Mañana es un día de lazos morados, de educar, de reflexionar, de decidir por parte de unos cuantos, de cumplir leyes y transformar algunas ya inservibles desde su creación. Es muy triste habitar una sociedad, un mundo en que se celebre un día en contra de la violencia de género. Es frustrante que solo una vez al año nos unamos contra la violencia y el resto de los días esta lacra social quede en el olvido junto con los miles de víctimas.
Es inconcebible que una niña de tres años sepa que es el machismo, que a esa edad esa asquerosa palabra forme parte de su vocabulario y la utilice cuando un compañero de guardería no le deja jugar a la pelota. Es frustrante como la esperanza se vuelve cada año más lejana cuando cada veinte cinco de noviembre se vuelve a conmemorar el día internacional de la violencia contra la mujer. Mañana es un día en que las víctimas de la violencia machista volveremos a sentir impotencia ante las imágenes de los que consienten que se emitirán en los medios de comunicación, prensa y redes sociales.
Hace unos años escribí este pequeño relato que hoy quiero hacer público en memoria de las mujeres que ya no están, de las que están sufriendo en silencio, de las que gritan y no son oídas. Y trasmitir un mensaje esperanzador para tantas que por desgracia aún se sienten muertas a pesar de estar vivas: No dudéis jamás que nacer mujer es un regalo, la violencia jamás está justificada, no importa quien la ejerza, ni tu pareja, tu jefe, tu padre, tu hermano, solo te perteneces a ti misma y ninguna persona debe maltratar a otra. Sacad fuerzas y convertid esos duros golpes en cicatrices es posible, y de esta forma podréis recordar con orgullo todo aquello que superasteis. Ojalá el día de mañana, no volviera jamás a celebrarse.
La caída
La puerta golpea al cerrarse. Deseo transmutarme en el felpudo de la entrada. Encontrar valor para dar la bienvenida a cualquiera a pesar de ser pisoteado.
Oigo un sonido. La hebilla de su cinturón se arrastra por el suelo, como si fuera una serpiente de cascabel, que acecha a su víctima. Sesgo las heridas de mi cara. Pretendo desafiar al basilisco.
Mi cuerpo está ahora inerte, mojado. Huelo a orina, sangre y excrementos. Salgo a rastras de la bañera, me cubro con su albornoz.
La puerta timbrea taladrándome en la cabeza. Un vecino me mira lascivamente, me entrega unas llaves.
- Se les debió caer, las encontré en el felpudo. - Me dice con una mueca similar a una sonrisa y sin dejar de examinarme.
Peregrino por la casa cojeando hasta llegar al baño. Delante del espejo, busco alguna forma de belleza ante un reflejo deforme.
Una lágrima hace el intento de escaparse por mi rostro. Quizá buscando complacerme.
Autoría: Vanessa Belizón.