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El verdugo

José Gómez El Zapatero, el más anciano de los sentenciados, había estado trabajando en su barrio durante 40 años

14 de enero de 2025 a las 10:55h
El verdugo, por Santiago Moreno.
El verdugo, por Santiago Moreno.

Los condenados, todos sin excepción, compartían el mismo verdugo. José Gómez El Zapatero, el más anciano de los sentenciados, había estado trabajando en su barrio durante 40 años. No había conocido otra obra en su vida que el olor de los cueros engrasados, la fragilidad de sus hilos de algodón y la música que proporcionaba esas puntillitas que clavaba en las suelas de sus flamencas. Cuando termine mi subida, me haces el macho de María Borrico reclaman las bailaoras que no mienten.

Poco a poco, como si el sol perdiera su centro, los descalzos empezaron a escasearle porque decidieron gravitar, de malas a primeras, en otras órbitas más aceleradas y baratas. Nada de trato personal. Se paga por adelantado se lee ahora en los establecimientos modernos, los que anidan las periferias. Y José Gómez El Zapatero se vio obligado a cerrar su local, antiguo como lo es el aire.

A María La Confitera, rubia como el almíbar del cabello de ángel, le sucedió más lo mismo: capital. Le noqueó la crisis del dos mil siete como los tigres de Dalí -hechos a medida y semejanza- devoran las manecillas de nuestros relojes. Tres barras un euro en la tienda de al lado.Se impone la cantidad a la calidad. No importan las futuras alergias, ni las eternas obesidades. El dinero está por encima de nosotros grita eufórico, desde los infiernos, Adam Smith. Y los pobres diablos masticando pan de chicle y trigo trasgénico.

Las manos de María siguen oliendo a nieta y a canela. Su ropa triste, en cambio, a lejía barata. Su alma triste, impuesta por una prima de riesgo, a ibuprofeno y paracetamol. Compra dos, llévate tres en los grandes almacenes se propaga. Acumula, acumula teorizan los cerdos magnates mientras en sus baños hay revistas que estudian los beneficios del Feng Shui.

A Paquito El Tijeras lo echaron. A él no le dieron ni la oportunidad de luchar. Un extraño, recién llegado a la ciudad en el primer vuelo de la mañana, se lo comunicó entre las paredes de una fría asesoría. El extranjero, con acento a dinero y mercancía, le anunció que el palacete donde tenía instalada su barbería había sido adquirido por un grupo inversor. Tenía que marcharse del local. Se construirán once apartamentos turísticos hablaron las libras esterlinas. Y a mí quién me reconstruye se intuyó en la mirada del barbero. Y en enero, un mes después, lo echaron como a un perro. Y ahora Paquito El Tijeras, incapaz de alquilar un nuevo local, es un cachorro de cincuenta años que malvive comiendo de las sobras del Estado.

Todos sentenciados. Condenados, ellos y también nosotros, por un mismo verdugo: el capital. Que no entiende de culturas ni sexos, de edades ni humanidades. Sólo desea acumular y generar y exprimir para alcanzar, de la forma más rápida, el paraíso inventado.

Tú, Adam Smith, te lo estarás pasando en grande, pero te aseguro que a ti, de verdad, no te quiere nadie.

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