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¿Un Nuevo Desorden Mundial? (I)
¿Un Nuevo Desorden Mundial? (I)

El espíritu aventurero, el gusto por lo imprevisto, no es común en la especie humana.  Cierto es que le debemos mucho a los inconformistas, que se asoman detrás de la siguiente montaña, y también es cierto que se ha hecho fortuna sabiendo navegar enmares peligrosos; pero, en general, la persona común se siente más confortable en entornos predecibles, que le permitan planificar y posicionarse razonablemente ante el futuro. Lo hacemos de forma inconsciente, guiados por la intención de dar buen destino a recursos emocionales, personales y materiales no muy abundantes, normalmente. También porque nos preocupan las siguientes generaciones.

Lo que vale para cada uno de nosotros, vale para el grupo, y para su organización social y política; y vale para la economía, también gobernada por decisiones estratégicas sobre el uso alternativo de recursos escasos.  Esencialmente, buscamos un equilibrio estable; concepto que implica la existencia de unas dinámicas tendentes a devolver al sistema a su situación inicial cuando se desordena.  Acciones de desorden que pueden, a su vez, estar motivadas por fallos de funcionamiento del propio sistema o porque no todos compartan que un determinado equilibrio sea satisfactorio para sus intereses; cuestión, por otra parte, que puede ser completamente legítima y, en muchos casos, justa.

El Orden Internacional (literalmente, “orden entre naciones”) alcanzó hace ya mucho tiempo la escala de Orden Mundial, incluyendo un conjunto de flujos globales de carácter político, comercial (en sentido amplio) y humano.  En la determinación del equilibrio y de sus reglas de juego, es decir, de las dinámicas que deben hacerlo estable, juegan un papel fundamental las Potencias Internacionales que, en el último siglo han alcanzado el estatus de Superpotencias Globales políticas, económicas… y militares.

El más reciente Orden Mundial que hemos vivido, que ha durado más de tres décadas, ha estado presidido por una única superpotencia de facto, los Estados Unidos de América (EE.UU.), que de una forma muy dominante proponía (imponía, muy a menudo) un modelo de democracia liberal, en el que el libre comercio era una pieza clave, fuente de todas las virtudes, según sus defensores.  Los intentos de hablar de un sistema multipolar y colaborativo no han cambiado el fondo de la situación.

Sucedió este orden al que se construyó tras la Segunda Guerra Mundial (IIGM), que contaba con una segunda superpotencia global: Rusia, en el formato imperial de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (U.R.S.S.), símbolo del modelo de “socialismo real” que preconizaba.  Las reglas de juego en este periodo fueron las de la Guerra Fría, conflicto no declarado entre las superpotencias, que emergía en la forma de conflagraciones regionales (en Corea, en Vietnam, en Afganistán, en África…) o en la forma del Telón de Acero que dividió Europa de Norte a Sur durante más de cuatro décadas.  Finalmente, Rusia fue derrotada, entrando desde los años 1980 en un declive que aún continúa.  El régimen autoritario de Putin, y su desesperada acción bélica contra Ucrania, son dos evidentes síntomas de postración.

Pero el vencedor, los EE.UU., también ha tenido y tiene serios problemas. Su modelo de globalización, que sucedió en paralelo a una histórica revolución tecnológica en las comunicaciones, fue exitoso en muchos aspectos, pero no ha repartido adecuadamente los dividendos de la prosperidad que ha creado para algunos, especialmente para unos pocos, y ha generado un aumento de las desigualdades que ha terminado por convertirse en campo abonado para el populismo.  También se resisten los EE.UU. a admitir el nuevo papel en el contexto mundial de alguno de los ganadores del modelo que él mismo impuso, de manera destacada, de China, que aspira hoy a ser también una superpotencia global, en pie de igualdad.  Como también se resisten a revisar, tras ochenta años, el estatus en materia de contribución a la seguridad en Europa y Asia de Alemania y Japón, los derrotados de la IIGM.  O a reconocer los desequilibrios a su favor que presenta un sistema que le permite vivir muy por encima de sus posibilidades, con unas ventajas en los sectores militares, financieros, tecnológicos o de servicios, que podría ser oportuno reevaluar.

Las frustraciones y disfunciones norteamericanas se han materializado en la victoria, por segunda vez, de Donald Trump en las elecciones presidenciales. Su vuelta a la Casa Blanca ha sido, esta vez, por así decirlo, en eficacia.  Ahora él y los suyos conocen los resortes del gobierno, y están apretando sus botones desde el primer día. 

En el plano interno, están bien fundados los temores de que los EE.UU. evolucionen para convertirse en una democracia iliberal, como ha aquilatado acertadamente Martin Wolf, con tintes tan autoritarios, oligárquicos e intervencionistas como los del régimen de Putin.  En pocas semanas, se han sucedido en Norteamérica las injerencias en los procesos electorales, ataques a representantes políticos, a jueces, a medios de comunicación, a empresas que se consideran hostiles, y muy particularmente a las universidades… En el plano externo, las expresiones ofensivas y supremacistas, y la agresividad, no sólo contra sus adversarios tradicionales, sino contra sus vecinos, sus socios y sus aliados, han sembrado el desconcierto general.  Declarar, además, un blitzkrieg mundial de aranceles, una Guerra Comercial Global, es un acto de profunda irresponsabilidad que tendrá graves consecuencias, muy especialmente para los propios EE.UU.

¿Qué pretende realmente la Administración Trump?  De sus recientes acciones se puede inferir que los EE.UU. quieren imponer urgentemente un nuevo Orden, pero ¿saben de verdad cuál? ¿O es simplemente el mismo, pero con aún más prerrogativas a su favor? ¿Han pensado en los instrumentos necesarios para que ese nuevo equilibrio sea estable? ¿Creen de verdad que pueden hacerlo unilateralmente, en la tercera década del siglo XXI? ¿Son conscientes de lo que significan sus 350 millones de habitantes en un planeta que se aproxima a toda velocidad a los 10.000 millones, con Asia y África sumando casi el 70% de la población?

Que los EE.UU. se conviertan de la noche a la mañana en un actor internacional no confiable y hostil supone un cambio no menor en el paradigma, que de entrada nos puede llevar a algo desconocido en las últimas décadas: un Nuevo Desorden Mundial.