La feria, sea cual sea, parece permanecer inalterable al paso de los años. A pesar de que a la de Sevilla le han cambiado su principio y su fin o que en otros lugares han preferido mudarse de escenario, al fin y al cabo, la feria, como su baile más característico, no cambia. Porque la feria, en su raíz, sigue siendo aquel lugar donde nos reencontramos, donde bailamos, cantamos, hablamos y nos echamos unas risas mientras bebemos y comemos. Podemos decirlo quizás de una manera más compleja, donde destacaríamos la necesidad imperiosa de socializar entre seres humanos, utilizando para ello una ciudad efímera en la que debe reinar la alegría y el buen humor, aunque sea durante una semana, pero redundaríamos en lo mismo: la feria, en su conceptualización no ha cambiado, sino que los que lo hacemos somos nosotros mismos.
Ciertamente, el nexo de unión entre cómo comenzaron aquellas ferias del ganao -con sus tratantes de bestias, sus gitanas acompañando al vendedor de las reses y sus compradores, normalmente señoritos de alta cuna– y las actuales, podríamos decir que pende de un hilo, que sería el de las costosas indumentarias que gastan quienes pueden. Es decir, que la presencia del rico sigue siendo la misma. El de ayer y el de hoy luce su poderío pecuniario con garbo y en eso, pues tampoco ha cambiado la feria. Ni la de los 60, ni la de los 70, ni las de los dosmiles han cambiado, asistimos todos, pero en las mesas de las casetas se nota quien puede. Y oiga, que, en los baños, especialmente cuando salen tocándose la nariz, también.
Sin embargo, lejos de hacer un concienzudo análisis sociológico entre el ayer y el hoy, vengo a hablar de otra serie de cuestiones que demuestran que tampoco es que hayamos cambiado tanto. Miren, es cierto que ahora, con las redes sociales tendemos a viralizarlo todo. De hecho, he visto en una semana todo tipo de material audiovisual e incluso, de análisis pormenorizados donde poco menos que nos fustigamos “porque todo se va a la deriva”. Por ver he visto hasta las sevillanas entre Inés Arrimadas y el aún vicepresidente de la Junta, Juan Marín. Luego he tenido ocasión de ver cómo Arrimadas cambia de acompañante, siendo en esta ocasión un muy colorado Carlos Herrera.
De estos vídeos podríamos decir que efectivamente, en la feria hay y hubo gente con tan poco arte como Carlos, que los brazos no los mueven. Y no pasa nada. En la feria todo es posible y así nos lo pasamos bien. He visto una decena de fotos de señoras portando trajes horripilantes, llegando a ser símiles de edredones fucsias por vestidos de gitana. Y tampoco pasa nada por ello, pues recuerdo ver en vivo gente igual o peor que Amor portando un vestido transparente, pero claro, la diferencia de hoy está en el click y en la barra de comentarios en el que se ha convertido Twitter.
Mi timeline esta semana se ha despachado a gusto con Pegasus, la persistente invasión rusa y la etiqueta #papagorda22, donde se evidencian a las personas en la feria de Sevilla con varias copas de más –tranquilos amigos jerezanos, cordobeses, malagueños, nazarenos o granadinos, que pronto llegan las vuestras–. Efectivamente, la etiqueta comenzó con la intención de hacernos reír y pasar un buen rato hace varios años, sin embargo, en éste, parece que alguno se excede quizás en demasía. Ahora se están incluyendo a jóvenes y no tan jóvenes en lamentables situaciones, sin pixelar rostros siquiera, por lo que pueden hacer valer sus derechos, si lo estiman oportuno. Eso sí, no creamos que esto es nuevo, pues si hoy son las redes, ayer eran los medios quienes exponían los excesos de los sanfermines, entre otras fiestas sin que nada pasara.
Por cierto, que no me coge de improviso tampoco el exceso y sus consecuencias pues, como digo, la feria no ha cambiado y permanece inalterable al paso de los años. Que les pregunten a mis acompañantes de aquella amanecida de una caseta en la que, mientras que estábamos gozando de una juerga flamenca – de las de verdad, sin ojana- afuera estaban a sillazos limpios una veintena de personas. Hoy, sin embargo, siguen pululando vídeos de peleas, de personas practicando sexo en las calles…Y nada de eso es nuevo, por más que nos duela reconocerlo. Lo que sí es novedosa es la permanente búsqueda del click, del like y del retuit. Y me temo que tampoco se le pondrá freno.
Nada cambia. Sigue habiendo clasismo en la feria, sigue habiendo racismo en la feria, precios de oro para tortillas de plástico y sigue habiendo trabajadores sin estar dados de alta, incluidos porteros, camareros, cocineros y artistas, a pesar de que sin ellos, probablemente no habría ni feria ni habría ná de ná. Y por supuesto, continúa habiendo borrachos por doquier. La feria, como su baile, no cambia. Miramos cara a cara y bailamos, bebemos, comemos…y nos echamos las manos a la cabeza por si se nos cae la flor. Poco más.