'Preocupati' con Meloni

El plan español parece mostrar confianza en la fuerza de los grandes partidos para darle el abrazo del oso a sus respectivos familiares problemáticos

Giorgia Meloni, en una imagen de campaña.
Giorgia Meloni, en una imagen de campaña.

La inflación, la epidemia, los nacionalismos, la revolución industrial, la pérdida de valores tradicionales… son factores subyacentes de libros como España invertebrada de Ortega y Gasset, publicado 1921, que perfilan una crisis política de tintes parecidos a la actual. No es una novedad, pues vivimos en el mismo orden político, el liberal capitalista y democrático que a partir de aquellas fechas comenzó a ser también social. Sin embargo, las circunstancias actuales son otras.

Coinciden ahora, con más serenidad que antaño, socialistas y liberales, preocupados por la señora Meloni y compañía. Preocupados ambos y también responsables. Los primeros, sumidos en una crisis profundísima, sin un fin claro, confrontando identidades, evidencian a cada oportunidad que se ofrece (estado de alarma, elecciones andaluzas, constitución de Chile…) una defectuosa disposición. Los liberales, por su parte, enajenados, convencidos de que la población tenía aprecio a sus derechos y libertades, relajando los mecanismos de control, nos regalaron crisis financieras.

En suma, socialismo y liberalismo han abandonado al ciudadano de a pie, o mejor dicho, ambos han entregado la política de Estado, en lo territorial como en lo cultural, a quienes ahora la recogen, proponiendo una vuelta al pasado sobre excesos modernos.

Hacer propuestas a esta crisis, es una tentación muy a la mano. Pero creo que es algo poco realista. Consideremos, en cambio, que España se está inclinando, como muchos otros países, en esa dirección. El plan español parece mostrar confianza en la fuerza de los grandes partidos para darle el abrazo del oso a sus respectivos familiares problemáticos. El PSOE ya ha cumplido. Ahora es el turno del PP. Pero tampoco sirve de mucho consuelo el plan, porque estos dos son los mismos que nos trajeron hasta aquí.

Tachar a la nueva tendencia política, a la primera de cambio, de fascista, como a la otra lo fue de estalinista, debe ser un gran desahogo, pero no es la mejor estrategia y ni siquiera es una definición. Lo que sí parece es un paso hacia el deterioro parlamentario, precisamente lo que beneficia a los Orban, Trump y compañía. Aún está por ver qué derroteros lleva todo esto.

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