Colas en el comedor del Salvador, de las Hijas de la Caridad, en el centro de Jerez.
Colas en el comedor del Salvador, de las Hijas de la Caridad, en el centro de Jerez. MANU GARCÍA

Mi padre no sabía leer ni escribir pero tenía dos cosas claras en la vida: empatizar con José María “El Tempranillo” y  morir por el Real Madrid (era pobre y emigrante en Barcelona). Salustiano Gutiérrez Jiménez no me contaba cuentos  de Perrault o de los hermanos Grimm y sí  las  aventuras de José María “El Tempranillo”. Mi relación con el Real Madrid y la afinidad hacia los oprimidos no sé si será genética o medioambiente.

Cambio de rumbo para  recalar en la siguiente pregunta: ¿Es la nueva ley aprobada por el gobierno sobre el ingreso mínimo vital una práctica caritativa o solidaria? En Andalucía somos muy dados a convivir con ambos conceptos (caridad y solidaridad); ahora bien, no sé si es políticamente correcto escribir que el primero es defendido y practicado mayoritariamente por sectores sociales pudientes y el segundo por las clases populares.

En el imaginario colectivo de muchas personas mayores perdura el olor a “puchero” que desprendían las viviendas de ciertos propietarios, realizado por “ sirvientas”  y repartido a  algunos pobres a través de la puerta de servicio. La acción era coordinada y dirigida por la señora de la casa; mientras, “el señorito” se dedicaba a negocios familiares y/o a la diversión propia. Esta acción caritativa no pretendía cambiar nada; más bien al contrario, perpetuar el sistema vigente y evitar alteraciones sociales. Se realizaba desde un plano jerárquico diferente con el menor contacto posible generando oleada de aprobación y agradecimiento de pobres afectados hacia ricos generosos. Todavía se escucha decir por ahí: “mi familia quitó mucha hambre en este pueblo”.

Andaluces de cierta edad procedentes del mundo rural  recuerdan cómo vecinos y amigos se agasajaban, halagaban u obsequiaban  en determinados momentos utilizando  productos alimenticios como presentes. La casuística es abundante: en el momento en que se “hacía la matanza”, el invitado se llevaba un regalo; cuando sufrías una enfermedad, la despensa se llenaba de galletas, chocolate,… productos  nada habituales en la dieta diaria. Lo mismo ocurría cuando una pareja se casaba:  el arroz,  garbanzos o lentejas  eran los protagonistas. En duelos o “velatorios”, los vecinos  suministraban café, chocolate,  caldo de “puchero”, … Ahora bien, siempre he admirado esa actitud de solidaridad  hacia los niños  ante la  pérdida de una  figura de referencia en sus vidas; parientes y/o amigos suplían la falta de cobertura familiar  sin la menor parafernalia y pomposidad. Todas ellas son prácticas solidarias que responden a  situaciones concretas, cotidianas, espontáneas y no a planes premeditados o a intentos de perpetuar situaciones; se llevan a cabo desde y hacia el mismo nivel social, sin jerarquías denigrantes.

Eduardo Galeano escribía: “la caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo”. En la caridad prima el individualismo y es un acto personal; en la solidaridad, el colectivo siendo una actuación social... Una forma adecuada de ponerla en práctica  es que el Estado, que nos representa a todos, elimine egolatrías faraónicas e imparta justicia social  repartiendo parte de los impuestos que recauda de todos para ayudar a salir de situaciones económicas difíciles a algunos aunque no contribuyan desde el punto de vista impositivo. Afortunadamente en el mundo desarrollado en que vivimos, la lucha contra la exclusión social ha dejado de ser  patrimonio de la iglesia o de personas acaudaladas y es una función tutelada por el Estado, donde la presencia de las ONG da un toque de calidad necesario con la participación de la sociedad civil. Cuanta más importancia tenga la intervención estatal  cualitativa y/o cuantitavamente, más grado de desarrollo implicará.

Personalmente no considero al mínimo vital una “paguita” o acción caritativa-demagógica como instrumento  recaudatorio de votos. Es algo más, es una práctica solidaria justa y necesaria. Entiendo a los que la critican porque les hurta su protagonismo individual y se sienten robados vía impuestos, que aunque legales ellos consideran prácticas de hurtos. Pero creo que es solidaridad y no caridad lo que necesita el mundo.  Será porque desde que empecé a tener conciencia, José María “El Tempranillo” era mi héroe; y lo sigue siendo, que conste.

Este artículo se publicó originalmente en Portal de Andalucía

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