Hay vidas que solamente se entienden en blanco y negro por cómo se aferraron, en su momento, a existir en el desastre. Por cómo se encariñan todavía a la tragedia constante, esa que es condenarse -estúpidamente para algunos- a una vida con escasos momentos de felicidad. Siempre nos quedará París replica Bogart bajo su amado cielo oscuro pero su París teñido de besos y abrazos en blanco y negro, para la gran mayoría de los mortales, es un capricho de amantes que no saben del infame presente. Hitler es el amo del mundo y ellos jugando a estar enamorados. Amor ingenuo chillan los que viven a toda pastilla y a todo color. En cambio, Ingrid Bergman no hace hueco a los insultos. Sólo llega a sus cenizas sienes los versos de Edith Piaf: cuando tu me besas, el cielo suspira. El piloto del aeroplano espera. El rugido de un motor es la banda sonora de los amantes oscuros. Un ir y venir de almas pasajeras. Viajes, de ida y vuelta, hacia ningún destino. Dos verbos contrarios, ir y volver, atados de por vida por un beso de medio minuto detrás de una puerta a cara descubierta o una caricia bajo la mesa.
Boca negra. Labios negros. Piel pálida. As time goes by. No hay nada más lejano que dos sombreros grises rozándose, tibios, bajo la tormenta. Debes recordar esto: un beso es solo un beso. Pero los que aman, no lo sienten solo como un beso. El amor es el campo de batalla donde combaten la verdad y la mentira. Donde se enfrentan lo vital con lo innecesario. Dije que nunca te dejaría. Y sabe Bogart que nunca lo dejará porque en ella, como en él, palpita la idea de que el mundo siempre dará la bienvenida a los amantes.
La esperanza, lo único que es capaz de mantener a flote este mundo, brota de los ojos de la mujer en forma de lágrima. Una lágrima tan transparente que soy capaz de ver en su interior los versos que le robaron a Lorca. Tú, nunca sabrás lo que te quiero.