Una cosa horrible debe estar sucediendo, hasta mis oídos llega el sonido de algo que se acerca. Podría tratarse de un gigante, no me gusta la sensación que tengo y me produce dolor, estoy aterrado. Nadie a mi alrededor parece darse cuenta, todos actúan con normalidad y solo Chispas parece alterado y se ha puesto a ladrar sin cesar. No soporto cuando lo hace, no me siento seguro, nadie nota que tengo pánico. Me aparto de todos intentando huir del gigante que cada vez parece estar más cerca. Chispas corre delante de mí, pero no logró alcanzarle. Necesito encontrar un escondite tan bueno como cuando juego con Ana en casa y al final se enfada porque no logra encontrarme. Más adelante veo una puerta abierta, si entro y la cierro el monstruo no podrá verme.
Hay una escalera, pero estoy cansado para subirla, me escondo detrás y me tapo los oídos intentando no escucharlo para poder calmarme. Afuera se oyen aullidos y ladridos de perros que me ponen muy nervioso, ahora solo deseo un abrazo. No sé rezar, la abuela intenta que aprenda, pero siempre me dice que soy muy despistado, así que como hago todas las noches antes de irme a la cama uno las manos, y espero que tal como asegura la abuelita Dios escuche mi silencio. El miedo acaba mojándome la cara y los pantalones, empiezo a tener frío y a temblar ¿Cuándo se irá el monstruo? Ahora percibo que algo ha debido cambiar afuera, se oyen voces de personas que gritan, y he dejado de oír al gigante, tampoco los perros ladran. Salgo de detrás de la escalera y abro la puerta despacio, miro a las personas que caminan frente a mí de un lugar a otro, pero no reconozco a ninguna de ellas. La puerta se cierra a mis espaldas y me quedo junto a ella, quieto, es lo que debo hacer si no sé dónde estoy, nunca caminar de un sitio a otro. Estoy cansado y el pantalón que ha mojado el miedo se me pega en las piernas haciéndome sentir incómodo.
Siento que el trasero se me hiela al poco de sentarme en la acera ¿Cuándo vendrá mamá? Siempre me promete que si me quedo quieto donde esté ella podrá encontrarme. La cara se me vuelve a mojar, debe ser de nuevo el miedo. Muchas personas pasan por mi lado y me miran de forma diferente, igual que los niños cuando mamá me lleva a buscar a Ana a su colegio. De nuevo escucho ladridos de perro, me tapo los oídos y cierro los ojos muy fuertes deseando que el animal pare. Para mi extrañeza ahora algo me moja una de las manos, la aparto de mi oreja y compruebo feliz que no ha sido el miedo ¡Chispas ha venido a buscarme! Lo acarició y no para de mover su rabo y darme lametones que me siguen mojando, pero no me importa, estoy tan contento que ya no noto ni el frío de mis pantalones. Mamá también ha llegado, tal como me prometió. Tiene la cara preocupada y mojada, aunque ahora no sé si por el miedo o por la risa. La cara se puede mojar por miedo o por risa, eso me lo enseñó Ana. Mi hermana también está ahora con nosotros y al verme ha corrido hacia mí a darme un abrazo “Te abrazaré así de fuerte cada vez que se escuche un petardo”, me dice al oído como cuando me cuenta algún secreto que siempre olvido. “Petardo” debe ser el nombre del gigante, pero ya sé que no me volverá a dar miedo ni volveré a mojarme, mi hermana me lo ha prometido.
“Del otro lado del miedo se encuentra la libertad” (Anónimo)
Comentarios