La aplicación de la Ley de la Memoria Histórica y la Ley de Memoria Democrática en Cádiz capital ha producido no pocos conflictos por la resistencia de ciertos sectores sociales y políticos a que sea aplicada. Dos puntos concretos de ese conflicto han sido el estadio dedicado a Ramón de Carranza, y la placa dedicada a José María Pemán. El proceso para el cambio de nombre del estadio se hizo a través de un referéndum, en el que no faltó la suplantación del alcalde de la ciudad, José María González Santos, por un ciudadano.
A la retirada de la placa en recuerdo de José María Pemán le ha seguido la colocación de flores en la reja de la ventana de su casa natal, una petición de Alfonso Ussía a través de sus redes sociales, así misma seguida de la aparición de unos letreros que recordaban las purgas contra los maestros y el ataque contra el monolito de la Plaza de Asdrúbal en recuerdo de los 200 asesinados por los golpistas en junio de 1936.
Ayer, tras diecisiete años publicando en el Diario de Cádiz, Pepe Pettenghi vio rechazado este artículo:
Placas, nombres, vidas
Otra vez Carranza. Otra vez Pemán. Que no fueron franquistas, ni participaron en el golpe de Estado de 1936 ni en la represión posterior.
Dicen que Carranza no fue golpista. Pero él mismo -en este mismo medio el 16/8/1936- alardeaba de su contribución: “No hace mucho estuve en Estoril, planeando con el general Sanjurjo el Movimiento actual…”. Gol en propia puerta de Carranza.
Después requirió el favor de Queipo para ser nombrado primer alcalde y gobernador civil del franquismo. Desde ahí procuró la depuración del personal municipal, intervino en la purga de los maestros locales, informó a la Justicia militar sobre personas que acababan ante un juicio sumarísimo. O quizá ni eso, sino con dos tiros y tirados en medio de la calle como perros. Incluso se ofreció a mandar una milicia cívica para la toma de Madrid.
Los que afirman que Carranza no fue golpista, llevan razón: Carranza fue un golpista entusiasta.
Por su parte, Pemán fue fiel al lema: “Si deseas pasar a la posteridad, no inventes una vacuna, hazte una biografía”. Lo consiguió. Hoy para el vulgo es un afable abuelete -algo clasista, eso sí- que hacía favores a los pobres. Monárquico y demócrata, tuviera que ver.
Pero es incuestionable que fue un intelectual orgánico y un propagandista al servicio del franquismo. Y un jerarca del fascismo, en el primer gabinete de Franco y como consejero nacional de FET y las JONS. Y autor intelectual de la purga del magisterio nacional.
Su tradicionalismo reaccionario es asunto suyo, pero de su actuación pública Pemán jamás se disculpó. Aún en 1971 decía que “la guerra la ganó España”. Hábil y escurridizo, fue escribiendo su biografía en función de sus necesidades.
Su obra, su obra, arguyen sus adeptos. Y estoy seguro de que no han leído las bochornosas loas a Franco y al militarismo borriquero de primera hora. Ni la ridícula mojigatería de El Divino impaciente (un Tenorio para beatas, como dijo uno). Ni el antisemitismo del Poema de la Bestia y el Ángel, ni los retorcidos infortunios patrióticos de Cuando las Cortes de Cádiz, ni el resto de toneladas de indigesto costumbrismo.
Hoy, una Ley manda quitar sus nombres del espacio público. Sin venganza, sin borrar ni desvirtuar el pasado. Sólo mostrando que la Historia se construye con sus propios materiales.