Vivimos una Semana Santa de récord. Tenemos el honor de contar con la carrera oficial más larga de Andalucía -más que Sevilla, quillo-, y desde este año con el desfile penitencial más largo de la tierra -14 kms, tú-.
El asunto es una gesta de Ironman y con ella nuestra Semana Santa bate todos los record y entra en el Guinnes por derecho, Guadalcacin-Cristina-Cristina-Guadalcacin no es una línea de autobus, es el recorrido penitencial que se impuso a sí misma la Entrega -el nombre le viene al pelo-y un asunto que invita a la reflexión.
Catorce kilómetros son muchos kilómetros y no quiero pensar que pasará el día que otras pedanias no quieran ser menos y vengan desde La Barca al centro en estación penitencial. Si desde Guadalcacin a Cristina han necesitado de avituallamientos intermedios, dos furgonas de viandas y ambulancia escoba, cuando lleguen desde La Barca desplegarán hospitales de campaña en el recorrido. Catorce kilómetros de penitencia es mucha Pasión, tanta que dejan en nada al original y los poco más de 600 metros que se hizo Cristo en su Vía Dolorosa, desde el Pretorio al Cadalso y vuelta al Santo Sepulcro.
No sé si en esas condiciones no hemos entrado en una especie de sagrado estajanovismo penitencial más propio de gesta deportiva que de real expiación de culpas, ni sé si hay tanta culpa que expiar en Guadalcacin. Con todo, la gesta hace pensar si no vivimos una Semana Santa en Jerez por encima de nuestras posibilidades.
Jerez, con 1400 kilómetros cuadrados es mucho Jerez, y tal vez Ayuntamiento y Obispado deban tomar las riendas del asunto para imponer criterios de mesura antes de que la Semana se nos vaya de las manos. No basta, según creo, que sea la propia alcaldesa quien acuda a Cristina a "dar la bienvenida a Jerez" a los penitentes de Guadalcacin, que la gente de Guadalcacin ya estaban en Jerez sin necesidad de gestas.
El propio obispo debe hacerse mirar si es de recibo para la ortodoxia que desde el Viernes de Dolores se inunden calles, avenidas y hasta carreteras comarcales con dolientes penitentes ajenos a que la fecha en que salen conmemora la Iglesia que andaba Jesús doliente y retirado en el monte de los olivos o enjaretando el pollino para entrar triunfante a Jerusalen, con palmas, vítores y honores. No sé si un Ayuntamiento con millones de deudas debe pagar cada año 500.000 euros a mayor gloria, interrumpir por meses la circulación en el centro y cerrar el tráfico 110 veces por año, ni se me antoja acorde al calendario y a los designios del papa Gregorio que las semanas, solo por ser santas, pueden tener 9 días. No sé si con esta permisividad no logran dar alas y que se les suban a las barbas los yonkis organizados en el entorno de la piedad.
Tampoco sé que aporta a la Semana Santa de Jerez un emulo de un verdadero referente de nuestra Semana Mayor, y un quiero y no puedo cargado de figuras hasta el overbooking -nueve humanas y un caballo-, para no llegar ni de lejos a lo que de tradición se muestra y expresa con un Señor y un Marquillo.
El fenómeno piadoso de extrarradio se extiende como una mancha de aceite al tiempo que las cofradías tradicionales, las de toda la vida, aquellas que cuentan con devoción, patrimonio y solera ven decaer sus vocaciones -léase, papeletas de sitio- y hay alguna cuyo número de nazarenos apenas llega a los cuarenta inscritos -perdonen el lenguaje más propio de una media marathon que de una estación de penitencia-.
Es esta procesión a campo abierto el futuro que deseamos para la Semana Santa en Jerez, puede la ciudad permitirse una Semana Santa tan ancha. La desmesura fue el octavo pecado capital que Dios no se atrevió a dictar a quien en el siglo 13 recibió semejante revelación, y no lo hizo, seguramente, por no quedar retratado en él, porque, por razones obvias, el propio Dios es de sí desmesurado, eterno, inabarcable, inaprensible, principio y fin, inescrutable, ubicuo y cuanto calificativo se le pueda venir a la boca.
Números, números, números. La Semana Santa ha sucumbido a la matemática y tanto numerito matará a Dios.
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