Llevo días frente al televisor y cuando no, miro las redes sociales para ver si a Putin al fin se le ha dado por soltar el pie del acelerador, pero de momento parece que para que llegue ese momento falta un tiempo. Todavía hay que causar más destrucción y más miseria. Todavía tienen que morir más personas inocentes. Malditas sean las guerras y quienes las crean. Malditas sean mil veces mil.
De entre tanta especulación que estoy viendo en estos días, incluidas los cientos de noticias falsas venidas por ambos bandos, tengo que buscar un hueco para pensar con detenimiento. Y no es fácil, os lo aseguro. Nos bombardean también a los telespectadores con informaciones tergiversadas, malintencionadas e interesadas sobre este lamentable episodio que estamos viendo e incluso, las redes sociales apuestan por la subjetividad al intentar amordazar a medios digitales que cuentan la otra cara de la moneda. Tampoco los partidos políticos españoles nos lo ponen fácil, pues ya se están subiendo al carro de las consabidas fake news para su propio rédito electoral. Y entre tanto, mientras se suceden las bombas sin solución de continuidad aparecen otras armas que, sin hacer tanto ruido vuelven a embarrarlo todo un poco más. Hablo del racismo, por supuesto.
No es la primera vez que esto ocurre, de hecho, me atrevería a decir que la inmensa mayoría de los enfrentamientos bélicos tienen un componente primordial, que es el económico, pero de manera sutil o manifiesta también el racismo tiene su carga de responsabilidad. Para ser más precisos habría que decir que a veces este fenómeno de superioridad racial es causa y en otras se convierte en efecto. Ejemplos hay en la historia, pero rara es la ocasión en la que no se me venga a la mente –quizás por cercanía- aquella intrahistoria del franquismo y Antonio Mairena. Cuenta Alfredo Grimaldo en Historia Social del Flamenco: "Antonio Mairena era republicano, gitano y cantaor. Mala carta de presentación para sobrevivir en el horror de la posguerra en Sevilla. El año 1940, las tapias del cementerio de San Fernando ya habían servido de telón de fondo para muchos fusilamientos (…) Una noche, en una venta, le llaman para que cante a un grupo de señoritos, la mayor parte de ellos vestidos de falangistas. De madrugada ya, uno saca un pistolón, lo pone encima de la mesa y le dice a Mairena: «El “Cara al sol”, por bulerías». «Yo estaba blanco, descompuesto, y lo canté —recordaba Antonio—. Nos encontrábamos en un lugar donde había una “montera” de cristales, el de la pistola se puso a disparar y aquello se vino abajo».
En medio de semejante locura alcohólica, los pistoleros suben a un coche y se llevan también a Antonio. «Cuando pasábamos por delante de las tapias del cementerio de San Fernando, yo pensé: Saben que no soy de ellos y me van a matar. Paramos, me pusieron contra la pared y en ese momento, de miedo, me desmayé —relataba Mairena—. Cuando desperté, me toqué y vi que no me habían disparado, que no tenía ninguna herida. Me habían dejado allí tirado. Volví hasta Sevilla andando, mientras amanecía»."
Pero no ha sido evidentemente la única historia en la que el racismo y el supremacismo tienen una vinculación directa o indirecta con los enfrentamientos bélicos. Sólo hay que valorar los comentarios de los partidos políticos europeos cuando hablamos de refugiados. En 2015, el apoyo a los refugiados que escapaban de las guerras en Siria, Irak y Afganistán tuvo sus encontronazos. ¿Recuerdan aquellos que estaban contra el movimiento #RefugeesWelcome? En aquellos tiempos se decía que entre los refugiados venían “islamistas con arduos deseos de hacer atentados por toda Europa”.
Ahora, en la actualidad, nos encontramos con “Estos no son los refugiados a los que estamos acostumbrados, estas personas son europeas. Estas son personas inteligentes y educadas. No es la oleada de refugiados a la que estábamos acostumbrados ...” del primer ministro de Bulgaria, Kiril Petkov al referirse a los ucranianos. Del “no vamos a dejar que nadie entre” a “Estamos dejando que todos entren” del primer ministro húngaro, Viktor Orbán sólo hay tres meses de diferencia. En la primera frase se dirigía a migrantes y refugiados africanos, evidentemente.
También algunos periodistas alrededor del mundo han postulado frases sobre el aspecto de los refugiados ucranianos, pues ya ven que el color importa y mucho, además. Y si no, que le pregunten al presidente de Polonia, Andrzej Duda ¿por qué le causaba tanta gracia la noticia de que un grupo de combatientes ucranianos y gitanos habían tomado un tanque ruso?, ¿estaban sus tropas haciendo algo?, ¿por qué los medios españoles han hablado de “robar un tanque” en un gesto que a todas luces es heroico?
Por la misma razón que les está costando tanto encontrar asilo a personas negras provenientes de Ucrania o a las 318 personas gitanas ucranianas en el pueblo húngaro de Tiszabecs. Ningún miembro del pueblo les ha querido dar cobijo a excepción de la familia más pobre del lugar, que también es romaní. Dicen que sólo el pueblo salva al pueblo, pero si somos más oscuros la cosa cambia. Por eso el racismo es un arma silenciosa de las guerras: matan sin que nadie diga nada y lo seguirán haciendo porque, como ocurre con las inversiones en industria armamentística, sigue estando permitido e incluso, aplaudido.
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