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Primero de barbarie, esto es la guerra

Cada guerra es un retroceso a la barbarie y por eso mismo entrar en el vocabulario prebélico y armamentista de preparar la guerra, es convencernos de asumir la destrucción y la muerte como una alternativa aceptable

21 de abril de 2025 a las 13:22h
Un buque de guerra, en una imagen de archivo.
Un buque de guerra, en una imagen de archivo. MANU GARCÍA

Nos andan agitando el alma con el fantasma de la guerra, pero los fantasmas se crean y no hay nada como crear un fantasma para dominar sobre el pensamiento racional.  Se empieza creando un ambiente prebélico difuso, una necesidad autoinflingida de adquirir armamento y una llamada a la implicación individual mediante la adquisición de mochilas de supervivencia. Y así vamos retrocediendo a primero de barbarie bajo un ruido de fondo de marchas militares.

A finales del siglo XIX, Lewis Henry Morgan (Ancient Society) avanzó una clasificación de los tiempos de la evolución humana en su relación con la naturaleza y entre sí: Salvajismo, barbarie y civilización.

Explicaba la civilización como una fase superior en la que, progresivamente, se van elaborando normas y espacios de convivencia en contraposición a la barbarie. Así avanzaba la civilización con sus más y sus menos, con sus contradicciones, sus retrocesos y sus justificaciones de conveniencia en cada caso.

En términos de relación humana, entendemos la barbarie como ausencia de la razón deliberativa y del consenso, la barbarie como negación la humanidad del otro y, por lo tanto, de la destrucción o apropiación de sus personas y sus bienes sin necesidad de justificación alguna, simplemente por el beneficio propio. ¿Nos suena Gaza?

Hace algunos días, parece que fue hace mucho, pero los tiempos vuelan a la velocidad frenética de la mentira, me parecía que estábamos retrocediendo a tiempos anteriores a los consensos sobre derechos humanos, tras la Segunda Guerra Mundial, a tiempos anteriores a la ilustración, hacia la destrucción de los estados para sustituirlos por el feudalismo de las corporaciones económicas. Creo que me quedé algo corta porque los propósitos y los hechos de los “master del universo” resuenan como un eco de retorno a la sinrazón.

Cada guerra es un retroceso a la barbarie y por eso mismo entrar en el vocabulario prebélico y armamentista de preparar la guerra, es convencernos de asumir la destrucción y la muerte como una alternativa aceptable.

Pero las guerras necesitan indicios concurrentes, enemigos evidentes, alianzas fiables y sobre todo necesitan armamento. Y surgen las preguntas: De quién o de qué nos defendemos, qué es lo que queremos defender y cómo. Ya sabemos quién pierde en cualquier guerra, pero ¿Quién se beneficia?

Para los agentes inmobiliarios de la guerra es conveniente ir definiendo un enemigo. Vladimir Putin parece ser el malo evidente, pero tiene un pero y es que la invasión de Ucrania no está siendo ese paseo militar que pretendía y que, por otra parte, su gasto militar es la mitad del de la Unión Europea.

Del lado atlántico, un enloquecido Donald Trump -ese supuesto aliado- exige a Europa una escalada en el gasto armamento, al mismo tiempo que nos llama carroñeros, nos impone aranceles extravagantes y determina a quien debemos comprar, bajo la amenaza nada sutil de que nos atengamos a las consecuencias. Y todo así, al más desvergonzado estilo mafioso.

En los comienzos del deliro trumpista, Úrsula Vonderleyen nos sorprendió con una ¿carta? en la manga como respuesta a las amenazas de Trump: ¡Comprarle más petróleo a los USA! Es, decir, seguir alimentando al monstruo.

Paralelamente se avanza en la estrategia del armamentismo para Europa, aumentar los presupuestos llamados de defensa, nuevamente al dictado del matón de la parte del barrio que nos ha tocado. Y adivinen a quién hay que comprarle el armamento. Sí, a ese mismo matón.

Con la particularidad de que el vendedor del armamento no sólo se reserva el derecho a designar cuándo, dónde y en qué condiciones puede usarse, sino que, finalmente, se queda con el interruptor del aparato bélico.

En cualquier caso, aunque ¿simplemente? se tratara de invocar el fantasma de la guerra para justificar una operación de compra de armamento a mayor gloria de Trump, se va abriendo la puerta a una distopía anunciada que tiende a ser una combinación de la barbarie, la tecnología y la estupidez artificial.

Resulta más que dudoso que esta actitud de pleitesía ante los autócratas de turno sirva a la autonomía ni a la seguridad de Europa. Es más, se acerca peligrosamente a una actitud suicida. Porque, a pesar de todos los pesares, hay un estado social por el que luchar, defender y desde el que avanzar en la civilización frente a la barbarie tanto de los mercados como de la guerra que, a día de hoy, vienen a ser la misma cosa.

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