Eso coreábamos hace décadas en las manifestaciones: reivindicando de todo, pues todo tenía que ver con nuestras vidas cotidianas: derechos democráticos, libertad de expresión, justicia y equidad social, laboral, económica, etc., todo.
A la par, ya desde finales de los 70, los partidos de izquierda –muchos, por cierto– nunca conseguían ir unidos a las elecciones. Cada uno bajo su “verdad” política, ideológica, estratégica. Con sus matices, sin capacidad para acuerdos eficientes por la defensa del común de la ciudadanía. Los privilegiados siempre han estado defendidos, y lo siguen estando, por una derecha y ultraderecha que llega a pactos, del tipo que sea, con eficacia para conseguir el poder –o conservarlo–, o al menos las parcelas necesarias y útiles a sus intereses.
Mucho ha llovido y periodos de sequía han pasado desde esas fechas, y por defecto –o virtud– de edad todo lo visto parece semejante: una izquierda llena de egos gordos –como la derecha–, intereses de poder –como la derecha–, pero al contrario que esta última bastante dificultosa para llegar a acuerdos y con un sentido del voto personalista y hasta diría infantil, porque los electores también tenemos nuestro papel. Aquí, en nuestra tierra, hace unos años, se estiló el “castiguemos a Sánchez que ha quitado a Susana y abstengámonos”, y los votos de la izquierda “de verdad” no tuvieron donde agarrarse: nos toca padecer a Moreno Bonilla, el Privatizador –. Siguiendo nuestros pasos, en las últimas elecciones generales el independentismo catalán decidió castigar a Esquerra por tanto pacto con el PSOE, de ahí su batacazo electoral en el Congreso y la necesidad de complejas negociaciones con Junts, para que no se hunda la barcaza de los acuerdos de legislatura –el tiempo dirá si bien atados o cogidos con pinzas–. Y sin olvidar las pugnas recientes en la izquierda andaluza: vienes con nosotros si..., nosotros no renunciamos a..., etc.
Las discrepancias entre Sumar y Podemos, que ahora estallan, vienen de lejos, no es un arrebato, es un cúmulo de manipulaciones y un intentar zafarse de ellas, de enfrentamientos más personalistas y estratégicos que ideológicos, bien añejos si no me falla la memoria. Aquí, a pie de calle, sin estar al tanto de intimidades, contemplamos el panorama con decepción –y en ocasiones una pizca de comprensión– y si la mirada arrastra desde los 70, aún más. ¿Dónde queda ese 15-M que tanto nos animó, con el que tanto alivio sentimos porque no estaba todo perdido?
“Divide y vencerás”, una máxima tan antigua como vigente, con tan buenos resultados para Julio César como Napoleón. El poder siempre ha sabido utilizarla, el común de las gentes, padecerla. Quizá de ahí el grito que nació en 1973: El pueblo unido, jamás será vencido: como deseo, como propósito, como necesidad imprescindible a la vida. Ese grito siempre lo ha escuchado el poder de cualquier tipo y ha tomado las medidas pertinentes para que nunca se haga realidad. Los partidos de izquierda “de verdad” que dicen representar a la gente común, al pueblo llano, a trabajadores, parados, desposeídos... siempre han padecido una sordera que deberían mirársela, si no, nunca saldremos de esos finales de los 70, en que tantas esperanzas teníamos y que procuramos seguir manteniendo, aunque ya no sepamos ni cómo.
Llamadme simplista si queréis, pero me uno a la sensatez de mi alumnado del grupo de mayores –de un barrio desfavorecido– cuando debatíamos con motivo de elecciones: “Si quieren todos lo mismo, a ver por qué no se ponen de acuerdo”. Era un clamor. Pues aún nos lo estamos preguntando.
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