El siempre recordado líder del movimiento por los derechos civiles y políticos de los afrodescendientes Martin Luther King pronunció a mediados de los 60 un discurso dirigido a los estudiantes del Oberlin College, en Ohio para, como solía hacer, despertar la conciencia crítica de la ciudadanía, poniéndose como solía hacer, frente al sistema opresor que seguía haciendo trizas todo intento de mejorar la situación de la población negra. Tras su discurso quedó para la posteridad aquella frase que decía “siempre es el momento apropiado para hacer lo que es correcto”, una verdad con la que haría que su lucha no quedara en una voz que pregonaba en el desierto, sino que el activista nacido en Atlanta tenía la virtud de movilizar a las masas convencido de que su lucha no era un desperdicio, sino una deuda del sistema con la población afrodescendiente.
Luther King hablaba con la voz autorizada que le proporcionaba su propia experiencia, pues desde su juventud había sufrido la segregación y el rechazo descarnado que origina el propio sistema de dominación racista. Esas y otras incontables experiencias traumáticas que tan bien conocemos tantas personas por una causa u otra, según nuestras vivencias y, a las que hemos tenido que soportar por mor del maldito racismo, nos hace ver las cosas quizás desde un prisma y una visión muy cercana a la realidad. Esas experiencias, esas vivencias en mil y una formas de manifestarse ante nuestros ojos o sobre nuestras espaldas se van convirtiendo en heridas de guerra que, a la postre nos hacen hablar con conocimiento de causa. Nos duelen en el alma cuando las sufrimos o vemos padecerlas sobre nuestros iguales, pero luego, con el paso del tiempo, nos hacen mucho más fuertes. Y ante eso, ya puedan venir las teorías y estudios más variopintos para intentar desmontar los movimientos antirracistas que no nos lo pueden contraargumentar siquiera. Luego, cada miembro de esta lucha contra el titán del racismo en cada una de sus expresiones les suele dar su toque y su impronta. Algunos hacen trazas más teóricas, otros más filosóficas e incluso artísticas, pero hay quienes destacan no sólo por lo que dicen, sino por cómo lo dicen. Los tocados por la varita y por haber clavado los codos, por supuesto.
Y en este ámbito, y a pesar de que es cierto de que las luchas contra este monstruo de mil y una cabezas que es el racismo las combatimos cada una de las personas que nos ponemos frente a él, habría que destacar y dedicarles todos los honores posibles a varios nombres. El movimiento por los derechos civiles de la población afrodescendiente tiene evidentemente una lista tan larga que probablemente no cabría en este artículo, pero la de la población gitana parece aletargarse a ojos de la población mayoritaria, que no a los de la población gitana, que sabe bien quiénes son y han sido los y las líderes que han marcado nuestras luchas. Por eso me parecieron tan acertadas las palabras de la diputada Beatriz Carrillo al referirse hace unos días a Juan de Dios Ramírez Heredia como el “Martin Luther King de los gitanos”. Fue en la inauguración de la subcomisión de un pacto de estado contra el antigitanismo, celebrada el pasado miércoles 16 de febrero cuando, tras la intervención del activista, abogado, periodista, escritor y ex diputado en el Congreso, Ramírez Heredia (mi tío Juan de Dios, si me lo permiten), los distintos diputados de todos los partidos con representación realizaban diversas preguntas acerca de la exposición del presidente de la Unión Romaní. En el momento en el que la diputada gitana, Beatriz Carrillo tomó la palabra y momentos antes de sus preguntas agradeció la presencia de este referente para toda una generación. Ni más ni menos.
Todos y todas las que hemos ido creciendo alrededor de las luchas contra el antigitanismo en España hemos tenido como modelo de referencia a muchos y muchas gitanas. La lista sería tan grande como la de los grandes referentes por los derechos de la población negra, pues sin ellos y ellas es cierto, no hubiéramos alcanzado unas cotas tan altas como las que hablamos. Es un hito enorme que, al fin y en el seno del Congreso se estudien las fórmulas para poner freno de una vez por todas a ese monstruo con techo de cristal y suelo pegajoso que es el antigitanismo, que cuenta además con el racismo institucional como el timón y con el racismo sutil como su proa; pero si me preguntaran por quién ha marcado un antes y un después en esta lucha, respondería sin dudar enumerando a los muchos gitanos y gitanas que nos han precedido, pero destacaría que Juan de Dios Ramírez Heredia merece un sitio de honor. Recuerdo en mi juventud verlo en televisión y a mis padres jalearlo por cada frase que pronunciaba en defensa de un pueblo, siempre mirado con recelo.
Tengo en mi memoria grabada a fuego aquella frase que dijo en la primera macromanifestación gitana en Madrid tras el pogromo antigitano de Martos de 1986. Allí, en un escenario y frente a cientos y cientos de gitanos y gitanas, Ramírez Heredia decía: “Podéis condenarnos al hambre, podéis condenarnos a la miseria, podéis quemar nuestras casas, podéis cerrar las puertas de los colegios de nuestros hijos, pero seguiremos siendo gitanos”. Tras su intervención, la ovación desde Neptuno al Paseo del Prado fue atronadora. Una semilla que al fin y al cabo ha germinado en muchos que seguimos teniéndolo exactamente, como lo que es, un referente de la historia de lucha y superación del activismo romaní. Por eso me enorgulleció tanto la referencia de Beatriz Carrillo, así como la deferencia al tratarlo como “tío Juan de Dios”, entendida esta expresión como el título más cercano y a la vez más reverencial que se le puede dedicar a una persona gitana.
Ahora que se acerca por cierto el Día de Andalucía, me pregunto si será muy tarde para pedir honores a un andaluz que ha marcado la historia reciente de la lucha del Pueblo Gitano, entendiéndose además como una referencia hacia toda una comunidad que ha contribuido de facto a la creación de una buena parte de la idiosincrasia andaluza. Así pues, la lucha de Juan de Dios ha sido la de los gitanos y las gitanas, pero no sólo. Ha sido la lucha contra las manifestaciones de odio pasadas y presentes por el bien de una sociedad mucho más inclusiva y sana de lo que fue ayer, siendo el único romaní cuya rúbrica aparece en nuestra carta magna. Sería una deferencia y una oportunidad de reconciliar políticamente a esta Andalucía nuestra, que sigue teniendo sempiternamente pendiente el reconocimiento cultural romaní. No quisiera reconocimientos aletargados y superpuestos dentro de los días genuinamente institucionalizados para los y las gitanas, pues como digo, nosotros y nosotras sabemos bien quiénes son nuestros referentes. Me refiero al reconocimiento del resto de la sociedad. No habría mayor orgullo que ver cómo también su Andalucía, nuestra Andalucía, reconoce el trabajo y sacrificio de un hombre que, como bien dice Beatriz Carrillo, es el Martin Luther King de los gitanos. El propio activista ya lo decía en Ohio, insisto: “Siempre es el momento apropiado para hacer lo que es correcto”.
Comentarios