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La realidad de las amputaciones de pecho: cáncer, estética y violencia cultural, un artículo de Teresa Domínguez.
La realidad de las amputaciones de pecho: cáncer, estética y violencia cultural, un artículo de Teresa Domínguez.

El pecho femenino ha sido, a lo largo de la historia, un símbolo cargado de significados: vida, belleza, sexualización. Sin embargo, para muchas mujeres en todo el mundo, este símbolo se ve envuelto en realidades dolorosas y complejas. Desde las amputaciones de pecho por cáncer de mama hasta exigencias estéticas imposibles, pasando por prácticas culturales como el planchado de senos y el auge de las mastectomías en adolescentes por ideología de género, estas experiencias reflejan una lucha constante por la salud, la dignidad y la supuesta autonomía.

El cáncer de mama es una de las enfermedades más comunes entre las mujeres a nivel global. En 2022, el IARC (International Agency for Research on Cancer), desde su base de datos del Globocan, indicó que se diagnosticaron aproximadamente 2.3 millones de casos nuevos de cáncer de mama en mujeres ese año, con unas 670,000 muertes a nivel global. Un aumento del 38%, y las muertes podrían subir a 1.1 millones por año (+68%) datos OMS en febrero de 2025 Nature Medicine.

El cáncer de mama es uno de los tumores más frecuentes entre las mujeres, tanto a nivel global como en España. Según el informe Las cifras del cáncer en España 2025 de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM) y la Red Española de Registros de Cáncer (Redecan), se estima que en 2025 se diagnosticarán 37,682 nuevos casos de cáncer de mama en el país, lo que lo sitúa como el segundo tumor más común tras el de colon y recto, y el más diagnosticado entre las mujeres. Este aumento refleja una tendencia creciente. Y para muchas, el tratamiento incluye una mastectomía, la extirpación parcial o total del seno, una cirugía que salva vidas pero deja cicatrices físicas y emocionales profundas. Además, algunas mujeres, ante un alto riesgo genético o familiar de desarrollar esta neoplasia maligna, optan por una mastectomía profiláctica, una decisión preventiva que también lleva su propio peso.

La realidad física y psicológica

Físicamente, la mastectomía —sea por cáncer o prevención— puede provocar dolor crónico, pérdida de sensibilidad y complicaciones como infecciones o linfedema. Psicológicamente, el impacto es abrumador en ambos casos. Perder un pecho tras un diagnóstico puede afectar la autoestima, la identidad y la percepción del propio cuerpo; estudios muestran que hasta un 30% de las mujeres mastectomizadas enfrentan depresión o ansiedad tras la cirugía, y muchas describen sentirse "incompletas" o "menos femeninas". Para quienes eligen la mastectomía preventiva, como aquellas con mutaciones BRCA1 o BRCA2 (que elevan el riesgo de cáncer de mama hasta un 70% antes de los 80 años), el desafío es distinto pero igual de intenso: la decisión implica sacrificar una parte sana del cuerpo por miedo al futuro, un acto de valentía que a menudo viene con culpa, duelo y cuestionamientos. La mastectomía profiláctica, popularizada por casos como el de Angelina Jolie en 2013, no es una elección fácil. 

Reconstrucción en la sanidad pública: una lucha desigual

La reconstrucción mamaria, que busca restaurar la forma del seno mediante implantes o tejido propio, es una opción para muchas, pero no siempre es accesible. En países con sistemas de salud pública, como España, la reconstrucción está cubierta teóricamente, pero las listas de espera pueden extenderse meses o años. Además, no todas las pacientes son candidatas debido a factores como tratamientos adicionales (quimioterapia o radioterapia) o condiciones de salud previas. La falta de recursos y personal especializado agrava el problema, dejando a muchas mujeres sin la oportunidad de recuperar su imagen corporal. De hecho en Andalucía el problema de la espera para la reconstrucción "se está revisando por parte del SAS". Por ejemplo, en en febrero de 2025, la Asociación de Mujeres Mastectomizadas de Jerez denunciaba larga lista de espera (de más de 4 años) para la reconstrucción, intervención que sólo se realiza en un hospital de la provincia.

Por otro lado, la calidad de la reconstrucción varía. Algunas logran resultados satisfactorios, pero otras enfrentan complicaciones como asimetrías, rechazo de implantes o necesidad de cirugías adicionales, lo que prolonga su recuperación emocional y física. Esto genera una brecha: las mujeres con recursos económicos pueden optar por clínicas privadas, mientras que las que dependen de la sanidad pública a menudo quedan rezagadas.

Mientras las mujeres con cáncer luchan por su salud y reconstrucción, la sociedad impone un estándar estético implacable sobre el pecho femenino. Revistas, redes sociales y anuncios bombardean con imágenes de senos "perfectos": simétricos, firmes, sin cicatrices. Esta presión no solo afecta a las sobrevivientes de cáncer, sino a todas las mujeres, creando un ideal inalcanzable que alimenta inseguridades. Esta obsesión estética también empuja a mujeres sanas a cirugías cosméticas innecesarias, mientras que las sobrevivientes enfrentan un dilema: ¿reconstruirse para "volver a la normalidad" o aceptar un cuerpo que la sociedad no acepta?

Pero la presión va más allá del tamaño o la forma: la hipersexualización del pecho añade otra capa de carga. Acoso sexual en la calle: los pechos son un blanco constante de objetivación. Una mujer puede ser acosada por "mostrar demasiado" o avergonzada por, "tener demasiado" o "no tener suficiente", atrapada en una contradicción imposible. Para las sobrevivientes de cáncer, esta sexualización agrava el trauma: una cicatriz donde antes había un pecho puede convertirse en un recordatorio de que no encajan en el molde. Esta vigilancia constante no solo distorsiona la percepción del cuerpo, sino que perpetúa la idea de que los pechos son un "problema" que las mujeres deben resolver, ya sea escondiéndolos, realzándolos o reconstruyéndolos. Esta hipersexualización también tiene raíces profundas en la cultura popular.Películas, publicidades y hasta canciones convierten los senos en un símbolo de deseo, ignorando su función natural o su vulnerabilidad.

El planchado de seno: una tradición que mutila

En otro extremo, en países como Camerún, Nigeria y otras regiones de África Occidental, existe una práctica conocida como "planchado de pecho". Madres y abuelas usan objetos calientes —piedras, espátulas— para aplastar los senos de niñas en la pubertad, con la intención de retrasar su desarrollo y "protegerlas" de la violencia sexual, el embarazo precoz o el matrimonio forzado.

La lógica detrás de esta tradición es desgarradora: si una niña no parece "mujer", los hombres no la desearán. En Camerún, donde hasta un 25% de las niñas han sido sometidas a esta práctica, las tasas de violencia sexual y embarazo adolescente no disminuye y sigue siendo altísima. Lo que sí deja son cicatrices físicas (quemaduras, deformidades, infecciones) y un trauma psicológico profundo: vergüenza, miedo y desconfianza hacia sus propios cuerpos y familias. Y aunque es más común en África, el planchado de pecho ha llegado a comunidades migrantes en Europa y América. En el Reino Unido, por ejemplo, se estima que miles de niñas están en riesgo, pero la falta de datos y la tolerancia cultural dificultan su erradicación. Es una forma de violencia machista impuesta a las mujeres de las familias, y su persistencia revela cómo estas cargan con la responsabilidad de "prevenir" agresiones que deberían ser combatidas en su origen: los agresores.

Mastectomías en adolescentes: ideología de género y negocio millonario

Mientras en algunos países se mutilan pechos de manera brutal para evitar la sexualización, en naciones desarrolladas como Estados Unidos y Europa, un fenómeno emergente empuja a niñas adolescentes a amputarse los senospor motivos completamente distintos pero en el fondo similares: la ideología de género. Chicas Jóvenes que se “identifican” como hombres o “no binarios” optan por mastectomías y "afirmación de género", a menudo antes de los 18 años.

En EEUU, las mastectomías en menores de edad crecieron un 389% entre 2016 y 2019, según datos de la Universidad de Vanderbilt. En España, las cifras empiezan a ser abrumadoras, según los informes Transit, entre las personas atendidas, existe un patrón de edad claro, persistente y diferenciado por sexo. La mayoría de casos de menores de edad son niñas (65,4%). De 2015 a 2021, el grupo de edad que más aumenta es el de 10 a 14 años, con un incremento del 5.700% en el caso de las niñas y de un 1400% en el caso de los niños. El número deoperaciones quirúrgicas realizadas a las personas atendidas por Trànsit se ha multiplicado por 5 de 2016 a 2021.

El sistema sanitario público y privado también ha visto un aumento en estas intervenciones, facilitadas por un marco legal que permite a menores acceder a cirugías de afirmación de género con consentimiento parental o judicial desde los 16 años, y en algunos casos incluso antes. Esto coincide con un mercado de cirugía de género que mueve miles de millones de dólares anuales a nivel global. Clínicas privadas, farmacéuticas y aseguradoras han encontrado en este auge una mina de oro, pero también plantean riesgos éticos y médicos enormes.

Resulta alarmante el contraste dentro de la propia sanidad pública española: mientras mujeres enfermas de cáncer de mama esperan años en listas de espera para una reconstrucción mamaria por falta de recursos y personal— un procedimiento que busca sanar las secuelas de una enfermedad mortal—, se está facilitando la mutilación de pechos sanos en niñas y adolescentes sin enfermedad alguna, a menudo con procesos más ágiles y menos trabas burocráticas. Además, estas mastectomías suelen ir acompañadas de tratamientos hormonales de por vida, como bloqueadores de pubertad o testosterona, que la Seguridad Social sufraga, convirtiendo a menores en pacientes crónicosdependientes de medicación con efectos secundarios como infertilidad, osteoporosis o riesgos cardiovasculares. Esta paradoja pone en cuestión las prioridades del sistema.

Consecuencias y cuestionamientos

Físicamente, estas cirugías conllevan los mismos riesgos que cualquier mastectomía: infecciones, pérdida de sensibilidad, complicaciones a largo plazo. Psicológicamente, el panorama es más complejo. Algunos estudios sugieren que la satisfacción inicial es alta, pero otros advierten que un porcentaje alto de quienes se someten a estas operaciones experimentan arrepentimiento, especialmente si la decisión se tomó en la adolescencia, cuando la identidad aún está en formación.

La rapidez con la que se aprueban estas cirugías en menores —a veces tras pocas consultas— contrasta con la cautela que se aplica en otros procedimientos irreversibles. En España, mientras una mujer con cáncer puede esperar cuatro años o más para una reconstrucción gratuita, una adolescente puede obtener tratamiento en una consulta y una mastectomía en pocas semanas o meses, a veces financiada por la Seguridad Social o privada y con apoyo de asociaciones. (No te pierdas nuestro podcast episodio 11 y el desgarrador testimonio de una madre).

Estas realidades no son aisladas. Nuestros cuerpos, cuando son y están sanos, no deberían ser un motivo de sufrimiento pero el cuerpo de las mujeres sigue estando sujeto a fuerzas externas: la enfermedad, la cultura, y especialmente al mercado

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