Incluso los fenómenos aparentemente más complejos suelen estar gobernados por dinámicas sencillas en su esencia. El propio caos puede expresarse en ocasiones como simples y bellas ecuaciones, cuyas soluciones se vuelven “caóticas” porque son hipersensibles a las condiciones iniciales o de contorno. El análisis de la realidad política, social y económica, casi siempre dominado por la coyuntura, también debería hacerse identificando y discutiendo esas dinámicas, para poder distinguir el ruido de las voces y, sobre todo, para poder proponer ideas de futuro realistas y sólidas.
Y es que vivimos en la era de la aplastante inmediatez. Todo se produce y se consume de manera inmediata sin tiempo para procesar, sin ni siquiera valorar las consecuencias ni, por supuesto, comprender los porqués de lo que ocurre. Posiblemente este es uno de los cambios que más nos está afectando como sociedad sin que necesariamente lo estemos percibiendo con la intensidad que merece. No es un cambio aislado. Viene asociado a otros, como la falta de conocimiento real de los asuntos o, lo que es seguramente peor, la carencia de proyectos de futuro en temas que deberían estar en el centro de la preocupación ciudadana.
Esto no es casual. Es causal. Deriva de un determinado modelo de información individualista que está provocando el autismo social, del que nos alertó Enzensberger hace muchos años, con consecuencias nada edificantes. Y como decimos, no es casual. Responde a un determinado interés de relativizar, cuando no de desmotivar, cualquier atisbo de reflexión pública serena y profunda con una perspectiva social y de colectividad.
Es muy evidente que el mundo está en cambio, y que la certidumbre está surgiendo como una aspiración tan legítima como cada vez más difícil de preservar. Como bien apunta Jorge Dezcallar en el “Panorama Estratégico 2025”, del Instituto Español de Estudios Estratégicos, no sabemos si estamos asistiendo a la conformación de un nuevo orden, pero lo que sí parece seguro es que estamos ante un nuevodesorden mundial. Y en el río revuelto, ya se sabe, alguien siempre sale ganando. Y no somos, precisamente, los ciudadanos y ciudadanas de a pie quienes vayamos a obtener ganancias de una situación que, en muy gran medida, viene provocada por personas que, digamos, no se caracterizan ni por su filantropía ni por su compromiso con el bien común.
El contexto no es nada halagüeño, por tanto. Es fácil caer inmediatamente en la melancolía. Pero este no es el espíritu. Tenemos que tener esperanza. Y fe. Y ganas de pelear; siempre con la palabra y el pensamiento; recuperando los debates serenos, con afán constructivo, que contengan y aprecien los matices, y se alejen de posturas interesadas exclusivamente por discusiones meramente tácticas que solo los muy miopes valoran por su rentabilidad, de nuevo, inmediata pero que, precisamente, tanto nos aleja como sociedad de los problemas reales y estructurales que tenemos que abordar, y tanto nos desmotiva y nos desvincula de la toma de decisiones que también nos compete.
Este quiere ser el sentido de esta columna. Nace como un proyecto de ideas compartidas que se ofrecen para plantear cuestiones que puedan resultar de interés y sirvan a ese debate y discurso sosegados que tanto echamos en falta. Nuestro marco será el Mundo, será Europa, será España y será Andalucía, pero sin caer en excesos que nos hagan perder la perspectiva.
No partimos de una buena situación. Estamos en un mundo en rápida evolución, que nos deja la sensación de estar gobernado en una franca recesión del pensamiento profundo. Tanto que, en muchas ocasiones, es necesario (ahora) explicar y justificar lo más elemental. Por eso, proponemos volver a los Primeros Principios.