“Pan pa hoy y hambre pa mañana”. No creo que exista una manera mejor de comentar en qué consiste las políticas ambientales del “novísimo” gobierno andaluz, que sigue la línea ya marcada durante cuarenta años de gobiernos del PSOE. Auténticas aberraciones ecocidas en un país marcado por datos económicos más propios de una colonia que de un pueblo soberano. Nos acostumbran a noticias nefastas para el futuro de nuestro más rico patrimonio natural y lo hacen, además, como si se tratase de una guerra de guerrillas, apareciendo y desapareciendo, mordiendo pero no matando, como si trataran de acostumbrarnos a un discurso en el que la destrucción de nuestros espacios naturales fuese una condición indispensable para el desarrollo económico de Andalucía.
Un hotel y un parque eólico marítimo en el Parque Natural del Cabo de Gata, un puerto deportivo en la barriada de San Andrés, un proyecto de especulación urbanística en El Perchel y una torre en el puerto (Málaga capital); una macro urbanización en El Següesal (Barbate, Cádiz), legalizar cultivos ilegales en Doñana o convertir a Andalucía en el vertedero de Europa, bien radiactivo en El Cabril (Hornachuelos, Córdoba), bien tóxico en Nerva (Huelva); o podemos mirar, también en Huelva, a escasos 500 metros de donde empieza la ciudad onubense, donde se encuentra el mayor vertedero industrial de Europa. Ejemplos nefastos y paradigmáticos, de esto que he dado en llamar “política del egoísmo”. Para que cuatro ganen cuatro pelas, tenemos que hipotecar el futuro de Andalucía, de sus generaciones, expulsar a los vecinos y envenenar nuestros suelos, por miles de años en el caso de Hornachuelos, para que otros tengan donde dejar su mierda.
Sin embargo, esto no es algo nuevo por estas latitudes. Sirva de ejemplo Benalmádena, el municipio de la Costa del Sol donde me crié y un laboratorio de pruebas de esto que estoy contando. Cuando era un zagal ya oía aquello de “to etto antê era campo” en un perfecto andaluz de la Algarbía malagueña, -o de la Costa del Sol Occidental como la llaman los modernos desde que a Fraga le diera por rebautizar la comarca para hacerla atractiva al turismo-. Allí, el proceso de urbanización acelerado seguía su curso sin el más mínimo reparo, poniendo al borde de la desaparición a paisajes singulares, a especies endémicas como el camaleón, a fotografías únicas e irrepetibles que jamás podrán ser tomadas de nuevo. Ponían fin a un futuro donde el atractivo paisajístico y natural contase a la hora de calcular a largo plazo los beneficios de mantener un entorno único, diferente y bello.
Los problemas que se suponía iban a atajar el desarrollo urbanístico salvaje que se estaba produciendo pueden afirmarse que, aunque transformados, no han sido superados. El paro estructural, la desigualdad y la emigración siguen arrastrando cifras propias de un país colonizado, solo que con 7 veces más población. Sí que hubo quienes ganaron mucho. El que fuera polémico alcalde de Benalmádena, perteneciente a una importante familia de gobernadores de la provincia, Don Enrique Bolín, no exento de tramas oscuras y polémicas de todo pelaje, hizo fortuna convirtiendo lindos huertos en hoteles, un paisaje típico del clima mediterráneo subtropical -en otros tiempos común-, donde las playas vírgenes se fundían con el matorral mediterráneo regado por un sol envidiable, desaparecido a cambio de discotecas, carreteras, parkings, alcohol y jolgorio para divertimento de un turismo en auge y propio de una época cada vez más lejana. Allí medró el turismo para beneficio de unos cuantos, con operaciones muchas veces inmorales, cuando no propias de la mafia. Terrenos que muchas veces eran adquiridos engañando a los pequeños agricultores locales, ofreciéndoles un pago muy por debajo del real, bajo el consejo de que vendieran pues esos terrenos “no valían nada”.
Este modelo, del ladrillazo y el pelotazo, que acaba obligando a la juventud local a buscarse la vida fuera o malvivir con un salario imposible -pues los alquileres están por las nubes, fruto de un turismo que solo beneficia al que tiene y manda al exilio al que no tiene-, es obvio que no ha servido para atajar los problemas iniciales y eternos que viene arrastrando su población, cada vez más grande, más volcada a los servicios y más desigual. Este modelo es “pan pa hoy y hambre pa mañana” porque permite que unos cuantos se enriquezcan a cambio de la miseria y la precariedad de una mayoría que, además, lo tiene que hacer practicando malabarismos para poder afrontar los altos precios de vivir en un lugar tan reclamado como la Costa del Sol. Además este modelo de crecimiento que no tiene futuro a medio plazo, de cimentar todo a costa del paisaje natural, no es sostenible porque el turismo, al igual que las personas, evoluciona. Si antes un “guiri” resultaba atraído por hoteles de bajo coste, sol y playa, hoy prefiere un espacio natural que no esté masificado, donde no sienta en la nuca el aliento del de la toalla de detrás. Es un modelo caduco, un modelo destructor de vida que sirve para que unos peguen un pelotazo a costa de condenar al territorio para siempre, pues nunca volverá a parecerse a lo que era.
Pero además, tampoco es sostenible porque el territorio no es precisamente rico en agua y a pesar de ello no se ha escatimado en construir campos de golf para la clientela aficionada a estos lujos, fáciles de ofrecer en Inglaterra, donde es raro el día que no llueve, pero profundamente anormales si hablamos de un lugar donde la sequía es la norma. Siento una sincera envidia cuando viajo al norte de la Península Ibérica y me encuentro con esos pueblitos costeros, donde no parece haber pasado el tiempo, donde se conservan los núcleos originales e históricos, con su respeto al estilo arquitectónico, al espacio natural circundante, con todo lo que ello conlleva. Hoy todos esos pueblitos son tan turísticos como Benalmádena, solo que de un modo diferente. Viven –y viven muy bien- sin tener que quintuplicar su población en verano, sin tirar los precios a costa de los trabajadores, sin renunciar a sus señas de identidad más elementales, sin convertir, en definitiva, al municipio en un gigantesco parque de atracciones.
“Un hotel en la Playa de los Genoveses ni se va a notar”, “generará empleo”, “frenáis el progreso”. ¿Es posible pensar nuestros pueblos, nuestras ciudades y en definitiva, nuestro entorno sin destruirlo para siempre? ¿Alguien en su sano juicio puede pensar que es estrictamente necesario abrir un hotel en un parque natural como el Cabo de Gata, en un territorio donde ya hay un estrés evidente de veraneantes? ¿Es realmente necesario esto o es simplemente otro pelotazo más que va a condenar nuestro patrimonio natural para que una familia se siga forrando a costa de todos? La realidad es que ya cada verano, hay que poner restricciones al tráfico rodado para evitar masificar esta playa que, no olvidemos, repito, forma parte de un parque natural. ¿Alguien duda de que, en caso de hacerse dicho hotel, los clientes disfrutarían de un trato preferente por el mero hecho de haber pagado una habitación? Así es como se convierte un bien de todos en un parque de atracciones donde quien paga manda, donde una familia se enriquece a costa de un espacio natural público, donde se privatiza lo que es patrimonio común. Además, al espacio hotelero se sumarían casi mil hectáreas para incluir placas solares que doten de electricidad al complejo, comiendo aún más espacio al parque natural, abriendo la veda para que en el futuro se le sigan dando “bocaditos”, para robarnos al conjunto de lo ciudadanos y que lo disfrute una familia y sus clientes.
También, en este precioso espacio natural almeriense, tenemos el proyecto de construcción de un parque eólico marítimo compuesto por veinte aerogeneradores flotantes de 261 metros de altura, con iluminación nocturna, que supondrán un grave impacto sobre gran parte del litoral, afectando a sus aves, su fauna marina e incluso a los propios empresarios del territorio que ven en el proyecto una perjudicial modificación del paisaje, que afectaría a su atractivo visual. Otro proyecto macro de “energía limpia”, que comienza a ser usual en Andalucía, donde hectáreas enteras pasan al servicio de una multinacional que utiliza nuestro suelo, generando poco empleo para convertirlo en un generador de energía libre de mala conciencia para otros europeos, que la disfrutarán sin tener que perder hectáreas de su propio paisaje natural. Dos aberraciones en un parque natural que debería ser protegido como parque nacional, pero que en vez de eso se ha decidido acosar por tierra, mar y aire para beneficio de una empresa familiar, por un lado, y de una multinacional de la energía, que nos utiliza como campo de cultivo de energías que van a ser vendidas al mejor postor, por otro.
Necesario también poner el foco en el caso de Doñana. Concretamente, PP C´s y VOX, alineándose con los ladrones de nuestra agua, el agua de un Parque Nacional inigualable. Estos pretendidos salvadores de la patria andaluza no se cortan a la hora de proponer la legalización de 1461 hectáreas de cultivos ilegales, agua que conecta con los acuíferos de los que depende el humedal de Doñana. Esto supone decirle a los que cometen estas ilegalidades que está bien, que no pasa nada, que su voto es más importante que cumplir la ley. ¿Qué pasa con quienes sí la han cumplido siempre? Ni siquiera voy a entrar en definir lo que supone robar agua a un Parque Nacional único, ni tampoco voy a hablar de lo que supone aplaudir a los que incumplen la ley legalizando sus crímenes ambientales. Tampoco voy a hablar de las condiciones en las que trabajan las personas que vienen de otros países, ni de las quemas de las chabolas donde malviven en demasiadas ocasiones. Ya se ha escrito demasiado sobre todo ello.
En Barbate tenemos a unos que se dicen andalucistas, tratando de sacar adelante otro pelotazo urbanístico en nombre del turismo, el progreso y la necesidad de crear empleo. Una macro urbanización en El Següesal, que continúa el modelo de siempre. Un modelo que beneficia a unos cuantos y que al mismo tiempo perpetúa la situación de Andalucía como parque de atracciones dual, donde unos cuantos disfrutan un territorio cada vez más mermado desde el punto de vista ecológico y social, a costa de un pueblo andaluz que sufre de manera constante el paro, la emigración y la precariedad, que sabe que este modelo de profundizar en el ladrillazo y el pelotazo urbanístico son migajas sin futuro, pero que se resigna en vista de que 40 años de supuesto socialismo solo sirvieron para institucionalizar el modelo depredador que nos viene caracterizando; que da igual si son “socialistas, derechistas o andalucistas”, todos van a una cuando se trata de sacar una buena tajada al melón andaluz. De la experiencia de la Costa del Sol quedan dos opciones: o han aprendido el pelotazo que pueden dar, y eso les convierte en egoístas y jetas, o no se han enterado de que este modelo no va a resolver ninguno de los problemas que dicen querer resolver, y eso les convierte en nefastos gestores.
En línea con esto, en Málaga queda lejos el desastre que hicieron con el antiguo y emblemático barrio de La Coracha, cuya destrucción para poner un armatoste gris, feo y desalmado aún es lamentado por los vecinos de la ciudad. Hoy son unos señores multimillonarios de un lugar llamado Qatar, los que pretenden construir una torre en pleno puerto de Málaga y un puerto deportivo en el barrio de San Andrés. Al mismo tiempo, los vecinos del Perchel comienzan a recibir cartas de desahucio, sus viviendas han sido adquiridas por una inmobiliaria madrileña que pretende derribarlas para llevar a cabo otro pelotazo que, sin duda, piensa en bolsillos, y ninguno pertenece a quienes llevan toda su vida viviendo allí. Todo esto es un proceso que siempre termina con la población local imposibilitada de asumir los precios de la especulación urbanística, fuera de sus hogares, deshumanizando estos barrios históricos, donde aún hoy existen lazos de vecindad, para seguir convirtiendo a la ciudad en un parque de atracciones para turistas, sin malagueños, deshumanizado, artificial.
Por otro lado –hablaba antes de la guerra de guerrillas, nos van dando picotazos por todos lados y así parece que duele menos-, tenemos que Andalucía es un basurero preferente tanto para residuos radiactivos en Hornachuelos –miles de años acumulando material radiactivo bajo nuestro suelo a cambio de un poquito de energía que dicen barata (¿Cuánto cuesta mantener miles de años un cementerio nuclear?) que ni siquiera es disfrutada en el territorio-, como para residuos tóxicos de toda Europa en Nerva. Sobre esto, justo anuncian estos días que un buque con doce mil toneladas de residuos tóxicos procedentes de Montenegro viene en camino para que la “disfruten” sus habitantes. Basureros que amenazan comarcas enteras en una Andalucía que por desagracia ya sabe lo que es soportar desastres naturales, lo vimos en Aznalcóllar, donde Doñana fue atacada por la ineptitud y la falta de escrúpulos del capital con respecto a nuestros espacios naturales, con la complicidad de una clase política que no parece haber aprendido nada de aquella experiencia tan desagradable, visto el camino que viene siguiendo.
Seguimos con Huelva, porque allí tenemos, a un kilómetro en línea recta de la capital onubense, unas 100 millones de toneladas tóxicas de fosfoyesos de la empresa Fertiveria, vertidos industriales, que empezaron a acumularse allí en 1968 y y continuaron agrandándose hasta el 31 de diciembre de 2010. Varios lagos de aguas pesadas que la empresa, con el aval de los distintos gobiernos españoles, pretende sepultar bajo una capa de tierra y arcilla. Una solución que no dejaría de poner en riesgo las filtraciones a las marismas de la ciudad ni al estuario de los ríos Tinto y Odiel, señalan los expertos. Los metales pesados que albergan estos residuos potencian la aparición del cáncer de páncreas, añaden. Un problema causado por el franquismo y alimentado por una Junta dirigida por el PSOE andaluz, cuya inacción ha sido latente todas estas décadas. En Andalucía apenas tenemos sector secundario, y el que tenemos es...ultracontaminante. Valga el ejemplo de las balsas de Huelva para ilustrar una realidad incuestionable, un polo de las peores industrias que se sitúa en el que se ha dado en conocer tristemente como triángulo de la muerte: Huelva-Cádiz-Sevilla. Lugares donde se registra el mayor número de tumores malignos de toda España.
Mientras esta anormal manera de desarrollar Andalucía tiene lugar, con la complicidad de los diferentes gobiernos, andaluces o españoles, que nos tratan como ciudadanos de segunda, nuestras cifras de paro, precariedad, desigualdad y emigración siguen sonrojando al conjunto de nuestro pueblo. Al mismo tiempo, lejos de propiciar una industrialización sana que alimente el segundo sector, clave para curar nuestra economía gravemente herida por costumbre, se dedican a intentar desmantelar la poca industria que queda, -en la retina de todos continúa coleando la lucha de los astilleros gaditanos-. Nuestros campos, capaces de alimentar a toda Europa, podrían ser los números uno en producir alimentos ecológicos de primer nivel, y ya de paso limpiar así nuestros acuíferos de los tóxicos con los que los sembramos para evitar las malas hierbas y de los purines de las cada vez más extendidas granjas de ganadería intensiva -pregunten por el altiplano granaíno, por ejemplo-, que envenenan nuestros suelos y nuestro aire, cada vez más irrespirable en muchas comarcas. Nos sobra capacidad y talento, y nos sobraría aún más si nuestros recursos naturales y humanos fuesen utilizados de una manera racional, sostenible y responsable. Pero sobre todo, si toda esa capacidad estuviese dirigida a repercutir en el común de las gentes que habitan esta tierra.
En definitiva, tenemos unos responsables públicos que no parecen luchar por mejorar la vida de las mayorías sociales, sino exprimir a nuestro pueblo hasta las últimas consecuencias, como vienen a acostumbrarnos desde antiguo. Si quisieran el desarrollo de Andalucía, habríamos visto a las instituciones andaluzas luchando por proteger el empleo en la Bahía de Cádiz, por que hubiese una industria de transformación en lugar de seguir con la dinámica de enviar fuera lo que producen nuestros campos para que otros lo etiqueten y lo vendan; respetarían nuestros entornos naturales para que sigan generando un beneficio a largo plazo, buscarían otros destinos para la basura que el resto de Europa no sabe donde meter, apostarían por una agroganadería sostenible y ecológica que no robe nuestras aguas, ni las envenene, ni destruya nuestros suelos, ni maltrate a sus trabajadores; harían políticas destinadas a proteger a los vecinos más vulnerables en los barrios objeto de la especulación más salvaje. Buscarían, en definitiva, soluciones a nuestros problemas, en lugar de pelotazos que los agravan a cuenta del beneficio de unos cuantos que no saben lo que es no llegar a fin de mes.
Defender Andalucía es defender a sus habitantes, su suelo, sus aguas, sus paisajes y su legado material e inmaterial. Lo contrario es profundizar en un modelo que, en la praxis, nos convierte en una colonia a todos los efectos, que mantiene casi inalterable en el tiempo su condición de periferia. Lo contrario es el modelo de desarrollo que el PSOE implantó, que el cambio de siglas no ha desviado ni un milímetro, sino que ha profundizado con el mismo descaro, la misma falta de ética y de respeto al pueblo trabajador andaluz. Defender Andalucía es pensarla desde el punto de vista del bien común, y eso pasa necesariamente por hacer una revisión completa del modelo de desarrollo que nos imponen, propio, como ya se ha dicho antes, de un país colonizado y no de una Andalucía libre.
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