Inevitablemente y a diario nos hacemos ideas previas sobre las personas y el entorno en el que convivimos. Casi con seguridad las mismas, no tienen relación con la realidad y pueden provocar consecuencias en la intercomunicación entre individuos. Si traduzco todo lo anterior escrito, deciros que en esta ocasión quiero tratar sobre los estereotipos sociales y la discriminación que pueden provocar los mismos.
En este país vamos de “guays” por la vida, de super tolerantes, asertivos, “yo no me asusto ya de nada” es la frase con la que a muchos se les llena la boca, pero son los mismos que evitan temas de conversaciones o situaciones en los que si no quieren sentirse incómodos o mostrar realmente como son deben mentir inevitablemente. Hay quien, por ejemplo, habla de la homosexualidad y aunque esté rodeado de personas que saben sobre la elección sexual de un familiar distinta a la hetero, evitan hablar de ese miembro de la familia que está claro, incómoda y de ahí el silencio.
Dicho individuo ha tenido hace meses una conversación con su hermana de lo más tolerante y mostrándole todo su apoyo incondicional al decirle “respeto tus decisiones y gustos, pero al menos prométeme que no te cortarás el pelo demasiado y no te vestirás como un macho”. Y esa noche durmió satisfecho y tranquilo porque todo lo que le dijo a su hermana es por su bien y para que la gente no piense nada “raro” de ella. Al día siguiente contará en el trabajo un chiste de lesbianas y ya quedará todo normalizado. Así, de magníficos somos aún un porcentaje bastante elevado de la población española. Opino de los españoles porque vivo en España y no en Noruega, aunque me da igual como sea en otros países, si algo es malo lo sigue siendo en Londres, París o New York.
Alucino cuando alguien conoce por primera vez a una pareja de amigos o de mi entorno y preguntan ¿Ella es mayor que él no? Y si es así, es evidente, lo estás viendo al igual que todos, ¿por qué preguntan? Pero ojo que esto no suele ocurrir si el mayor es el hombre. Se acepta con normalidad que un hombre de 50 años esté con una chica de 18 años de edad, pero si una mujer de 50 años tiene una relación con un hombre de 20 conlleva hacer mil preguntas que denotan extrañeza y, por supuesto, prejuicios. Incluso he escuchado decir a hombres que jamás empezarían una relación con una mujer más alta en estatura que ellos. Y muchos pensarán que soy muy exagerada y que estas situaciones hoy en día no pasan, lo siento por los que se pretendan engañar a ellos mismos, porque tristemente sí ocurren. Es vergonzoso, pero no por ello deja de suceder. Y que no se confunda nadie, no estoy tratando el tema del machismo o el feminismo, se trata de los prejuicios y la discriminación hacia los demás que esto provoca.
No voy a dar lecciones sobre cómo acabar con los convencionalismos y la exclusión hacia los demás, pues considero que estas son lecciones que se imparten o deben inculcar desde edades bien tempranas. Eso sí, opino que el ejemplo sería una buena herramienta de educación. Quiero pensar que en los patios de los colegios hoy no se encuentre ningún niño solo jugando con una piedra o con la arena por cosas como la obesidad, que use gafas, tenga asma, que sea más bajito que el resto, que padezca de cojera, etc.
Creo que, si fuera conocedora que en el colegio de mis hijos ocurren estas cosas, llegaría a la conclusión que no elegí bien el sitio donde mis hijos deben completar su educación y no me gustaría que tuvieran diariamente en sus vidas, ese ejemplo de cómo hay que tratar a los demás. Y sigan llamándome exagerada, pero hay consecuencias muy graves por los prejuicios que no frenamos a tiempo, de ellos se originan el bullying, la ley del hielo, ghosting y otras acciones que hacen mucho daño emocional a las personas de toda índole y edades.
Todos en mayor o menor medida hemos discriminado a alguien. Todos tenemos prejuicios y no nos podemos ni debemos excusar en el origen de los mismos. En muchas ocasiones y sobre todo por el entorno y la influencia de lo que nos rodea o quienes nos rodean no es fácil dejar atrás los prejuicios, incluso el miedo a sentirnos excluidos o a la imagen que los demás puedan tener de nosotros nos hace no acercarnos a personas que muy pocos conocen porque nadie ha sido tan valiente de querer conocer al menos popular del trabajo, del instituto, del gimnasio o de la clase de yoga. Pero recuerda que no podemos querer recibir lo que no damos y que seguro alguna vez te has sentido apartado y rechazado ¿Te gustó la experiencia? Piensa y pon en práctica esa frase tan usada, pero que la mayoría de las veces se queda en el aire. “Lo que no quieras para ti, no lo desees para los demás”.
Tras leer este texto espero que no sigas pensando que convivimos en una sociedad maravillosa, solidaria, amistosa y donde el amor fluye por cada esquina. Estamos rodeados de tabús y esto no deja de ser un problema social grave y con consecuencias aún más graves, si aún no lo ves plantéate que posiblemente tienes que reflexionar por qué de tu ceguera. Doy la razón a aquel que dijo “Los prejuicios son la razón de los ciegos”.