El mundial que acaba de finalizar se ha envuelto en la polémica desde el día que se asignó a Qatar como país organizador. La larga sombra de la corrupción ha alcanzado hasta las más altas esferas de la FIFA así como a altos mandatarios del Parlamento de la Unión Europea.
Las muertes de trabajadores durante la construcción de las infraestructuras tampoco pasaron desapercibidas, más de siete mil personas murieron levantando los estadios donde después las selecciones jugarían sus partidos. Esta situación puede tener una lectura distinta: miles de trabajadores murieron para que futbolistas multimillonarios jugaran al fútbol, con el objetivo de que otros trabajadores de todo el mundo dejaran de plantearse su situación personal y evitaran buscar responsables a la situación social, jaleando a quienes (presuntamente) les representan por haber nacido dentro de sus mismas fronteras y con los que no tienen nada en común.
El evento también ha servido para hacer publicidad del país corruptor, donde los Derechos Humanos brillan por su ausencia.
Ninguna institución ha planteado un boicot al mundial, ni siquiera se ha planteado una protesta formal ante las instituciones competentes.
Los futbolistas (principales protagonistas de este circo) que antes de comenzar el mundial mostraban su intención de dar visibilidad a estas injusticias, callaron a las primeras de cambio ante las amenazas de sanción por parte de la FIFA.
La esperanza de que el pueblo tuviera más dignidad que sus representantes también ha sido una efímera ilusión, nada más echar a rodar la pelota todo el mundo olvidó las muertes, las corruptelas y hasta los Derechos Humanos.
Nadie ha asumido su parte de responsabilidad para que una injusticia se cometa a la vista de todo el mundo. La dignidad humana ha sido asesinada entre todos, sin que nadie hiciera nada por detener esta situación ni evitar que se vuelva a repetir en un futuro.
El mundial acabó y la realidad vuelve a hacerse presente en nuestro día a día. Poco importa ya quién ganó o quién perdió, mañana volverá a sonar el despertador y tendremos que hacer frente a un nuevo día con la resaca del nuevo “opio del pueblo”.
“Lo que está bien, está bien aunque no lo haga nadie y lo que está mal, está mal aunque lo haga todo el mundo”. San Agustín.
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