Si hacemos esta pregunta directamente a cualquiera que nos encontremos por la calle, posiblemente la respuesta más normal sea: los padres. Pero yo no estoy tan segura de que sea así, aunque sí lo estoy de que los padres y las madres deberían ser los primeros educadores de sus hijos. Y digo los primeros en el sentido de principales, porque, en la sociedad en la que nos movemos, lo que se dice educar, educamos todos de alguna forma.
Y es que nuestros hijos están expuestos a un sinfín de estímulos y mensajes desde muy distintos contextos: el cine, la televisión, los videojuegos, la publicidad, los amigos, los cantantes de moda o los influencers, por citar los más significativos. Y todos ellos educan en un sentido o en otro, porque no es posible no educar. La educación neutra no existe. Incluso no educar intencionadamente es otra forma más de educar.
Pero entonces nos puede surgir otra pregunta: Si hay tanta gente educando a nuestros hijos, ¿qué podemos hacer los padres, si esto se nos escapa de las manos? Mi respuesta es tajante: ¡TODO! Sí, todo lo necesario para que sean capaces de discernir lo que les interesa y lo que no; lo que les conviene y lo que no; lo que les hace personas con criterio propio y actitud crítica, ante la multitud de mensajes que les llegan. O lo que los convierte en “borregos”, que se dejan guiar solo por las modas o la presión de grupo, aunque les perjudique en su seguridad física o mental.
Y digo esto porque, muchas veces, ni siquiera somos conscientes de los mensajes subliminares que les transmiten determinadas películas, las series, los videojuegos o los “influencers” Pero tampoco lo somos de los mensajes educativos contradictorios que, sin quererlo o sin ser conscientes de ello, les estamos enviando con nuestras actitudes y comportamientos incoherentes. Y, a continuación, relato algunos de ellos que, probablemente, nos resultarán familiares.
Si, con tal de que nos dejen un rato tranquilos, cada vez regalamos o les damos móviles a niños más pequeños. ¡Que digo niños! ¡A bebés! Y lo hacemos para que coman; para que no se muevan; para que podamos tener un respiro…... Y somos los primeros que usamos el móvil continuamente, incluso en los momentos en los que es importante estar en familia. Pero, cuando crecen, nos quejamos si están todo el día enganchados a las pantallas.O se encierran con el móvil en su habitación hasta las tantas de la noche y no quieren acostarse temprano para ir al colegio o al instituto.
Si, desde pequeños, les damos todo lo que nos piden. Y no les enseñamos que hay cosas que no pueden conseguir, aunque se pongan nerviosos, nos monten un espectáculo o tengamos que resistir ante la presión de otros familiares.
Si nos sentimos culpables por no dedicarles un mínimo de tiempode calidad al díay lo intentamos arreglar con comprarle cosas y más cosas. Y luego no queremos que nos lleguen, incluso, a chantajear emocionalmente, para que les compremos lo que nos están exigiendo. Y esto ocurre porque no son capaces de aplazar ningún logro o de tolerar la frustración, por no conseguir lo último que se les acaba de pasar por la cabeza.
Cuando, delante de ellos, papa dice una cosa y mamá dice otra. Y no somos capaces de ponernos de acuerdo a la hora de regañarles o de ponerles una experiencia educativa, con el fin de que aprendan de sus propias equivocaciones.
Cuando hoy le regañamos por algo que no es correcto y mañana se lo permitimos, dependiendo de la situación social o personal en la que nos encontremos…….
Con estos comportamientos, no somos conscientes de que estamos perdiendo la autoridad que ellos necesitan para sentirse seguros. Y luego nos quejamos de que hacen lo que quieren y de que no respetan las normas que les ponemos de forma tan arbitraria.
¡No nos engañemos! ¡La mejor forma de educar es el ejemplo! Somos quienes más los queremos y los principales educadores de nuestros hijos. Pero no somos sus amigos. A sus amigos los escogerán ellos cuando les llegue el momento.A los padres nos necesitan para ser sus guías y sus modelos de referencia. Por eso es tan importante que seamos capaces de reconocer nuestras propias contradicciones. Y pedir ayuda si la necesitamos. Es algo que nos puede pasar a todos.
¡Nos va en ello el presente y el futuro de nuestros hijos!