¿Por qué debe ganar España esta Eurocopa?

Es ciertamente emblemático que la Selección Española de Fútbol esté integrada por jóvenes futbolistas españoles de todo signo y condición

Álvaro Romero Bernal.

Álvaro Romero Bernal es periodista con 25 años de experiencia, doctor en Periodismo por la Universidad de Sevilla, escritor y profesor de Literatura. Ha sido una de las firmas destacadas, como columnista y reportero de 'El Correo de Andalucía' después de pasar por las principales cabeceras de Publicaciones del Sur. Escritor de una decena de libros de todos los géneros, entre los que destaca su ensayo dedicado a Joaquín Romero Murube, ha destacado en la novela, después de que quedara finalista del III Premio Vuela la Cometa con El resplandor de las mariposas (Ediciones en Huida, 2018). 

Nico Williams en una imagen de la Selección Española.
Nico Williams en una imagen de la Selección Española.

Lo sé: cualquiera puede pensar que por puro chovinismo de quien firma esta columna, máxime si la única estrella consolidada de la Selección es el veterano Jesús Navas, paisano que ha logrado lo que ningún futbolista, no solo ser triple campeón del mundo, de la Nations League y de otra Eurocopa, sino algo más difícil todavía: seguir viviendo en su pueblo natal, casarse con su novia de toda la vida y hacer vida de barrio como quien no quiere dárselas de divo, porque el Duende de Los Palacios y Villafranca lo daría todo por ser eternamente el niño que sigue siendo a sus 38 años, el emblema de aquella copla de la Jurado cuando cantaba “qué no daría yo por empezar de nuevo”. Jesús lo tararea por dentro ahora que ha decidido colgar las botas precisamente este año.

Pero creo que solo con ese primer párrafo he ahuyentado ya la sospecha de que esa sea la razón, pues Navas, siendo el único futbolista de la Selección que podría dárselas de alguien, no lo hace. Tampoco lo voy a hacer yo, pues mis razones para pensar que España debería ganar esta Eurocopa son mucho más profundas. Tienen que ver con Navas, claro, pero no con el hecho de que sea de mi pueblo; podría ser de cualquier pueblo de España, como Lamine Yamal, el otro extremo en todos los sentidos en el equipo que nos representa, que nació en Esplugas de Llobregat -un municipio de Barcelona más o menos de la misma población que Los Palacios y Villafranca (en torno a 40.000 habitantes)- va a hacer este sábado 17 años. Son dos extremos y dos iconos: Navas es el más viejo de la Roja y Yamal, el más joven. Navas podría ser el padre de Yamal, literalmente. Y, además, representan dos orígenes radicalmente opuestos, no solo porque uno sea del sur y el otro del norte, sino porque Navas es un chaval de pura cepa andaluza, con una familia consolidada en el pueblo de los tomates, y Yamal viene de una familia de nula raigambre catalana, hijo de un marroquí y una guineoecuatoriana que han sufrido el racismo en más de una ocasión desde que la abuela, Fátima, decidió dar el salto en busca de un futuro mejor, como cualquiera. Yamal es hoy un adolescente con brackets que ha pasado por varios municipios catalanes, por el divorcio de sus padres y por la evaluación de 4º de ESO, y hoy es tan español como Navas.

Solo con Navas y con Yamal, de orígenes y circunstancias tan variopintas, podríamos justificar lo que queremos: que la Selección Española, que desde tiempo inmemorial sufrió el complejo de caer en cuartos ante selecciones presuntamente más europeas como Italia, Francia o Alemania, debe ganar esta Eurocopa. Y no por chovinismo de ninguna clase, sino por el ejemplo que supone en el difícil contexto mundial. No solo hablo de fútbol, aunque también, pues la composición de una Selección Nacional es una representación del propio país, y la nuestra está compuesta por chavales muy jóvenes de diferentes latitudes y diversos colores, justamente lo que es la juventud española de hoy, y no una selección dirigida por el poder financiero de nadie, como ocurre en los clubes de aquí y de cualquier parte de Europa y hasta del mundo.

Es ciertamente emblemático que la Selección Española de Fútbol esté integrada por jóvenes futbolistas españoles de todo signo y condición, pero que esa condición de españoles les dé una bofetada sin mano a quienes se sienten absurdamente más españoles que otros por ponerse una pulserita. La bofetada es más rotunda aún para quienes predican estos días que los menores no acompañados que llegan desde otros países en condiciones tan paupérrimas son ya delincuentes. Lo ha explicado recientemente Nico Williams, que nació en Pamplona y luego se marchó a Bilbao, y que es otro genio de nuestra Selección española cuyos padres huyeron de Ghana para resetear sus vidas en nuestro país: que nadie nace siendo delincuente. Y es verdad. Nadie. Todos se hacen: por culpa del ambiente familiar o del ambiente sociopolítico, como sabrán esos cachorros de la facción política española dispuestos a que nuestro glorioso ejército haga retroceder a las indeseables pateras.

Al patético planteamiento de esa misma extrema derecha que se acaba de caer de bruces en Francia también le ha metido un golazo Yamal sin que él sea consciente de la maniobra. Al fin y al cabo es todavía un adolescente que solo piensa en el efecto del balón. Nosotros también pensamos en el efecto de los símbolos, y el suyo es potentísimo, no solo porque lo bautizara el mismísimo Messi, como se ha recordado estos días por aquella campaña solidaria, sino porque es el símbolo que no solo nos ha abierto las puertas de la final, sino también las puertas a un deseado principio: empezar a comprender que en esta isla democrática y de derechos humanos que representa Europa en todo el mundo, son los futbolistas de la desacomplejada diversidad de una Selección como la española, siempre tan dada a autofustigarse, la que merece levantar la copa. No por presumir –y así lo firmaría Navas-, sino por enseñar. Docere et lectare es la doble función de un espectáculo como el fútbol cuya audiencia ha superado ya a la de todas las barbaries, tan exquisitas.

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