Marcelino Menéndez Pelayo, aquel protofranquista inquisitorial, consiguió su objetivo, lo repito desde hace muchos años y poco ha cambiado, darle sepultura a la figura y obra de uno de los más grandes personajes de la historia de la cultura española, el escritor y político sevillano José Marchena, así pasaran los siglos. Intentó ocultar parte de su legado, lanzando falsedades, mezclando, aquí o allá, su obra con anécdotas, dejándonos hasta hoy una imagen falsa y grotesca, curiosa y genuina esa tradición española, que posteriores estudios y trabajos han paliado, pero que continua siendo difícil de desmontar para el lector poco avezado. Es un proceso que los inquisitoriales de ayer y de hoy ejecutan con mucha efectividad.
Incluso para algunos de sus admiradores les es difícil huir de esa etiqueta del Marchena excéntrico, falta todavía mucho por descubrirnos de esta figura central de la cultura, de este andaluz universal, pues se quiso sin fronteras y al amparo y protagonista muy destacado de los mejores vientos de la revolución francesa. Para Pelayo, Marchena dice andaluzadas, cuando vierte juicios críticos llenos de sabiduría sobre nuestra historia literaria y cultural.
Fue su destino toda una metáfora y símbolo del anhelo por la libertad en un país de tinieblas, quizás el mejor de todos, cuando tengamos una imagen veraz y completa y no tengamos que esperar siglos. Los personajes que estaban dentro de el transitaban una revolución, el saberse libre para que todos los demás lo fueran.
José Marchena debe ser figura primer orden en la memoria de este pais, más allá de puntuales recordatorios y articulos, su obra, la presencia de su legado cultural, pero me temo que las instituciones apenas se dan por enteradas, que su reducido número de divulgadores adolecen aún de una imagen deformada. Sí, Marchena, un andaluz que traspasó fronteras en una España oscura y una Europa convulsa, su vida y su obra nos siguen interpelando.