Estados Unidos y los años noventa por separado nos han dado frutos memorables. Pero al igual que ocurre sorpresivamente con la Nocilla y la Coca Cola, juntos son ya insuperables. De hecho, todo españolito medio nacido en los ochenta ha compuesto su imaginario audiovisual infantil con fragmentos de películas americanas de sobremesa. Esas que un día fueron éxitos de taquilla en los USA pero que a nosotros siempre nos llegaban unos cinco años más tarde, por Telecinco y los viernes a la hora de cenar.
Entre aquellos retazos fílmicos de mi niñez se encuentra sin duda una cinta que en su momento me impactó lo suyo. Regarding Henry (A propósito de Henry en España) es un largometraje de 1991 protagonizado por el icónico y muy noventero Harrison Ford. Seguro que recuerdan la trama: Henry es un abogado de cuarenta y pico con mucho éxito y bastantes menos escrúpulos que vive una vida de mentiras y lujo. Un día se ve envuelto en un atraco a un supermercado y recibe disparos que le ocasionan graves daños cerebrales. Tras el episodio sufre una amnesia total y tiene que volver a aprender a andar, a hablar o a comer. Poco a poco, su mujer y su hija —a quienes antes desatendía― lo ayudan a recuperarse y tiene que enfrentarse, cual si fuera un desconocido, con el que era su turbio día a día anterior. El dilema estriba entonces en volver a su vida de antes o reconducirla y abrazar al hombre nuevo ―noble e incorruptible— que el destino y unas balas han puesto ante él. De hecho, el bueno de Henry pasa de defender a mafiosos y a empresarios corruptos a amparar a trabajadores que presentan batalla a una gran multinacional. Y así es como se cambia a un hombre: en 108 minutos de metraje norteamericano.
Estaba pensando en Henry la otra noche mientras veía parte del debate electoral entre los candidatos a ocupar la presidencia de Estados Unidos. Me lo imaginaba allí, en medio de aquel imponente set de televisión. Imaginaba su silueta y su camisa celeste recortándose sobre la oscuridad del plató. Lo imaginé con la misma cara de desamparo que se le queda al hallarse desorientado y falto de memoria en la película, cuando no sabe quién es. Me lo imaginé dudando a quién acercarse, a quién defender, con quién posicionarse. Difícil decisión cuando uno ni siquiera sabe sujetar una cuchara. Aunque, francamente, dudo mucho que Trump sepa hacerlo y está cerca de presidir de nuevo el primer país del mundo.
Mientras escuchaba al líder republicano temer por las mascotas de los ciudadanos de bien de Springfield, solos ante el peligro de las hordas inmigrantes, no pude evitar pensar en la cara que tendría Henry. Cuando escuchaba reír a Kamala Harris y poner nervioso a su oponente lo tuve claro: Trump es el que más necesita a Henry y a votantes lobotomizados como él. Porque solo con una ablación total de los lóbulos frontales del cerebro se compran sus proclamas. Kamala Harris es el mal por ser mujer, por no ser del todo blanca y, especialmente, por no tener hijos. Mucho menos loable que comprar el silencio de una actriz porno, dónde va a parar.
De lo que aún no se enteran los Trump de este mundo es de que la maternidad es una opción, una decisión, una imposición de la vida, de las circunstancias o de los cuerpos. Es y puede ser muchas cosas. En ningún caso una razón para que un hombre blanco, heterosexual, retrógrado, putero y cínico cuestione la valía de una mujer. Eso ni siquiera lo haría el antiguo Henry. O tal vez sí, pero entonces eran los noventa.
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