Nuestra Andalucía no ha sido tradicionalmente una comunidad destacada por sus reivindicaciones identitarias. Más bien, en nuestra Historia reciente lo es por la reclamación de sus derechos básicos en orden social, político y laboral. Como nos recordaba el anarquista Pedro Vallina parafraseando a Fermín Salvochea: Andalucía es una tierra donde no se hace nada -indolente, diría Blas Infante- sin embargo, cuando se hace algo es un disparate: parece como si se obrara “por impulsos epilépticos”.
Quizás por ello sorprende, especialmente a los más jóvenes, la rapidez con la que la ciudadanía en tiempos de la Reforma Política tras la muerte del dictador cambia de opinión ante la necesidad de un poder regional como reivindicación que adquiere más tarde un carácter cuasi nacionalista. ¿Simple mimetismo?, ¿Agravio comparativo?, ¿Sólo por su subdesarrollo? Entonces, ¿por qué no irrumpe con esa intensidad en otros territorios con igual o más necesidad de desarrollo?
Existen varios factores que explican la emergencia de una conciencia regional antes, incluso, de la llegada de la Transición. Elementos que se complementan sin orden de relevancia alguno y cuyo resultado es el rechazo a cualquier situación de inferioridad o discriminación. Del aludido subdesarrollo económico, referimos muy especialmente los indicadores de emigración que el desarrollismo provoca y, con ello, la toma de conciencia de unas clases medias y obreras que perciben nuevas posibilidades de progreso con el final de Franco. Los déficits estadísticos comunes de los diferentes territorios de Andalucía invitaban a una respuesta colectiva.
No debe despreciarse tampoco la presencia de un regionalismo tecnocrático, el cual adquiere conciencia de la pobreza existente en Andalucía y de su potencial riqueza impulsando un Ente Regional Andaluz desde las Diputaciones, aun franquistas- como mancomunidad administrativa para coordinar y solucionar problemas regionales. De otro lado, sectores intelectuales, universitarios y una fuerte dinámica culturalista expresada a través de distintas artes y formatos, promueven en ámbitos expresivos, analíticos o reivindicativos un mensaje de afirmación, disidencia y de autoestima colectiva profusamente socializado desde numerosas iniciativas comunicativas que le prestan una especial atención. Prioritariamente, en distintas direcciones: la aceptación de símbolos identitarios antes desconocidos (escudo, himno, bandera), la recuperación de hitos, personajes y doctrinas antes censuradas como la del citado Blas Infante (1885-1936) en lo que es la historiografía del Andalucismo Histórico y, por otro lado, una profunda reflexión técnico política y mediática hacia las posibilidades de progreso que son necesarias para una tierra subdesarrollada ante una democracia que despunta tras el proceso reformista.
Ese regionalismo incipiente reclama igualdad de trato y se perfila mediante nuevas formaciones de exclusiva obediencia andaluza que apuntaban la posibilidad –más tarde frustrada y convertida en un monocolor político- de un sistema propio de partidos al margen del manido bipartidismo: Partido Social Liberal Andaluz (PSLA) de centro moderado que acaba integrado en UCD; Partido Socialista de Andalucía (PSA) un socialismo de izquierda moderada que vive su edad de oro en los años del proceso estatuyente, así como el Partido del Trabajo de Andalucía (PTA), vinculado a la izquierda marxista el cual, en parte, acaba tras la conquista autonómica integrado en el andalucismo político.
Lo cierto es que Andalucía antes de esta emergencia de factores parecería no existir administrativamente más allá de las ocho provincias en aras de las arbitrarias divisiones a la que es sometida por el régimen y, en atención, además, a la perversa asunción de su identidad prostituida como referente del nacionalismo español más casposo por el franquismo.
Todos estos elementos posibilitan un discurso diferencial rápidamente asumido y ansiosamente consumido cultural y mediáticamente, que emerge y se visualiza en las populosas manifestaciones de aquel primer Día de Andalucía como se le titula en 1977. Y lo que es más importante no se puede justificar en exclusiva con la bandera del subdesarrollo y del agravio.
Tras las elecciones de junio de 1977 los parlamentarios formalizan el 12 de octubre en Sevilla una alegal Asamblea de Parlamentarios Andaluces con objeto de consensuar, no sin dificultades ante el ejecutivo de Suárez, los pormenores de un régimen preautonómico. Aprobado el 27 de abril de 1978 el Decreto de Régimen Preautonómico, un mes después, en sede de la Diputación de Cádiz se elige a su primer Presidente: el juez y socialista Plácido Fernández Viagas. El nuevo ente denominado “Junta de Andalucía” nace con personalidad jurídica propia y, aún en su dimensión preconstitucional y preautonómica, no debe confundirse su existencia con lo que será la puesta en marcha del autogobierno como tal. Hablamos de una nueva institución aún de mínimos y simbólica.
Es en este compás de espera cuando la Asociación Averroes Estudios Andalusí en Sevilla impulsa la celebración de un primer Día de Andalucía. Propuesta con la que el PSA retaría a los partidos parlamentarios para que lo asumieran. Finalmente, los representantes en Cortes presidirán las primeras pancartas en cada una de las ocho provincias. Pese a la foto, quede claro siempre el origen civil de un hito que vino a legalizar antes en la calle que en las instituciones la arbonaida.
Movilizaciones importantes, no tanto por su número (alrededor de dos millones de personas y en diferentes puntos de la emigración), como por lo inesperado que representa para las élites políticas parlamentarias y gubernamentales del momento. El asesinato, nunca aclarado de Manuel José García Caparrós en Málaga en una convocatoria festiva, alerta sobre la posibilidad del fácil recurso a la violencia en una sociedad depauperada y en la que despunta una sociedad civil que secunda ya rasgos y discursos regionalista/nacionalistas inéditos para su historia reciente. A partir de ese instante, surge el llamado “café para todos” del que Andalucía tomará doble taza y sin azúcar. Los sucesos del 4D tienen lugar antes de que el primer borrador de Constitución pase a las Cortes (23-XII-1977) y lograr cambiar un boceto constituyente que pasa de un primer borrador donde el autogobierno es privilegio de vascos y catalanes, a un Título VIII que admite la posibilidad de incorporarse al club de territorios que plebiscitaron sus estatutos durante la II República; mientras, como sabemos, el 18 de julio cercenó la marcha del proyecto andaluz. De hecho, Andalucía es la única comunidad que transita a su autogobierno por el procedimiento del artículo 151.
Dicho esto, conviene recordar que no se puede entender el referéndum del 28 de febrero de 1980 sin las movilizaciones del 4D. Interesa no olvidar que esa consulta popular se pierde con la Ley de Referéndums, sin matices pese a las advertencias hechas enmiendas andalucistas y comunistas, pero que las movilizaciones, la crispación y con ella la dignidad de un pueblo se prorrogan hasta que el procedimiento del artículo 151 se desbloquea y se retoma por un pacto político en Cortes en octubre de aquel mismo año. Importa no olvidar nuestra historia reciente para saber lo que este pueblo puede dar de sí unido y con la dignidad suficiente como para doblar a pulso la marcha de la política. Si mirar la vista atrás, vale la pena reflexionar con un sentido cívico y radicalmente democrático para percibir qué fuimos, somos y podemos ser. Quizás, apunto, Andalucía necesite de nuevos días históricos. Nada de volver la mirada al color sepia, miremos al futuro despertando el genio multicolor, a ese Blas Infante, que todo andaluz y andaluza lleva dentro.
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