La noticia de la muerte de Pilar Paz Pasamar, a sus 86 años, coincide con el Día de la Mujer. La gran poetisa jerezana fue un ejemplo pionero en aquellos años difíciles de la dictadura, cuando la marginación de la mujer era tan real como la desigualdad ante la ley. Su impagable labor de escritora, la compaginó con su condición de esposa y madre, lo que le supondría intervalos de silencio editorial. Nació en 1933, en el barrio de Santiago, pero la posguerra la pasó en Madrid, donde hizo sus estudios de bachiller y universitarios. Allí conoció a lo más granado del parnaso español y le rindieron admiración por sus versos precoces Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, Carlos Bousoño… Carmen Conde prologó su primer poemario, Mara, en 1951. Juan Ramón Jiménez, desde su exilio en Puerto Rico, la calificó de “niña genial” y dijo que hablaba por las sienes, “lo más sentido del cuerpo y lo más duro del alma”. Ambos mantuvieron una intensa correspondencia.
De Madrid, Pilar Paz regresó a Cádiz, al casarse con Carlos Redondo. Mientras otros iban a hacerse con un nombre a la capital de España, ella se retiraba a la provincia, una decisión de la que nunca se arrepintió. “La vida está aquí”, recuerdo que me dijo una vez. Tuve la dicha de su amistad y de compartir momentos memorables con ella. Como cuando grabamos el disco-libro de su antología personal El río que no cesa (Jerez: EH Editores, 2007) en el estudio La Bodega, de la calle Francos. La evoco también en su casa, en cierta ocasión con Fernando Quiñones, en torno a un pescadito frito y unas copas de vino de Jerez. Las vivencias y los momentos se me desbordan, inolvidables. Precisamente, en mi próximo libro, En la noche del tiempo, que está en imprenta, le dedico el poema Mujer nutricia, donde, entre otras cosas, afirmo: “Ella es vergel y canto/ y sonrisa que arde en la mañana”.
Su voz constituye una cima mística de la poesía española. Gran poeta y gran persona, quienes nos sentimos sus discípulos siempre la recordaremos con inmensa gratitud. Ave de mí, palabra fugitiva, que editó la Fundación Municipal de Cultura de Cádiz al cuidado de Ana Sofía Pérez-Bustamante, recoge todos sus poemarios publicados entre 1951 y 2008. El último de ellos, Los niños interiores, se cierra con un asombroso poema en prosa, donde exclama: “oh, qué libertad extraordinaria, qué luz riquísima la del poniente, su asequible sombra hacia la que nos encaminamos desde el tiempo de nunca jamás hasta la primavera inmarchitable”.
Pilar Paz Pasamar había sido nombrada hija adoptiva de Cádiz. En julio de 2017, tras habérsele concedido el Premio Elio Antonio de Nebrija de las Letras Andaluzas, solicité desde esta misma tribuna que fuera nombrada hija predilecta de Jerez. Desgraciadamente, mi petición cayó en saco roto. Ya es tarde para darle la satisfacción de tan sencillo reconocimiento.
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