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Camarón por seguiriyas. Momento 1.40

Camarón, sobre la enea, escucha. No sé a quién sonríe, pero observo una sonrisa frágil, endeble como lo es la vida

21 de enero de 2025 a las 11:02h
Camarón por seguiriyas.
Camarón por seguiriyas.

El duende de las seis cuerdas, ayudándose de bemoles y mayores, se promete echar abajo la puerta de los cipreses. Digo duende porque soy flamenco pero duende es todo aquello humano, sin sexo ni tiempo ni ego, que lucha por su existencia más allá del presente, a base de verdades y pasados.

Camarón, sobre la enea, escucha. No sé a quién sonríe, pero observo una sonrisa frágil, endeble como lo es la vida. Es una de esas sonrisas que el ser, en contadas ocasiones, se regala al fondo de sus ojos; la misma que las almas dibujan en las miradas de sus nuevas criaturas cuando nacen. La tragedia es que al instante -olvidando lo que somos- rompemos a llorar.

Lerele Ay. Gravita la queja marinera de Camarón sobre la galaxia de su camisa. Cielo estrellado por astros pálidos. Y José, en busca de otra muerte que le renueve, se quiebra de nuevo. Ayyy. Ya es una queja traída de las entrañas del agujero negro donde no existe ni la vida ni la muerte: epicentro de la verdad universal. Pestañas y lunares de carbón, mejillas hundidas por la cal, garganta de hierro fundido. Todo se puede encontrar en el corazón del planeta. Sólo hay que ayudar a escarbar y querer escarbarse en uno mismo.

La guitarra se lanza de cabeza al precipicio. En el fondo, nada. Solo piedras y más piedras. No soy de esta tierra exclama el secuestrado por las diez fatigas del mundo. El cantaor desafía a Dios con el mirar. No soy de esta tierra ni conozco a nadie. El artista se mira la punta de sus zapatos. Se sabe solo, pero no se siente solo como ocurre con los derrotados de Julio Mariscal. El que lo haga. Es el desgarro del andaluz, rescatado de las sombras de la celda, la galera y el cortijo. El cantaor suplica por instinto. La súplica, los del sur, la tenemos clavada en lo más hondo. Tantos siglos bajo la mandíbula de los perros. Y justo ahí -en el minuto 1.40- es donde Camarón aprieta sus dientes para apagar las llamas de su anunciada expiración. Hoy no moriré alumbran sus sienes. Quien lo hiciera a bien pá mi niño exclaman al unísono los apalizaos de la Tierra. Explotan los tímpanos de los amos del mundo; revientan los corazones de los que se hacen los sordos. Que Dios se lo pague sentencia Camarón, echándose el alma a un costado, sabiendo que ahora, después de haberse partido el pecho y la garganta por nosotros, puede morir tranquilo. 

 

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