La poesía: somos pocos, pero somos la hostia

Cualquiera puede disfrutarla, ya lo decía el profesor Keating de 'El club de los poetas muertos': "Leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la raza humana y la raza humana está llena de pasión"

Foto busto

Poeta y filólogo

Fotograma de la adaptación cinematográfica de 'El club de los poetas muertos'.
Fotograma de la adaptación cinematográfica de 'El club de los poetas muertos'.

Hay un tema que me tiene mosca desde hace mucho tiempo. La poesía. Ay, la poesía… —le pido disculpas, lector, por la lata que estoy dando últimamente con el dichoso temita pero es que me tiene malo—. En fin, ¿qué pasa ahora con la poesía? Pues que, como dijo Manuel Vilas en una entrevista, está muerta. Y no me enfado, a ver, no me enfado; pero me da coraje. Por cierto, muchos malinterpretaron estas palabras de Vilas; pero si uno va más allá del titular, puede entender qué quería decir este hombre. Lo que decía Vilas es que la poesía se ha convertido en una cosa de poetas y poco más. Es decir, algo que solo disfrutan los que la practican.

No lo sé ustedes, pero si esto no es un acta de defunción de un arte que venga Dios y lo vea. Imaginad que los únicos lectores de novela fuesen novelistas. Imaginad que los únicos suscriptores de Netflix fuesen directores de cine. Creo que no hace falta que diga más.

La cuestión es: ¿por qué sucede todo esto? La historia es muy larga, pero a muchos poetas no parece importarles demasiado. La desidia es una respuesta que rima con todo: "A mí me va bien así, luego que todo se quede como está". Pero yo estoy empeñado en que no soy raro. Estoy empecinado en demostrar que lo único que pesa sobre la poesía son un montón de prejuicios. Una jaula de prejuicios. Que la poesía es algo que de verdad puede llegar a todo el mundo. No todo tipo de poesía, claro; pero lo mismo sucede con la pintura, con el cine (lo siento, Tarkovsky) o la música. O por no salirnos de las lindes de la literatura: la novela o el teatro. Porque ¿tan difícil es pensar que alguien pueda acercarse genuinamente a autores como Amalia Bautista, Luis Alberto de Cuenca, Miguel d’Ors, Karmelo Iribarren, Gil de Biedma o, por irnos a la Generación del 27, Cernuda? ¡Por Dios, que hay gente que se emociona con las letras de Héroes del Silencio y luego no leen poesía porque no hay quien la entienda! ¡Hay cien veces más personas emocionándose con la neblinosa lírica de Bunbury que con el maldito Luis Alberto de Cuenca bajo el pretexto de que es que la poesía no se entiende!

"Me gusta cuando dices tonterías, / cuando metes la pata, cuando mientes, / cuando te vas de compras con tu madre / y llego tarde al cine por tu culpa", dice Luis Alberto. Y Bunbury, alias el cristalino, dice en cambio: "El aliento de la Tierra / y su calma serena / y la sombra de la tarde / es una mano que tiembla. / La música me abre secretos / que ahora están dentro de mí. / Al final, después de todo / no somos tan distintos". Una concatenación de imágenes inconexas que la gente asocia a su vida como esas manchas que enseñan los psicólogos en las que uno ven un pene erecto y otros un lagarto con un sombrero de cowboy haciendo el pino. O sea, arte moderno. 

No me parece mal esto, eh (Bunbury, no te enfades que yo también quiero que recomiendes mis libros en Instagram), pero hombre, no digamos que la poesía no se entiende. Y es evidente que algo no funciona, hay algo que no es como podría ser. Los chavales cuando salen del instituto piensan que la poesía es algo que no va con ellos, un engorro del que se libran al terminar la ESO o el Bachillerato. El otro día un alumno de 3º de ESO que escucha rap me dijo que la poesía estaba obsoleta. Y es natural, se piensan que la poesía es solo Góngora, Jorge Manrique y Alberti, y no Eloy Sánchez Rosillo o Ángeles Mora.

Esto es como si tuviésemos que enseñarles cine a los adolescentes y nos dedicásemos exclusivamente a ponerles películas de John Ford, Chaplin u Orson Welles. Si eso, algún 'recuadrito' en su libro de texto con alguna mención a David Fincher o a series como Stranger Things o Juego de Tronos. Y habría quien, por supuesto, lograse engancharse al cine con los clásicos, con Howard Hawks, Sam Peckinpah, Fritz Lang…; pero me temo que no la mayoría. Imaginaos que los chavales cuando pensasen en cine tuviesen en mente aquellos análisis obligatorios, y con nota, que hacían en clase de esas peliculas en blanco y negro que reflejaban mundos y maneras tan ajenas — al menos de primeras— a las propias. Pues, para ellos, Góngora y Juan Ramón es poesía en blanco y negro.

Y ya que esto es un artículo brainstorming, abramos otro melón: los premios literarios. Creo que está muy bien que haya premios literarios costeados por ayuntamientos y diputaciones. Está genial —que la vida está muy cara, y más para los poetas—, pero seamos honestos: ¿qué difusión cultural, qué fomento de la lectura se consigue de esta manera? ¿Mediante estos premios cuántos lectores de poesía se crean? ¿Es esta la única estrategia para fomentar este género tan exquisito, el caviar de la literatura —¡el caviar de todas las artes!— que es solo "para la inmensa minoría", o lo que es lo mismo: "Somos pocos, pero somos la hostia"?

Sería mucho mejor invertir ese dinero en acercar la poesía a los demás en lugar de seguir estudiando denodadamente al Marqués de Santillana o a Gonzalo de Berceo para que tengan una base los futuros estudiantes de Filología, que aprobarán unas oposiciones y enseñarán al Marqués de Santillana y a Gonzalo de Berceo en un instituto o, peor aún, en una universidad a académicos que acabarán escribiendo papers que solo otros académicos leerán. Que oye, todo esto no está mal, pero creo yo que algo más podemos hacer con la poesía, ¿no?

Cualquiera puede disfrutarla, ya lo decía el profesor Keating de El club de los poetas muertos: "Leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la raza humana y la raza humana está llena de pasión. La medicina, el derecho, la economía son necesarias para dignificar la vida humana, pero la poesía, la belleza, el romanticismo y el amor son las cosas que nos mantienen vivos".

Demos a conocer la poesía a todos, derruyendo toda barrera absurda. Saquémosla de todos esos cementerios donde está su cadáver troceado: los institutos, las universidades, los premios literarios. Y que salga a las calles, y que todos la miren. Decía Escohotado que la verdad se defiende sola, que no necesita ayuda del Gobierno. Y la poesía, si la dejan, —creedme— tiene armas de sobra para defenderse ella solita.

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