Echando mano de las alforjas donde guardo los buenos recuerdos se me ha venido a la memoria aquella primera vez que hablé del tema. Lo recuerdo como si fuera ayer. Fue un Jueves Santo de hará no menos de ocho o nueve años. Allí, en el Santuario de los Gitanos, los hermanos de la Hermandad tenemos por sana costumbre que alrededor del Señor de la Salud nos reencontremos los jóvenes con los viejos, nos enfundemos en un eterno abrazo y, casi sin darnos cuenta saquemos algún tema de conversación. En realidad, lo hacemos casi todos los viernes, ya sea en la Casa Hermandad, en una esquina o en una tertulia improvisada en cualquier bar. Lo cierto es que necesitamos compartir momentos que se fueron y soñar con otros que ya no volverán. Así se nos pasan los días en la Hermandad.
Aquel Jueves Santo, y en mitad de una tertulia, frente a los pasos del Señor de la Salud y la Virgen de las Angustias de una de las corporaciones gitanas más antiguas del mundo comenzábamos a hablar de música. Es cierto que entre saludos, besos, abrazos y nervios propios de lo que está por venir, las conversaciones son difíciles de mantener durante más de cinco minutos, pero era tan interesante para los que estábamos allí que proseguíamos a pesar de los respectivos saludos de otros que también venían a escuchar. Uno hablaba de las marchas flamencas actuales, que tienen reminiscencias en varios palos del cante grande. Así que otro, para enriquecer aún más la conversación sacó a relucir el año del estreno de “Reina de San Román”, del saxofonista Ginés Sánchez. Se trata, por cierto, de una composición que se ha ido convirtiendo en uno de los himnos de la corporación kalí (gitana) ya que posiblemente fuera una de las primeras zambras gitanas que acompañarían a la Reina de los Gitanos desde principios de los años noventa. La conversación también tenía giros sobre Saetas. “Como la que le cantó Manuel Mairena en aquella entrada al Señor no ha habido otra igual”, apostillaba otro recordando aquella Madrugá del Viernes Santo en la que Mairena, y a las claras de la mañana de aquellos amaneceres gitanos, aún vestido de nazareno y desde un balcón frente a San Román le cantó aquella apoteósica del “¡Qué grande es ser de ti!”.
La conversación iba y venía entre saludos, mantillas, flashes…Entonces, por un instante me distraje y por un segundo clavé la mirada sobre las potencias del Señor. Atrás se veía el altar de insignias dispuestas y brillantes. Me acerqué a la trasera del paso como pude, pues el gentío de ese día dificulta el embelesamiento. Cuando conseguí acercarme a la parte de atrás del paso me encontré con varias familias de las de toda la vida. Las besé y saludé a los chavorrillos de pelo negro rizado como los bordados del manto azul pavo de la Virgen de las Angustias. Volví a detenerme en el paso del Señor. Miré su talón moreno y aquellos dos ángeles, uno que vende cá y el otro que será cuchichí que les ayudan con la cruz. Y de ahí volví a buscar a papá, que seguía con la conversación. Seguían hablando de compás, de andar…de soniquete, al fin y al cabo. Y ahí no me lo pude aguantar y dije: “Lo que tiene que sonar es el Gelem, Gelem detrás de los pasos”. Algunos me miraban incrédulos, pues saben de mis pensamientos y de mis luchas, que son las de muchos otros. Otros me dijeron que eso era imposible y descabellado e incluso, otros me decían que eso no, que aquí no pegaba. Papá me dijo “ole”, solo eso, ¿para qué más?
Pues parece que el destino ha querido hacérmelo realidad. Este año, tras la Virgen de los Gitanos sonará el Gelem, Gelem, el himno del Pueblo Gitano y, por consiguiente, también el de -repito -, una de las organizaciones gitanas más antiguas del mundo, nacida para el cobijo y salvaguarda por mor del genocidio de la Gran Redada del Marqués de la Ensenada bajo mandato y permiso de Fernando VI y la colaboración de una parte de la propia Iglesia. El himno, triste y melancólico como él solo, con sus reminiscencias de canciones populares romaníes de Europa del Este y nacido en la batuta del músico gitano Jarko Jovanovic para el I Congreso Gitano de Londres de 1971 volverá a sonar, esta vez en las calles de Sevilla con la versión sinfónica de Paco Suárez, quien también ha sido el responsable de la adaptación a marcha procesional. Volverán a sonar, pues aquellos lamentos que rememoran las gargantas de aquellas romís a las que les arrebataban sus hijos de sus brazos para el triste y corto final de sus vidas con aquellas mil veces malditas cámaras de gas bajo el horror Nazi. ¡A rromalen! ¡A chavalen! ¡Ay gitanos!, ¡Ay muchachos! Y lo harán en la noche de las noches, así como a la amanecía de un Viernes Santo, cuando el Cristo de los Gitanos, ya vencido por el peso de la Cruz entrega su cuerpo a la ciudad y ella, rota de dolor, intenta buscar consuelo con los quejíos de sus hijos.
Cuando suene el himno, también me acordaré de aquellas romís que gritan de dolor desgarrado y sin consuelo desde Ucrania. El pañuelo de las Angustias gitana servirá de refugio para ese momento, pues este año nos faltan muchos y, como no podía ser de otra forma, buscaré en el Templo aquellos rostros morenos, aquellos ángeles morenos que ya no están aquí. La voz rota y un lazo negro por todos ellos. Que suene el himno…el himno de los Gitanos ¡Ay rromá!, ¡Ay muchachos!
Putar Dvla te kale udara
Te saj dikhav kaj si me manusa
Palem ka gav lungone dromençar
Ta kar phirav baxtale Rromençar
Abre, Dios las negras puertas
Que pueda ver dónde está mi gente
Volveré a recorrer los caminos
Y caminaré con afortunados gitanos
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