A propósito de Bobin y Mateos

Las ideas hondas y claras se levantan como torres, y se saben mayores incluso en la distancia

Christian Bobin, en una imagen de archivo.

El pasado fin de semana, en Gójar (Granada), invitaron a varios autores para que participaran en distintas actividades en torno a la figura de Christian Bobin. Uno de ellos fue el poeta jerezano José Mateos. Mateos, en un librito impreso para la ocasión, fue dando claves para entender a Bobin, haciendo una exposición de ideas a vista de pájaro; pero las ideas hondas y claras se levantan como torres, y se saben mayores incluso en la distancia.

La primera idea es reveladora: "Las verdades que ya se saben son, a veces, por sabidas, las que peor se saben". Para Bobin, lo mejor es apartarse de esa postura, del pensar que conocemos incluso lo que nos rodea, porque en lo que nos rodea también tiene cabida el milagro, un milagro que susurra, que no asombra a quienes no se abren al asombro; según Mateos, para Bobin, nuestra realidad es "una aglomeración de milagros disimulados".

Continúa diciéndonos que esa omisión del milagro podría venir de que lo blanco que nos habita va yendo a menos, perdiéndose, a causa de la avaricia y del inconformismo. "El deseo de tener más nos corrompe", dice Mateos. Y añade: "no podemos tener ni un gramo más de lo que tenemos". Esta idea de palabras sencillas es verdaderamente compleja. ¿De qué modo se la podría entender? Quizás desde un punto de vista que propone que cuanto no nos es verdaderamente necesario es algo que no poseemos, sino que nos posee, que nos coloca en una marea de consumo y anhelos que nos arrastra, haciéndonos muy difíciles las brazadas.

Portada de 'El agua de los espejos' (editorial El gallo de oro) de Christian Bobin.

Según Mateos, la propuesta de Bobin "no se trata tanto de abandonar el mundo como de llevar el mundo a donde el mundo se hace eterno". Esto levanta una nueva pausa, un nuevo "¿qué quieres decirme con eso?". Diría que donde el mundo se hace eterno es donde el hombre encuentra lo que lo hace humano: la conciencia del resto de la vasta naturaleza, con sus ciclos, sus renaceres y sus ocasos; las emociones, lo que vivieron los hombres de hace siglos y lo que habrán de vivir los que aún no han nacido; lo que nos humaniza, lo común, es lo eterno. Se nos propone llevar con nosotros la líquida caricia del mar en la áspera y rugosa arena, el color de una flor aromática, la luz de un día diáfano, la inocencia de unos ojos a los que el dolor aún no ha puesto demasiado a prueba, la fragilidad de una mirada de a quien la sombra se le ha vuelto más larga, la caricia que besa, el placer del largo silencio de un buen libro.

Aunque sin duda, lo más demoledor, lo que nos derriba y nos deja preguntándonos: "¿Cómo es posible? Es una sentencia en la Mateos afirma que la fórmula de Bobin es "nunca temer la pobreza, sino desearla". No es una apología de la pobreza ni una invitación a la indigencia. No es aporofilia ni una exhortación con una fantasiosa e idealizada conciencia de clase. ¿Cómo se puede desear la pobreza?

La única respuesta que se me ocurre es que se desee la pobreza de espíritu, incluso si se es, como yo, un hombre sin fe. No un espíritu pobre, sino la pobreza de espíritu que supone un vaciarse de sí, salirse del ego y ser más un umbral que un parteluz, abierto a que los milagros de a diario hagan su trabajo, a que nos transformen y conformen, dando un mayor sentido a la existencia.

Recibir, como dicen las bienaventuranzas, la herencia la tierra, desde un ánimo sosegado, manso, paciente y en amor. Apartando de uno mismo la arrogancia, el egoísmo, la inapetencia y lo miserable. ¿Qué me dicen si les digo que todo esto se propone tan solo en la primera página?