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Lechuguillas

Soy de esas personas que opinan que cuando elegimos para taparnos con alguna determinada prenda de vestir o adorno es porque queremos dar un mensaje, expresarnos e incluso ocultar algo

09 de febrero de 2025 a las 07:55h
Jerónimo de Cevallos, El Greco, 1613, obra en la que se distingue la lechuguilla.
Jerónimo de Cevallos, El Greco, 1613, obra en la que se distingue la lechuguilla.

Debido a mi gran amor al arte, sigo por redes sociales a personas que tienen mis mismas inquietudes artísticas, que son estudiosos del arte, de la historia, etc.… No hace mucho una de esas personas a las que sigo “fckagnes” se hace llamar en redes, publicó un pequeño video donde explicaba la historia de una prenda de vestir que se usaba en España en el siglo XVI y cuya moda llegó hasta el reinado de Felipe IV. Es de grandes proporciones y ocultaba todo el cuello de la persona, dejando asomar la cabeza por encima y que era símbolo de estatus social y de poder. Cuanto más grande fuera la gorguera o lechuguilla mayor poder o estatus social denotaba quién lo vestía. Todo esto, y aunque no les parezca algo usual, me hizo pensar que el ser humano no ha evolucionado nada, y mucho menos en los aspectos más importantes para que una sociedad y en definitiva el mundo funcione.

Ya en la prehistoria y en muchas antiguas civilizaciones, cuando debían tomar decisiones importantes, acudían a los ancianos y la última palabra de estos era por la que se guiaban para solucionar cualquier conflicto y problema. Curiosamente, ese era el papel de los más viejos en esas, sociedades, tribus, urbes… Ese y además cumplían con otra función casi más importante, la de educar a los niños ¿Da que pensar no? En nuestra sociedad a los sesenta y pocos años jubilamos a las personas, ya no son útiles, sea cual sea el papel o cargo que desempeñe y los niños son educados por maestros que empiezan a ejercer como tales a los veinte tantos años, cuando aún no han experimentado ni la mitad de su media de vida. Y por supuesto se les vuelve a jubilar a los sesenta y tantos. Sin lugar a dudas y según los resultados tenemos un modelo de sociedad y de educación intachables ¡Qué sabrán las tribus y los de las cavernas!

No hace falta que volvieran a estar de moda las lechuguillas y pensándolo bien sería un gran problema para hacer vida social de que estas volvieran a usarse. Desde el panadero que vende más que el del final de la calle hasta el dueño del bazar, que tiene un local mayor que el de enfrente, llevarían enormes gorgueras en sus cuellos, así como sus esposas, hijos, nueras, llenos, nietos… El alcalde llevaría uno tan enorme en el que se podrían posar las naves a anidar y el de su señora esposa tendría un tamaño tan significativo que en el teatro solo podría ocupar ella el palco (la soledad del poder) algo que no lamentaría, puesto que el ego y el sentirse por encima de los demás alimentaría a su espíritu y alma podrida, y erróneamente es lo que le haría sentir felicidad.

Pero luego están los que “son unos muertos de hambre” pero han conseguido una lechuguilla multitudes, dar pequeños golpes y producir arañazos a su vecino de al lado o a su compañero de trabajo con la gorguera. Algunos las usan de forma invisible, pero nadie duda de que las llevas puestas ante la arrogancia y la superioridad con la que caminan y tratan a los que les rodean. Si observan obras de arte compuestas de retratos u autorretratos elaborados sobre el siglo XVI, seguro que es inevitable pensar que llevar una lechuguilla al cuello era una ridiculez, además de la incomodidad de dicha prenda y ¡No solo se llevaban al cuello también en las mangas de los brazos! Y si eso se les hace ridículo, observen a su alrededor a todos aquellos que hoy día lucen su gorguera invisible, ostentando por todas partes su poder y estatus. En mi opinión es vergonzoso y lamentable, pues son los mismos que han iniciado, que han permitido y que apoyan y consienten que a día de hoy existan cincuenta y cuatro países en guerra.

Se acercan las fiestas del carnaval y les sugiero que este puede ser el mejor momento para aquellos que buscan a lo largo del año el momento idóneo para rodearse el cuello con sus lechuguillas, así las risas de los de la clase baja cuando los vean portando piezas tan absurdas dolerán menos. Soy de esas personas que opinan que cuando elegimos para taparnos con alguna determinada prenda de vestir o adorno es porque queremos dar un mensaje, expresarnos e incluso ocultar algo: estados de ánimo, miedos, inquietudes pueden leerse en todo aquello con lo que ocultamos un cuerpo humano que nace desnudo ¿Querrían espantar a la muerte estos caballeros y nobleza del siglo XVI portando gorgueras a sus cuellos? ¿Serían tan arrogantes o imbéciles que pensaban que la muerte pasaría de largo si tapaban con esta prenda sus cuellos? No es la primera vez que el ser humano pretende hacerle burla a la muerte, recuerden la tan extendida fiesta de Halloween que ya se celebra en todo el mundo.

Pues recuerden a partir de ahora que aquellos que pasan por nuestro lado y al mirarlos decimos para nosotros mismos “mira ese, se cree alguien”, no duden que es una lechuguilla y reprimido, además, porque no se atreve a lucir su gorguera para que no lo señalen con el dedo. Y es que todos somos iguales luzcamos una lechuguilla, un collar de Tous, llevemos un reloj Rolex o paseemos montados en un Tesla; a la lechuguilla se la comerán los gusanos, el collar y el reloj lo heredaran un familiar y acabaran empeñados, el Tesla será vendido por la mitad de su valor o estrellado por una persona que descansará bajo tierra en un agujero de las mismas medidas que el tuyo y al que su gorguera también roerán los gusanos. La vida es una y hay que vivirla, pero de verdad. El cuello tiene la función de sujetar la cabeza, (En la que no deberían caber pensamientos tóxicos) y procura que cuando se acabe el viaje, además de haber ido con tu cabeza bien alta (sin necesidad de gorgueras o lechuguillas), que la nuca, el gaznate y el cuello estén repletos de besos, abrazos y muestras de cariño de aquellos que hicieron bonita tu vida, pues esos no los podrán destruir nadie, ni siquiera los gusanos.

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