Por cosas imprevistas el pasado sábado que tenía previsto trabajar en casa, finalmente tuve que tomar mi coche a las ocho y media de la mañana y dirigirme a la oficina. Un treinta de diciembre es un sábado en el que todo aquel que puede evitar trabajar y disfrutar de un largo fin de semana hasta que el martes. Conduje así por una autovía prácticamente desierta, pudiéndola disfrutar de forma más relajada del paisaje por la poca afluencia de tráfico. Aparte del paisaje, mi vista se fijó en una pequeña grieta del asfalto de la carretera en la que sobrevivía mi flor favorita, un pequeño girasol.
Una sonrisa de conciliación con la vida y el mundo en general renació de mi rostro, junto con un suspiro y una reflexión inmediata “Antes de morir vive”. Es fantástico lo que puede provocar la existencia de una pequeña flor. Tal vez precisamente todo lo vivido este año que justo hoy termina haya motivado aquel momento de meditación que experimenté al volante. Pero cuando hablo de lo vivido no me refiero a lo que “nos enseñan” las malas experiencias, al contrario, y el más difícil todavía, les puedo decir que en estos trescientos sesenta y cinco días he logrado encontrar la capacidad de extraer de las situaciones felices el valor de las mismas y que en la mayoría de los casos por la euforia olvidamos cuando se aleja la sensación de felicidad y como se suele decir “a otra cosa mariposa”.
Porque así es la felicidad, la puedes encontrar en observar el vuelo de una pequeña mariposa y tan efímera como el vuelo de estas crisálidas. “Vivir no es tan solo respirar” magnífica frase de uno de mis cantautores favoritos (busquen el nombre del autor y escúchenlo, así será más emocionante) aunque también desde hace meses hay personas que por esas injustas y absurdas guerras se conforman con seguir respirando. Y volvemos a lo que todos tenemos en la cabeza, hoy que es el último día del año y seguramente será cuestión de en lo que cada cual crea, pero esta noche y por tradición da igual lo ha acontecido el año que dejamos, se nos da la oportunidad de pedir doce deseos, uno por cada uva de la suerte que nos tomamos.
Y probablemente muchos de los deseos que pedimos mientras nos atragantamos con las uvas sean segundas oportunidades. Pero yo creo que cuando comienza un nuevo año tenemos no una segunda oportunidad, sino trescientas sesenta y cinco. Cada cual decide para que y lo importante, aunque nos parezcan más que suficientes, es no dejar pasarlas, detenernos frente a ellas, observar con una sonrisa y lograr con esfuerzo aquello que en ocasiones se nos presenta como imposible. FELIZ VIDA o al menos ¡Vamos a intentarlo!
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