Detestas tu vida normal, problemas de verdad no tienes. 2.400 millones de personas no tuvieron acceso constante a alimentos el año pasado, según la ONU. Otros más de 100 millones han sido desplazados por la fuerza a causa de conflictos, violaciones a los derechos humanos, etc. No pretendo aparentar ser el humanitario que apenas reside en mi interior, ni hacerle competencia a la palabra de Dios. Cuatro de cada diez familias con menores tienen dificultades para darles un regalo a sus hijos en Navidad, mientras tú no sabes qué comprarle a tu sobrino porque ya tiene de todo. Y ahí sigues, escribiendo tu lista anual de propósitos de año nuevo que no vas a cumplir, sin dormir por una reunión que poco determinará, un mensaje que nunca llegará, un examen que pronto olvidarás, un tren que volverá a pasar, o un amor pasajero que, del mismo modo que vino, se va.
Preocupaciones disfrazadas con sonrisas de quita y pon que inundan Instagram y Facebook de vidas idílicas imposibles de encontrar. La falsa felicidad que devora al débil, pero también al que se cree indestructible. Actores digitales, hipocresía emocional. Parámetros establecidos que nos guían entre gríngolas hacia el nuevo reality del bien y del mal, donde quien llora pierde y vence quien tiene más likes. Códigos de barrio, pizza con champán. La lucha eterna de las apariencias contra la frustración. Una insatisfacción brutal, el precio de las putas redes.
A veces, para despejar las dudas, peleamos como pitbulls en el ring, pero todas las reyertas terminan igual, con una hecatombe incesante aparentemente inminente que, aunque el detonador parece cada vez más seguro e imposible de fallar, nunca termina de estallar.
En España, las uvas, además de en la mítica Puerta del Sol, se toman también en Ferraz. Unos por videoconferencia con Puigdemont; otros jugando a la piñata con el presidente del Gobierno. Bueno, malo, mejor, peor, pero presidente del Gobierno. Para echarse a temblar.
Algunos lo comparan con la quema de imágenes del rey. La ética de la inmoralidad. De la imposición a la soberanía del pueblo, aunque a veces más impopular que popular. Escasas diferencias. Porque, parafraseando a Felipe V en la Guerra de Sucesión del siglo XVIII, “otro habrá. A rey muerto, rey puesto”. Monarquía parlamentaria, bendita paradoja. Subir bajando.
En Aragón, un tercio de la remodelación del campo de La Romareda del Real Zaragoza, equipo de fútbol tan privado como cualquier otro, será a cargo de todos los aragoneses, vía Gobierno de Aragón; otro a cargo de los maños, vía Ayto. Zaragoza; el club aportará el otro tercio de esos 140 millones. El fútbol gana por goleada a otros servicios públicos vitales. Si no eres futbolero o no eres blanquillo es secundario. Por si acaso, recientemente, la Diputación Provincial de Zaragoza les ha concedido otro millón de subvención.
Para esto sí hay repartición a partes iguales, a diferencia de la inversión por habitante aragonés que se destina en la comunidad. Hace un par de años, la inversión media por un ciudadano de Zaragoza era de más de 400 euros, frente a la mitad en Huesca y Teruel (según un estudio de la Diputación de Huesca). Aun siendo más, reciben más. Será por la despoblación. Preparamos para nosotros, para los perros, sashimi con nuestras entrañas.
¿Síntomas de resignación? Juega a la piñata. Personalizarla con la jeta que más libere tus endorfinas apenas cuesta un par de clics. Y sonríe. Entrena la mejor de tus sonrisas para evitar ser juzgado por tus fans. Desahogo afectivo.
Pasar hambre en la era de la inteligencia artificial. Como el cantante Leiva en su nueva canción, Sashimi, problemas de verdad no tienes, solo pánico a encerrarte más.
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