El coloquio entre Alejandro Rojas Marcos y Juan Manuel Moreno Bonilla con motivo de la presentación del libro de José Luis Villar, Por un poder andaluz, sobre la historia del Partido Andalucista, hasta 1984 Partido Socialista de Andalucía, ha dado que hablar. En cuanto termine estas letras salgo a comprarlo.
El personaje político Alejandro Rojas Marcos, dirigente egregio del Andalucismo de partido desde la transición hasta su retirada de la política a finales de 2004, seguirá dando que hablar cada vez que haga una nueva presentación del libro. Elegir, y conseguir sin esfuerzo, que sea el presidente andaluz, heredero de las derechas de UCD y Alianza Popular, que decían “Andaluz, este no es tu referéndum” y pedían la abstención en la campaña del 28F de 1980, el que acompaña la presentación en la Casa de la Alegría, Dar al Farah, de Blas Infante demuestra, interesada o no, una gran visión política por ambas partes.
Las cortes constituyentes de la transición, resultado de las elecciones generales preconstitucionales de junio de 1977, no contaban con ningún diputado andalucista. El PSA de Rojas Marcos concurrió a las mismas en alianza con el PSP de Enrique Tierno Galván y la Federación de Partidos Socialistas. El PSA no obtuvo ningún escaño. Esas cortes preparaban una constitución en la que las únicas nacionalidades con instituciones propias iban a ser Cataluña, Euskadi y Galicia junto con la foralidad Navarra, el resto eran regiones con cierta descentralización administrativa.
En Andalucía se daban por aquel entonces las condiciones culturales y políticas para que un movimiento andalucista transversal se interpusiera en los planes exclusivos para las llamadas nacionalidades históricas. Andalucía era, y es, un pueblo cultural histórico impregnado de acentos y manifestaciones expresivas y simbólicas enraizadas en su historia europea, mediterránea, africana y latinoamericana. Andalucía tenía conciencia de pueblo expoliado y relegado a la subalternidad en el interior de España. Andalucía no solo exportaba mano de obra barata, producción agraria barata y capital ambiental barato, también manifestaciones culturales con fuerte identidad: flamenco, rock andaluz, cantautores, pop andaluz, poesía, teatro y cine, haciendo, por un lado, que la cultura española se identificase con la andaluza en el mundo y, por otro, que la percepción de Andalucía en otros territorios de la península como entidad diferente fuese nítida.
En estas condiciones, el PSA liderado por Alejandro Rojas Marcos, sin representación en el Congreso, tampoco Blas Infante fue nunca diputado, consigue impugnar el acuerdo territorial que relegaba a Andalucía a ser como las demás. Consiguió movilizar el sentimiento andaluz de agravio en favor de una autonomía como las que más. Tanto dentro como fuera de Andalucía, el andalucismo en Cataluña también estuvo a la vanguardia de las demandas de autogobierno para Andalucía. Tal fue la fuerza andalucista popular que obligó al resto de partidos progresistas o de izquierdas, centralistas, a pugnar por situarse al frente de la reivindicación de autonomía para Andalucía. Las grandes movilizaciones populares del 4 de diciembre de 1977 determinan la inclusión en la CE de 1978 del artículo 151. Dos años, dos meses y veinticuatro días después, el 28 de febrero de 1980, en Andalucía suenan las campanas de la historia. Si el PSA y Alejandro Rojas Marcos tienen legado reconocible, es este, haber sido movilizadores indiscutibles e imprescindibles para que Andalucía se convirtiese en pueblo político con instituciones propias. Si eso no es histórico que venga Moreno Bonilla y lo diga. No lo hizo en la presentación de Por un poder andaluz, al contrario, lo reivindicó en un intento de lavado del pecado original de la derecha para con Andalucía.
La trayectoria política de PSA, después PA, tuvo aciertos y errores, algunos muy gordos. Sin más, el progresivo abandono de posiciones de izquierdas, la concentración de los esfuerzos políticos en el occidente andaluz, una forma de centralismo sevillano, no podemos olvidar el canje de la alcaldía de Granada por la de Sevilla tras las primeras elecciones municipales constitucionales de 1979, que lastró irreversiblemente la fuerza del andalucismo en el oriente andaluz, o la última deriva del andalucismo hacia las concejalías de urbanismo cuando su poder ya no era ni siquiera testimonial.
Intuyo que la lectura de la serie de textos de Por un poder andaluz de José Luis Villar va a ser imprescindible para conocer en profundidad el origen, legado y evolución del andalucismo moderno. Si Blas Infante y su legado representa sin duda el andalucismo histórico, el tamiz de la historia moderna del andalucismo deja en Andalucía, nada más y nada, menos que el logro de nuestras instituciones políticas por primera vez en la historia, si no tenemos en cuenta Al-Andalus donde la Europa medieval vivió su primer renacimiento.
Por supuesto yo también hago la crítica al presidente del PP, Juan Manuel Moreno Bonilla, partiendo de que abrazar la bandera andaluza no significa nada si no se defiende la descentralización y desconcentración de poder de Madrid y de Sevilla, si no se lucha contra la colonización y expolio de Andalucía, si no se promueve una actividad empresarial autóctona y respetuosa con nuestro medio y los derechos sociales y de género, si se prefiere los toros y la caza en Canal Sur a la ciencia, la educación y la educación en igualdad, contra el machismo, la homofobia o la xenofobia. Si se bajan impuestos a los ricos y se dilapida la capacidad fiscal propia, haciendo a Andalucía mucho más dependiente de decisiones externas, o sí se usa la bandera para acometer contra el gobierno central solo para defender la patria del capital.
Si la bandera andaluza es algo no es precisamente las políticas que defiende el partido de Moreno Bonilla. Los textos históricos andalucistas desde la Constitución Federal de Antequera de 1883 hasta los de la Asamblea de Ronda en 1918 o la de Córdoba en 1919 son textos claramente progresistas de izquierdas. En cualquier caso el presidente andaluz, por interés electoral, por creérselo o por verse atrapado en el discurso emocional de Alejandro Rojas Marcos, o por todo a la vez en cualquier grado, expresó su andalucismo, recordó que la noche de su gran victoria electoral no salió a celebrarlo con la bandera de España, que era la que le había legado cuatro años antes la última presidenta del PSOE, Susana Díaz, sino con la de Andalucía, se afirmó andalucista y llegó a decir que con mucha probabilidad podría declarar el 4 de diciembre Día de la Bandera de Andalucía. Ojalá así sea y la familia de Manuel José García Caparrós vea satisfechas todas sus demandas.
Tras la presentación, cabe exigirle al presidente andaluz que lleve el andalucismo por bandera y lo demuestre. Que no regale los recursos andaluces a fondos extranjeros, que promueva un cambio de modelo productivo que enraíce población, genere empleo, liquide las desigualdades de género y territoriales y reduzca el daño ambiental. A lo mejor al exigirle que busque la soberanía de nuestra tierra, política, alimentaria, energética, productiva, algunos se ven desnudos en sus exigencias al comprobar que son los primeros que nunca se aplicaron esa exigencia o que no comprenden el sentido de la existencia de un auténtico pueblo cultural y político andaluz.
Lo importante del gesto del presidente la Junta de Andalucía, es que puede servir para que una parte del empresariado con raíz andaluza tome conciencia de que un andalucismo de derechas le beneficia frente a los intereses de los peces gordos extranjeros de los que son subalternos, muchos con domicilio en la Castellana madrileña, y que una parte de las izquierdas se den cuenta de una vez por todas que las luchas no son solo de clase, de género o ambientales, que también son territoriales, que unos pueblos tienen posiciones privilegiadas de dominio y otros están condenados a la colonización. Aprendamos y espabilemos, por un poder andaluz.
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