Tengo la virtud de estar en varios lugares al mismo tiempo y la desgracia de no poder exprimir ninguno. Aún así, construido desde el error maldito, quiero haceros testigos de un milagro sólo al alcance de los que sienten: el milagro de convertirse, por unos segundos, en centro del universo. Tarifa. 12:07. Cuando llegué, ella se encontraba ya descalza. La arena dorada de la playa, impulsada por los vientos africanos, se peleaba por introducirse en las rendijas de sus pálidos dedos. La artista, para los perros vagabundos que se acercaban a la reunión, era una inofensiva araña de carne y coral esmaltado. Mediodía y el Siroco se divertía atormentando mis cinco, ya de por sí, atormentados sentidos.
No quiero más mujeres con el poder de las veletas. Pero ella, anclada a su silla, verdaderamente no hacía nada para cambiar los destinos de los allí presentes. No se movía un milímetro del espacio que ocupaba en la luz de la recién estrenada primavera. Las notas de su violonchelo, en cambio, se desplazaban sobre nuestra piel despierta como las hormigas profanan las bocas abiertas de los que sueñan. Alguien decía su extraordinario nombre y los más despiertos podíamos contemplar cómo respiraba su nombre corto en las cuerdas de nuestras almas. Alguien decía amarla y la tierra, bajo el cuerpo del derrotado, se abría de golpe, invitándolo a que se lanzara al vacío. Yo, que os revelé que tengo la virtud y la desgracia de estar en más de un lugar al mismo tiempo, cerré los ojos y salté. Hammers. Fuse. Si no sabía estar allí, tampoco quería estar en ningún sitio. Jerez. Calle Tornería. 22:35. Estoy justo detrás de Antonio.
Tan cerca que puedo decir que no sé dónde empieza él ni dónde acabo yo. Aquí, bajo el palio, todo es oscuridad. Universo costalero reducido a piedra de agua y cera fría. La única luz que les llega es la que logra escapar del mundo de los vivos a través de los respiraderos y que termina incrustándose, no sin esfuerzo, en el corazón de sus sienes negras. Llena eres de gracia. El oxígeno que respiran es el que escupe el adoquín y la pena de los que abren la comitiva. Oxígeno primitivo.
Todo es bendita eternidad rebelan los cirios blancos y para Antonio, esa verdad de incienso y corneta, le colma de consuelo porque siente en su pecho que su hijo, con cada levantá, lo está devolviendo con dulzura desde su adiós al mundo de los presentes. Puro amor universal que a Antonio siempre le acompañará, más allá de los tiempos que dicten los planetas y por encima de la propia palabra de Dios. Sevilla. Alameda de Hércules. 01.42. Salto cuántico. Ha sido escarbar en lo más hondo de mi ombligo y aparecer de golpe, sin esperarlo, en un banco de la Alameda. Las miradas de recogida, con las que me cruzo, llevan el almíbar morado de las procesiones.
Veneno dulce porque nadie, y menos ahora, se detiene en la mirada del otro. Las bocas, en cambio, arrastrarán hasta bien tarde el azúcar químico del algodón y la bilis de los fariseos. Un muchacho, herido de olvido y sombra, ocupa uno de los costados de la plaza. Tiene nombre y fecha de ser como tiene hambre y también sed. No me pregunten porqué porque sería, incluso, capaz de morderos. El porqué es lo de menos. Lo importante es que tiene hambre y sed pero yo, ya os dije, no puedo hacer nada. Me encuentro a dos pasos pero imposible. Soy yo de muchos los desgraciados que están en todos los lugares del mundo y en ninguno al mismo tiempo. Yo -en mi centro del universo- lejos de todo rastro de vida.