La sala Quemá, en la jerezana plaza del mismo nombre, se ha constituido como un espacio alternativo donde podemos asistir, por un precio asequible, a un variado abanico de las artes escénicas. Con la garantía de la calidad, como criterio que distingue a sus promotores a la hora de seleccionar el repertorio, la música, el teatro o la magia han ido ocupando el escenario en sucesivas representaciones. A la autenticidad de lo que allí se ve, se une el cordial ambiente y el buen vino para llevarse siempre un estupendo sabor de boca.
Noches atrás me acerqué a contemplar un espectáculo titulado “El virus de la poemia”, que hace un juego de palabras que remite a la bohemia —no confundir con Poemía, con acento en la “i”, que es el título de una antología de sus versos que publicó el recordado poeta portuense José Luis Tejada en 1985—. El actor Salvador Valle y el guitarrista Juan Pino son los encargados de poner voz y música, respectivamente, a una escogida muestra de la poesía escrita en español a lo largo de los siglos. Yo había visto a Juan y Salvador con anterioridad, cuando han intervenido en diversos encuentros poéticos de nuestra ciudad. Incluso recuerdo su actuación en el Ateneo de Jerez, de la que me tuve que ir para no fastidiar con mis accesos de tos, debido al catarro que padecía, quedándome con la miel en los labios. Pero hasta la otra noche no los vi tan compenetrados y con un espectáculo tan bien montado.
No era sólo la intensidad de los poemas elegidos, sino la sublime interpretación que de ellos hacen. Salvador es un actor excelente. De hecho, fue uno de los iniciadores de La Zaranda y participó en obras tan emblemáticas como Los tinglaos de Maricastaña, María Meneo María Meneo o Vinagre de Jerez. Borda la técnica de la declamación y la lleva más allá, dramatizando los textos, como aquel de Góngora que, gracias a sus dotes interpretativas, actualiza y hace más comprensible al público de hoy. Hay que decir que los poemas están muy bien hilvanados y contextualizados, con lo que consiguen acercar a todos los públicos un arte presumiblemente minoritario.
Salvador Valle y Juan Bautista Pino, en plena actuación. FOTO: Youtube
Por su parte, Juan Pino acompaña muy acertadamente con los sones de su guitarra la declamación de los versos. El acompañamiento de la poesía es una destreza que no está al alcance de muchos. A veces, es preferible que no haya más música que la propia del ritmo del poeta. Sin embargo, Juan Pino tiene esa especial sensibilidad, ese coraje preciso y discreto, esa amabilísima corrección para envolver los poemas sin comerles protagonismo y florecer los silencios.
Del decir socializante de Mario Benedetti a la palabra mística de San Juan de la Cruz, pasando por el genio satírico de Quevedo. Del atormentado deseo de Cernuda, al plomo de las calaveras de Federico García Lorca y su trágica visión de la Nochebuena de Jerez. Sin olvidar “El viaje definitivo” de Juan Ramón Jiménez y otras muestras de la gran poesía hispánica, hasta llegar a un broche cosmopolita con un soneto de Shakespeare. El público quedó altamente satisfecho. El brillo de Salvador nos hizo acordarnos de El Brujo. No sé si habrá sido la bohemia la causante de que estos artistas se hayan quedado como profetas en su tierra, donde no lo es nadie, cuando su dimensión cierta es de una elocuente universalidad. En todo caso, El virus de la poemia merece un sólido respaldo para ser ampliamente difundido.
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