En 2017, el parlamento húngaro estableció la obligación de que las organizaciones de la sociedad civil que recibieran algo más de 20.000€ de donaciones internacionales se registraran de facto como ONGs financiadas por capital extranjero y así lo deberían indicar en sus sitios web y resto de firmas electrónicas. Además de ello, sería de obligado cumplimiento declarar ante el gobierno los nombres de todas y cada una de las personas (físicas o jurídicas) que invirtieran voluntariamente en los programas de ayudas de estas organizaciones con sede en el país gobernado por el ultraderechista Viktor Orbán. Su gobierno fue sancionado en 2018 por el Parlamento Europeo por silenciar medios independientes al coartar la libertad de expresión, de investigación y de reunión, así como de destituir a jueces independientes y también por reprimir a organizaciones no gubernamentales por mor de esta referida ley. Incluso el propio informe europeo referenciaba que alentaba la corrupción y debilitaba el sistema judicial. Sin embargo, la caza de brujas anti ONG ya venía tiempo atrás.
Ciertamente, este sentimiento anti ONG llevaba tiempo fraguándose tras los primeros envites de la crisis económica de 2008. En aquellos años no fueron pocas las voces contra las acciones y reacciones de algunas organizaciones internacionales. Luego, con el paso del tiempo, las organizaciones políticas extremistas han incluido en sus discursos y en sus medidas una dura persecución hacia los movimientos sociales o, mejor dicho, hacia ciertos movimientos sociales. Efectivamente, el gobierno húngaro destinó parte de sus esfuerzos en debilitar la imagen pública de Amnistía Internacional, el Comité Húngaro de Helsinki y la Unión Húngara de Libertades Civiles ya que éstas fueron y siguen siendo especialmente críticas contra el sistema cuasi dictatorial de este país miembro de la Unión Europea. Ahora bien, esto no sólo ocurre en el país de Orbán, sino que aquí, en nuestra España, del mismo modo que en otros países de la UE, vuelven a sonar las voces contra el movimiento asociativo y el tejido social.
Pareciera que este sentimiento proviene de un fanatismo por promover el control férreo del llamado Estado del Bienestar que, pese a todo, continúa padeciendo recortes y un eterno proceso de burocratización que hace en ocasiones mermar las posibilidades de reacción de no pocas asociaciones, federaciones y fundaciones. Cuando no, se promueven recortes presupuestarios para fines sociales sobre ciertos colectivos, siendo en España los de personas migrantes o el de las mujeres algunos que están en el punto de mira de Vox. De hecho, el juez Serrano, exlíder de Vox en Andalucía y tiempo antes de ser procesado e inhabilitado publicó en Twitter un listado de asociaciones feministas a las que “les cortaría el grifo” tan rápido como llegara al poder el partido de Abascal. La amenaza, aunque ya no esté el juez Serrano sigue en la mente de este partido tal cual lo hizo en su día Orbán.
En estos días en los que vemos de nuevo imágenes sobrecogedoras con lo que está ocurriendo desgraciadamente en tantas ciudades de Ucrania, de nuevo son y han sido las ONGs especializadas en la ayuda humanitaria las primeras que han bajado al lodo. Efectivamente, tienen la obligación moral y ética de ser quienes desarrollan esta labor ante un sistema al que se le ven las costuras desde hace décadas. Por ello, en vez de multiplicar los gastos para la ayuda humanitaria se han hecho para producir más balas y, de nuevo, son las organizaciones internacionales quienes han tenido que estar ahí, en el campo de batalla. Lo mismo ocurrió aquí cuando el volcán Cumbre Vieja llenó de magma Gran Canaria o cuando tuvimos aquella desagradable polémica donde una cooperante de Cruz Roja abrazaba a un migrante que había saltado la valla de Melilla mientras lloraba visiblemente exhausto; ahí también estuvieron ayudando del mismo modo que durante el confinamiento, donde no llegaban los alimentos básicos a las familias de los barrios empobrecidos. Están en los colegios donde el sistema educativo no dispone de más plantilla de profesorado y están asistiendo a las personas sin hogar, con VIH o acompañando a personas mayores, con diversidad funcional…Todo eso pareciera a ojos de los anti ONGs que no es suficiente si desde dentro de las mismas hay una conciencia crítica, si éstas no se casan con nadie a la hora de denunciar las múltiples injusticias sociales, caiga quien caiga.
Además de todo ello, cada vez que tienen la ocasión vuelven a sacar el mismo discurso carente de todo sentido: las subvenciones, como si fuera el dinero fácil con el que crear esos “chiringuitos” donde se coloca a personal a dedo y no tuvieran que rendir cuentas ante auditorías internas y externas o ante los mismos gobiernos que, sin ellas, difícilmente pudieran continuar, pues, como digo, a este Sistema del Bienestar en crisis permanente se le ve ya el cartón.
Podría terminar con aquella frase dicha de “se cree el ladrón que todo el mundo es de su misma condición”, en referencia a estos discursos que suelen provenir de los mismos que ayer eran anti vacunas – que ahora son anti ONGs - pero, en vez de eso os propongo colaborar con la ayuda humanitaria actual, ya sea con las condiciones extremas a las que están enfrentándose las comunidades Rromá ucranianas, las venezolanas o las mujeres Afganas, por citar sólo tres.
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