Últimamente, los problemas para el sector agrario se suceden sin pausa. A las cosechas cada vez menores por el cambio climático y al cada vez más alto coste de las semillas, fertilizantes e insumos de las explotaciones ganaderas, se le ha sumado hace unos meses la guerra en Ucrania. El bloqueo de cereales por el conflicto armado, la subida de los combustibles, la inflación y la fuerte sequía han dinamitado la precaria situación.
Las altas temperaturas registradas desde mayo han aumentado la evapotranspiración, acentuando el estrés hídrico en toda Europa.
La sequía que vivimos actualmente en Europa se está convirtiendo en histórica por su intensidad y extensión. Ha llovido un 26% menos en este 2022.
Lo que estamos experimentando este verano es un evento compuesto, que ocurre cuando dos o más riesgos climáticos tienen lugar simultánea o secuencialmente. En este caso, se trata de una sequía meteorológica (por descenso de precipitaciones) y una sequía hidrológica (por disminución de recursos hídricos disponibles) que se suman a una sucesión de olas de calor, caracterizadas por su temprana aparición, su extensión y su duración.
Aunque las sequías no están necesariamente ligadas al verano, es en este momento cuando las sentimos más. De hecho, en la península ibérica hemos sufrido periodos secos en invierno, como el año hidrológico 2011-2012, que fue el más seco desde 1961. Pero, en este 2021-2022, a diferencia de otros años secos, la ocurrencia de olas de calor desde el mes de mayo ha aumentado la evapotranspiración y, por tanto, ha empeorado aún más el estrés hídrico existente, coincidiendo, además, con la temporada turística y las campañas de riego.
La sequía es un riesgo progresivo y de aparición lenta, pero constante. La falta de precipitaciones va restando humedad al suelo, reduciendo los caudales de los ríos y mermando las reservas de agua. Primero se reducen las lluvias, se registran elevados valores de evapotranspiración –particularmente en olas de calor- y disminuye el agua disponible. Posteriormente, los efectos llegan a la agricultura de secano y, a continuación, a los regadíos y a la producción hidroeléctrica, además de afectar a los ecosistemas y a los servicios ecosistémicos.
Los pronósticos apuntan a que la frecuencia y la severidad de sequías y olas de calor aumentarán en un futuro, y se espera que los cambios se distribuyan de manera desigual en todo el mundo. La situación en Europa es preocupante, como reflejan los indicadores
del Observatorio Europeo de la Sequía: el 47% de territorio está en prealerta y el 17% en alerta. Además, se está observando una anomalía negativa -27% en el caudal de los ríos europeos.
Aunque estas cifras en sí mismas pueden ser excepcionales, no deberían generar alarma social, ya que la actual sequía podría revertirse con las lluvias del próximo otoño-invierno. Además, a diferencia de épocas anteriores, contamos con sistemas de monitorización que permiten anticipar medidas de gestión para priorizar los usos del agua, establecer restricciones, etc., y así evitar grandes afecciones sociales, económicas y ambientales.
Es el caso de España, que ya en la Ley de Aguas de 2001 prioriza el abastecimiento a la población frente a otros usos y que, en sus planes especiales de sequía, establece las medidas a adoptar tanto en caso de sequía (reducción de caudales ecológicos) como de escasez de agua (ahorro, vigilancia, restricciones y prohibiciones de uso, etc.), en función de cómo avancen los indicadores de seguimiento y de cómo se vayan superando los umbrales establecidos a efectos de gestión.
Solo en España, el sector agrícola podría enfrentarse a unas pérdidas de entre 8 000 y 10 000 millones de euros por el menor rendimiento de algunos cultivos y por abandono de otros. Lo más preocupante es que la sequía se suma en Europa a una previsible crisis energética. Los efectos de la reducción de recursos hídricos en la generación de energía hidroeléctrica o en la refrigeración de centrales nucleares preocupa en un contexto ya marcado por la escasez y las tensiones geopolíticas.
La actual sequía y su coincidencia con olas de calor debe contextualizarse en la realidad del cambio climático y, en consecuencia, debe llevarnos a aumentar los esfuerzos realizados en estrategias de mitigación y adaptación. Debe hacerse también una correcta gestión de estas situaciones multirriesgo, con mayor prevención y preparación de todos nuestros sistemas de alerta y emergencia.
Además, resulta urgente transformar nuestras estructuras socioeconómicas –propias del siglo XX (regadíos intensivos, promociones turísticas, desarrollos urbanísticos, dependencia energética, etc.)- para enfrentar un siglo XXI que está y estará caracterizado por la variabilidad y la incertidumbre y la convivencia con riesgos hidroclimáticos.
Sobre el campo están incidiendo varios factores que generan una gran preocupación. No solamente la gran inflación aupada por la guerra de Ucrania, que ha llevado los precios de los combustibles, abonos y semillas hasta la nubes, o las ventas a pérdidas por debajo de lo que cuesta que la tierra produzca. Sino que a resultas de todo esto, la incorporación de jóvenes a la actividad agraria (su garantía de futuro) se convierte en una misión imposible por su falta de atractivo. El campo envejece y no hay relevo.
El último balance publicado, de 2020, muestra que apenas 57.797 de los beneficiarios de las ayudas directas al sector tenían menos de 40 años. En 2010 fueron 156.676, casi tres veces más.
Es una situación que preocupa, hay que apostar por los jóvenes, y hay que aplaudir las ventajas que tienen las ayudas del Estado y la PAC. Pero no son suficientes y de nada sirven si no hay jóvenes que se incorporen y las reciban. En cualquier caso, las ayudas llegan a cubrir, en el mejor de los casos, el 30% de los ingresos totales.
La única garantía de futuro del campo español mengua sin remedio aparente. Sin ellos, no habrá futuro para el sector primario. Los agricultores reclaman más apoyo, menos burocracia y que se respete la cadena de trabajo. Piden ayudas a largo plazo e investigación para afrontar pérdidas en algunos cultivos de entre el 20 y el 40%.
Agricultores y ganaderos se enfrentan a una de las sequías más graves de la última década y sigue sin llover, sufren la inflación que deja al sector tocado y ahora los precios podrían aumentar incluso más. Al haber menos producción, habrá menos alimentos y serán más caros. Los jóvenes buscan otras opciones fuera de la agricultura o la ganadería.
Ante esta situación es obligado hacer un análisis que determine las estrategias a seguir, de manera urgente, para que la despensa de la humanidad, no se resienta aún más.
El Gobierno ha convocado para el próximo lunes, día 5 de septiembre, la Mesa de la Sequía para analizar la situación y definir un plan de choque que sirva para aliviar la crítica situación en el campo.
El S.O.S. de agricultores y ganaderos vuelve a oírse contra un modelo de negocio “a pérdidas”.