Hace unos días, unos amigos me decían que sentían hastío por el grupo de WhatsApp de la clase de su hijo, pues como ya saben, ahora que se está acercando el final del curso escolar, llega el turno de la reciente moda que consiste en regalar varios detalles al tutor o tutora que se haya hecho cargo un año más de la educación del alumnado. Me aseguraba la madre en cuestión que en años anteriores se han encargado ramos de flores, perfumes, cosméticos…y todo lo que pueden ustedes imaginar. Seguramente lo sabrán mejor que yo, que todavía sigo virgen en esto de los grupos de WhatsApp de padres y madres del colegio – a Dios gracias -.
No veo para nada mal que se quieran despedir esos esmerados progenitores, agradeciendo la dedicación de quien ha entregado sus saberes y su tiempo en mejorar las condiciones educativas de los infantes, más bien al contrario. Lo veo fenomenal, sin embargo, como ya sucediera con los sanitarios durante el confinamiento, parece que salimos a aplaudir a las ocho y ya luego les damos la puñalada por la espalda. Y si no es así, ¿qué hacen algunos padres consentidores durante el curso haciéndoles los trabajos por la bajini a sus hijos? Me consta, porque me he dedicado muchos años a trabajar en colegios, que no son casos aislados ¿Qué hacen esos otros que permiten las actitudes abusivas de sus retoños respecto a otros compañeros?, ¿están a favor que un menor de doce o trece años sea capaz de atemorizar a otro?, ¿les hace gracia?, ¿o se le quita importancia al tema?
Serían buenos regalos al profesorado un compromiso con la educación de nuestros hijos, pero de la de verdad, no de la de boquilla. De lo contrario, seguiremos creando holgazanes de móvil de última generación en la mano, que no son capaces de poner ni quitar la mesa o de ordenar su habitación. Luego, cuando van cumpliendo años, vamos creando verdaderos modelos de flequillo planchado y de boca y mano ligera. Vamos generando hábitos incívicos, permitiendo inclusive cuestiones que quedan fuera de nuestra moral y de nuestra ética. Por tanto, si de verdad queremos ayudar al profesorado, bien haríamos en trabajar con nuestros hijos e hijas en temas tan complejos como la solidaridad, la responsabilidad, el compromiso, la limpieza, la igualdad de derechos, la tolerancia, el respeto y también, por qué no decirlo, la sexualidad.
La educación sexual por supuesto que debe tratarse en clase, faltaría más, pero también en casa. Y si es a una edad lógicamente temprana, como es la preadolescencia, mejor aún. No es simplificarlo todo a hablar de la masturbación, tal y como dijera en el debate electoral la señora Olona para movilizar y ganarse el aplauso de las masas. La educación sexual comienza por el autoconomiento y acaba – si tiene que acabar- en el consentimiento de la otra persona. De esa manera, se reducen muchas probabilidades de encontrarnos con situaciones de acosos y abusos, por lo que sí, somos los padres y las madres quienes también debemos poner nuestro grano de arena en crear hombres y mujeres del mañana sexualmente sanos y mentalmente limpios.
Y como último regalo, para ese profesorado yo optaré por el voto en conciencia. No puedo votar a quienes pretenden fomentar la educación privada en detrimento de la pública, pues con ello se fomenta la segregación, la guetificación y el fracaso escolar. Tampoco a quienes hablan de “adoctrinamiento ideológico en las aulas” para referirse a la lucha contra la LGTBIfobia o cualquier otra manifestación supremacista de las que acumulan portadas en periódicos. No se puede al fin y al cabo hacer mejor regalo que apoyar al profesorado, especialmente el que pide acabar con las aulas-saunas donde se superan los 35ºC. Esos son algunos regalos inmateriales que el profesorado merece. Menos flores y más conciencia.