¿Hay algún programador cultural que conozca de Beethoven algo más allá de las sinfonías quinta y novena? Comprendo que la quinta le vuelva loco al mundo y que la novena se estrenara el 7 de mayo de 1824, en Viena; comprendo que el resto de sus sinfonías pasen desapercibidas, a pesar de su interés. Lo que no entiendo es que desde hace años lo que suena y se conoce del compositor de Bonn sean apenas esas dos sinfonías y, por ejemplo, toda su música de cámara quede exclusivamente para los entendidos o los amantes de Beethoven. Pongamos el opus 130, para cuerda, en A menor, en el que el compositor incluso da gracias a dios por haber recuperado su salud. Una bellísima composición con la que además recuperaríamos la idea de que la salud se puede perder y por ello hace falta un sistema de salud que nos ayude a recuperarla, porque con ningún dios basta. Ni con tres SASes.
Se podría pensar que me adelanto al resumen del año, pero no, quiero que me dé tiempo a resumir el año, porque con una columna no da y no les quiero escribir un testamento, qué expresión tan pasada de moda, el último lunes del año.
Los veinte años del tsunami ya están calentando motores en las televisiones alemanas. La 2 tiene también su documental. Comprendo que las 230 mil víctimas merecen un recuerdo, aunque me pregunto si no sería mejor recordarlas con una acción cerrada para la prevención, en lugar de soltar varias lágrimas de cocodrilo y seguir como si nada. También me pregunto cuánto espacio se le otorgará a la masacre de Cromañón, que ocurrió pocos días después del tsunami de Tailandia en la ciudad de Buenos Aires. Produjo la muerte de 194 jóvenes y adolescentes en unas condiciones que aterran, porque además se produjo tras una cadena de negligencias e ilegalidades que truncaron la vida de varios miles de adolescentes y todas sus familias. El hito más terrible de la historia del rock. ¿Quedará sitio para Cromañón además de para la serie de Netflix? Si quedara sitio quedaría lugar para el valor de la vida en igualdad. “La lluvia es también no verte”.
La llegada a la Presidencia de los Estados Unidos Mexicanos de Claudia Sheinbaum, científica, con sus valores feministas en su cotidiano, marca una diferencia abismal respecto a otras mujeres, sobre todo europeas, que alcanzaron tal posición con valores masculinos y masculinizadores: Margaret Thatcher, Angela Merkel, Giorgia Meloni. Pone en solfa, una vez más, la pretendida superioridad europea, cuyos valores son cada vez más mezquinos. Empezando por su trato hacia el Estado laico de Israel y continuando por sus acuerdos de privilegio con Turquía, en lo que se refiere a la política europea de inmigración.
El acceso de un entretenedor (entertainer) de clase B a la Casa Rosada, a diferencia de los cómicos declarados como tales, de un sujeto con ínfulas de grandeza y enorme complejo de inferioridad causa, sin embargo, preocupación si tenemos en cuenta que los liberales alemanes abrazan sus presuntas ideas de libertad económica e ignoran su negacionismo sobre los delitos de lesa humanidad. No se puede reivindicar la parte que nos gusta e ignorar y hacer como que no existe el negacionismo del genocidio argentino. Extraña menos que las derechas españolas, tan extremas desde siempre, descubran en el atrabiliario personaje a alguien que les sirva para hacerlo venir a Madrid y que insulte al jefe de su Gobierno. Nada menos que resulta ser Mirtha Legrand, archiconocida conservadora, la figura pública que mejor frena a toda la manga que acompaña a un presidente dedicado a insultar a todo el que no comulgue con sus ruedas de molino.
Nos dejó Rosa Degàs, pero nos dejó su Azul.