Me gustan los días soleados pero no me desagrada la lluvia. Supongo que, para los que no somos el alma de la fiesta, es un tiempo que nos viene bien. La lluvia te deja en casa y eso para algunos no es una mala noticia. El sol es alegría y la lluvia es nostalgia, y no pasa nada por añorar de vez en cuando.
Hay algo que siempre me ha llamado la atención: cómo se valora más la felicidad de la persona que lo hace de paredes hacia fuera que la de la que lo disfruta dentro de su propio hogar. Parece que una persona sólo puede ser feliz de verdad tomando el sol en la playa, subiendo una montaña o a bordo de un pequeño yate que ha alquilado con los amigos. La que lo hace leyendo un libro bajo una manta gruesa mientras bebe un café caliente es feliz pero menos. Y no me parece mal, pero sí me resulta extraño. Que la felicidad tenga baremos concretos. Que cada uno no pueda, en cierto modo, marcarlo con sus propias pautas.
A todos nos cansa la lluvia, pero creo que algunos la disfrutamos en silencio, como si fuera algo de lo que avergonzarse. Recuerdo una anécdota de cuando era pequeño. Estaba en clase con mis compañeros, era viernes, y la profesora dijo que posiblemente ese fin de semana fuese a llover. Todos mis amigos comenzaron a protestar, pero yo vi por delante un panorama alentador de dos días felices en mi casa junto a mis padres y mi hermana y exclamé: “¡ojalá!”. En ese momento mis amigos se callaron y uno de ellos me miró con cara de verdadero odio, como si mi deseo tuviese el poder de modificar la realidad. Desde entonces, nunca más he deseado que llueva. Al menos públicamente.
La lluvia desata nuestra tristeza y la tristeza tiene una poesía que no tiene la felicidad. La tristeza es inspiradora y de ahí pueden salir cosas buenas si uno sabe canalizarla por el sitio adecuado. No pasa nada por que aflore nuestra melancolía. El arte, por ejemplo, está lleno de melancólicos formidables.
Lo que más me gusta de la lluvia es que aplaca a los extrovertidos. A los tímidos nos gustaría serlo, no crean, pero nos tenemos que conformar con nuestro carácter de andar por casa. La lluvia cancela los planes de los que no tienen problemas para socializar y eso es algo que, secreta y egoístamente, un tímido agradece. En ese momento no tenemos que ver las fotos de los demás disfrutando de una vida que a nosotros nos cuesta alcanzar y que tanto nos hace replantearnos nuestra existencia. Porque disfrutar en casa está bien pero, ¿de verdad nos estamos perdiendo tanto sin salir ahí fuera? Es posible. Por lo pronto, en los días lluviosos los extrovertidos lucen tan alicaídos como nosotros y eso ya es algo. Porque la lluvia, como la muerte, nos iguala a todos.