grupo cuando observamos que no actúa correctamente? ¿Son nuestros marcos mentales los que nos impiden hacerlo? ¿Podemos modificarlos?
Entonces, ¿qué debemos cambiar primero? ¿La conciencia individual para poder cuestionar más eficazmente el pensamiento colectivo que nos dice qué está bien o mal, o debemos atacar directamente esa cultura que moldea nuestras conductas personales? ¿Le decimos a las chicas que no se pongan prendas que las sexualizan, o enseñamos a los chicos a valorar más allá del cuerpo como objeto? ¿Boicoteamos a las empresas que confeccionan estas prendas sexualizadas, a los medios de comunicación que las promocionan? ¿Cómo cambiamos esta realidad que, aunque nos guste, es injusta? ¿Cuál es nuestra responsabilidad como hombres en este trato desigual y en las violencias posteriores que genera? ¿Hemos reflexionado sobre ello? Tal vez sean demasiadas preguntas para un verano tan caluroso.
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