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Crisis existenciales

Una vez leí que a los ancianos les preocupa menos la muerte que a los jóvenes. En ese momento me pareció que aquello no tenía ni pies ni cabeza pero, a medida que voy cumpliendo años, siento que no es algo tan descabellado

11 de abril de 2025 a las 09:42h
Galaxia, en una imagen de archivo.
Galaxia, en una imagen de archivo.

Mi hijo me contó hace un par de días que, cuando se aburre demasiado en las clases de matemáticas, se le vienen a la cabeza temas trascendentes y comienza a tener crisis existenciales. Cómo se formó la Tierra, de dónde venimos, hacia dónde vamos. Me dijo que llega a tal punto su confusión, que termina echándose las manos a la cabeza ante la amalgama de posibilidades que se abren ante sí. Estuvimos charlando un poco sobre el tema, llegamos a echarnos unas risas y luego pasamos a otra cosa.

La verdad es que me hizo gracia su confesión porque, a su edad, a mí me pasaba exactamente lo mismo. Cuando me acostaba por las noches, empezaba a darle vuelta a asuntos metafísicos y todo me parecía demasiado grande para los pensamientos de un niño. Me asustaba la inmensidad de la galaxia (me abrumaba que no tuviese límites y, si los tenía, ¿qué habría más allá de esas lindes?), me planteaba si de veras habría algún Dios ahí arriba y pensaba angustiado en los millones de años que llevaba la Tierra girando sobre su eje y, sobre todo, qué ocurriría cuando esto dejase de suceder.

Supongo que a esas edades un niño está descubriendo la vida, pero también la fugacidad del tiempo y todo lo que ello conlleva. Yo pensaba en la vida pero también en la muerte, y es duro ser conscientes por primera vez de que algún día ya no estaremos aquí. No podemos conseguir la eternidad y no es fácil asumir una pérdida tan apetitosa.

Por fortuna para mí, esos pensamientos desaparecieron de mi cabeza hace tiempo. Volaron, huyeron, se esfumaron. No sé el momento exacto pero ya hace mucho que los pensamientos sobre los precipicios infinitos dejaron espacio a temas más cotidianos. Asuntos más relajados y más amables. Planteamientos más mundanos que hacen de mis sueños un refugio más seguro.

Una vez leí que a los ancianos les preocupa menos la muerte que a los jóvenes. En ese momento me pareció que aquello no tenía ni pies ni cabeza pero, a medida que voy cumpliendo años, siento que no es algo tan descabellado. A mí cada vez me atormenta menos la muerte y me interesa más la vida. Me centro en observar el perfil de mi hijo mientras ve la televisión, ayudarlo con los deberes, celebrar juntos que hemos conseguido un nuevo personaje de Brawl Stars. Eso es lo verdaderamente importante. Lo demás, aquellos pensamientos imponentes, para mí ya perdieron su valor.

Tal vez, la vida sea hermosa porque algún día se acabará. Si fuese eterna, como los ricos que se cansan de su opulencia, puede que no la valorásemos tanto. Dan ganas de vivir aunque sea por simple curiosidad. Ya no me importa lo que hay más allá. Sólo me interesa lo que tengo entre las manos. El aquí y el ahora. No mucho más. Es suficiente con esas gotas frescas que salpican nuestra cara cada mañana.

Vivamos. Y que luego pase lo que tenga que pasar.

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