La estulticia es la pandemia, no nombrada, en la que estamos inmersos. Extremadamente contagiosa, produce más daños y muertos de los que deseamos aceptar. Los muertos por imprudencias en las carreteras, por consumo de tabaco o de alcohol, son solo un pequeño número respecto a los que produce el hambre, que es resultado de un estúpido convencimiento de que es pobre quien quiere y que quien no quiere, pero le tocó esa mala suerte, ya dios le recompensará después de la muerte.
La única vacuna contra la estulticia es la formación desde la escuela, pero para que solo unos pocos se vacunen, como con el dengue que ya conté por acá cuando yo me pude vacunar, primera dosis, pagando veinte dólares, más quince de la receta, precio para nacionales y extranjeros. La educación es privada ya desde la escuela, o concertada: una privatización encubierta para que las clases no tan pudientes puedan acceder a ella y jactarse, luego, de ser clases medias. Es la estulticia la que no les permite darse cuenta, a todos esos grupos, que todo está preparado para que todo siga yendo. Andalucía perdió 2.400 aulas públicas desde que asumió Moreno Bonilla.
Estulticia es que cuando ves que la cantidad de pobres que habitan la vereda aumenta, sigue aumentando, que los precios de la comida, el agua, la luz y los remedios siguen subiendo, que tú mismo tienes cada vez más dificultades en llegar a fin de mes, o llegas pero a fin de año y no pudiste ahorrar nada, te digan que la pobreza descendió y vivimos en un mundo mucho mejor que antes y tú te lo creas. Claro, necesitas creértelo para no explotar y protestar. Está mal visto protestar. La mayoría de las personas ven mal al protestón y se apartan para no contagiarse de protesta: para no correr el peligro de que te califiquen de protestón. La gente bien y de clase media no protesta, te contaron, y tú quieres ser de esa clase media.
Las conversaciones de cuñados dejaron de ser conversaciones solo de navidad y son una de las vías de contagio más habituales de estulticia. Como las hoy llamadas conversaciones son ya globales, la pandemia de estulticia se volvió incontrolable y de una gravedad antes no conocida. Curioso resulta que los conspiranoicos y descreídos de la pandemia de covid no hayan percibido la existencia de todo un contubernio conspiranoico, origen de que el pangolín de la estupidez, se fugara desde unos laboratorios y provocara la pandemia de estulticia. Claro, esta pandemia permite a todos esos conspiranoicos y descreídos pensar que pueden expresarse libremente sobre cosas que, sin recato, ni saben ni entienden, pero pelillos a la mar. Leí hace unos días que la cobardía sería la enfermedad más extendida en el mundo. No lo creo: la cobardía es resultado de la estulticia. Solo cuando alguien resulta ganado por la necedad se vuelve un cobarde ante sí mismo y ese es el principio. El primer acto de valentía es enfrentarse a la veracidad porque no se la teme.
Una persona resistente a la enfermedad no se cree lo que le cuentan si lo que ve, por puro sentido común, no resulta posible de creer. Cree lo que le anuncian solo quien es lo bastante necio para creerlo por comodidad o avaricia. Quien sitúa sus deseos más allá de la realidad posible, incluso en contra de la realidad posible; quien niega la realidad, quien sueña sueños que no son suyos y lo obligan a convertirse en un ser obediente, quien se cree superior al resto y funda en esa irracionalidad su presunta aristocracia de origen.
Seguramente esto último agravó la creciente agresividad que permite a muchas personas, contra toda razón, negar al que piense distinto con “esa será tu opinión”, negando la veracidad cuando existe. Porque el propio deseo tiene ya mayor valor que cualquier veracidad. En el aire flotan apatía y agresividad por igual y creo que es el resultado necesario de cómo terminó la pandemia, un asunto sin resolver todavía; más abierto y pendiente que nunca. Nunca se puede volver atrás y las sociedades se empeñaron en volver al antes de la pandemia del covid, ergo vivimos en un lugar falsificado, algo nuevo y peligrosísimo.
Contra el ideologizado discurso de que al mundo nos va mejor que nunca antes, hechos y no relatos: solo tres de cada diez personas del planeta vive en verdadera democracia, según el Instituto Varietes of Democracy, V-Dem
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