Francisco Lambea Bornay (Villanueva de la Serena, Badajoz, 1968) ha publicado un libro hondo, cargado de emoción y de tristeza, esa tristeza que es amor, en un íntimo sentido machadiano. Se titula Tu luz sobre el olvido (Pigmalión, 2018) y está dedicado a la memoria de Dora Bornay García, madre del autor, fallecida no hace mucho y cuya muerte le ha supuesto un trauma solo relativamente asumido. Refiriéndose a la palabra orfandad, dice Lambea que “ninguna la supera cuando se trata de expresar un sentimiento individual de vacío”. Antes había publicado El corazón de los días, inspirado por un mismo impulso agradecido y laudatorio hacia su padre muerto.
“El factor principal para valorar a nuestros semejantes es el tamaño del corazón”, afirma el poeta en el texto introductorio a esta nueva entrega, que constituye la quinta de sus obras en verso. Un corazón muy grande debe tener quien dedica intensos poemas a sus seres más próximos, con un amor y una bondad inusuales, pues parecen ir a contracorriente de las mezquindades que se prodigan en los mentideros mediáticos de hoy. En el caso de su madre, que es el que nos ocupa, dice en sus versos que “evocarte/ es el camino que conduce hasta mi alma”. Un camino arraigado en un profundo sentimiento religioso: “todos mis sueños gritan la victoria/ de Dios sobre la muerte, madre mía”.
Si la poesía es la expresión del alma, Francisco Lambea no la oculta en versos escritos con libertad, donde un ritmo interior de pensamientos e imágenes interpela al lector y lo hace partícipe de un vulnerable padecimiento universal. Nos transmite su dolor más allegado sin dejar nunca de reconstruir la esperanza. Esa sensación inefable la manifiesta a través de acertadas metáforas: “Tienen los días/ una soledad de barcas bajo la lluvia/, de faro que no encuentra el espejo de las olas”.
El peso de la ausencia y de los recuerdos se deja sentir en este volumen sembrado de preguntas sin respuestas, donde la evocación se remonta hasta hacerse presente el niño que, como buen poeta, su autor lleva dentro. Un niño a la intemperie que es capaz todavía de dirigirse a su madre, ávido de nuevas definiciones: “La orfandad es buscar tu mano/ y hallar la caricia lejana del aire”. Los ojos de la madre, las sucesivas casas donde fue la vida, paisajes y contemplaciones, fotografías que salvan un instante de la muerte transcurren por estas páginas en conmovedora continuidad. Asombra la coherencia con que se exponen los latidos del corazón o se recrea un tiempo onírico donde el amor es posible. Más allá del dolor y las lágrimas, de la esperanza en la fe o de la soledad y su deriva, constatamos que el poeta ha crecido. Que su voz ha ganado silente consistencia y sus palabras contagian una emotiva belleza, “aun a sabiendas de que el lenguaje/ termina desvaneciéndose en sus límites”.
Francisco Lambea Bornay vive en El Puerto de Santa María, donde trabaja como periodista. La familia —su mujer y sus hijos— constituye el refugio que garantiza su supervivencia sentimental, así como la fe: “Me basta con que Dios exista”. Y naturalmente la poesía, que le lleva a concluir: “De todo, menos de mi dolor, soy nómada”. El poemario se cierra con el soneto que le da título y donde el poeta se declara, respecto a su madre, “memoria de tu corazón amado,/ la llama de tu luz sobre el olvido”.