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Cuando  los datos macroeconómicos certificaban el fin de la crisis y la recuperación de la  economía, llegan los radicales de Cáritas diciendo que somos el segundo país en pobreza infantil de la Unión Europea por detrás de Rumania. ¡Eso no se hace, hombre...! y menos siendo una ONG de la Iglesia, tan presente en el Consejo de Ministros. De hecho, la Virgen del Rocío asesora  a Fátima Bañez y Santa Teresa de Jesús a Fernández Díaz, el ministro de las pelotas de goma y el corazón de hierro, que acaba de condecorar con la medalla de oro al mérito policial a María Santísima del Amor.

La "ocurrencia" de Cáritas ha provocado la ira de Montoro, que ha acusado a Rubalcaba, al 15-M, a Unicef y a Bob Esponja de orquestar una campaña de mentiras para desprestigiarle. Y entre tanto Rajoy... ¿Rajoy? ¿Dónde está Rajoy? No se sabe. Desde luego no está pensando en cómo proteger a la infancia en riego y que miles de escolares no dependan de la caridad para llegar desayunados al cole. Dicen que anda muy liado rebañando otros 2.400 millones de euros para rescatar autopistas deficitarias construidas -en medio de un gran tufo a corruptelas- por orden de Aznar, Aguirre y Cascos. Justo con la mitad de ese dinero, según Cáritas, "se podría ayudar a las setecientas mil familias sin ingresos que hay en España". Familias cuyos niños ya han perdido todos sus  derechos, incluido el más básico para su desarrollo y para la salud de la sociedad, que es el derecho a soñar.

Por lo que revela el informe de la ONG católica, los niños y niñas pobres pasan frío y hambre. Son hijos de padres desahuciados del trabajo y de la vivienda, marginados energéticos y carne de cañón de la troika (Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea), esa troupe, a la que nadie ha votado, que castiga a Rajoy con las brazos en cruz y en el banco de los tontos, cuando no cumple con los plazos acordados  para  recortarnos la vida.

Pero todo no van a ser malas noticias. Desde la óptica del mercado, la pobreza infantil puede ser un activo económico si se gestiona bien, pues tener niños pobres por las calles mendigando aportaría un plus exótico a nuestra oferta turística que daría lustre a la marca España, tan devaluada desde que la infanta perdió la memoria y la sabana africana un elefante. A lo que iba, ¿quién no ha tenido un guía infantil por el laberinto de una medina de Marruecos o le ha comprado pulseritas de coral a una niña negrita  en una playa del Caribe? Además, con otra vuelta de tuerca a la reforma laboral, se podría crear un tipo de contrato para regularizar la actividad turística infantil en España. Así la chavalería podría arrimar unos eurillos a casa,  cotizando por supuesto, y tener derecho a una pensión el día de mañana.

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